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Desde el dÃa en que entró a trabajar en la mina, lo destinaron a la sección Block-caving, para realizar un trabajo en extremo peligroso e insalubre. La galerÃa estaba llena de buzones y buzones, y el minero, enfrentándose a la muerte en su condición de "lamero", estaba encargado de hacer cho-
rrear la "carga" hasta el nivel 650, con la ayuda de barretas y explosiones de dinamita.
El minero, que empezó como chambón y aprendió las mañas del trabajo de la mano del cabecilla de su cuadrilla, un antiguo obrero que atesoraba todo el saber y la experiencia, concibió la idea de que la única forma de salir con vida de la galerÃa era suplicándole protección al TÃo, suprema deidad del mundo subterráneo, bueno con los buenos y malo con los malos.
A cinco años de haber trabajado en una galerÃa insalubre, jugándose la vida con la muerte, tenÃa los pulmones dañados por el "mal de mina" y el cuerpo prematuramente envejecido, hasta que empezó a toser de manera convulsiva y a escupir coágulos de sangre, como si sus pulmones se le estuvieran escapando por la boca.
El TÃo lo miró desde su trono y no se inquietó para nada. ConocÃa de antemano el motivo de su presencia y las razones de su enojo. El minero, borracho y encolerizado, levantó varias veces el combo por encima del guardatojo y, golpe tras golpe, destrozó la estatuilla del TÃo.
-¡Del polvo vienes y al polvo volverás! -le gritaba, mientras blandÃa el combo con ambas manos, una y otra vez, hasta hacer saltar en pedazos la diabólica imagen del TÃo.
Lo que el minero no vio, en el momento en que destrozaba al supuesto responsable de su desgracia, era que el espÃritu del TÃo abandonó la estatuilla y se refugió en un rincón del paraje, a la espera de que su atacante terminara de descargar su furia y luego se retirara del paraje, llevándose el combo con el que lo embistió salvajemente.
Cuando el minero volvió a su hogar, le contó a su esposa que, encorajinado por la borrachera, la frustración y la impotencia de soportar una subsistencia miserable, destrozó a combazos la estatuilla del TÃo.
En el paraje estallaron carcajadas diabólicas y al minero, que experimentaba un repentino trastorno de los sentidos, le salieron cuernos en la frente y afilados colmillos en la boca; su lengua se le hizo gorda como la de una vaca y sus orejas largas como las de un burro; sus cabellos se tornaron en rubios y sus ojos echaron lumbres en la oscuridad; los dedos de las manos y los pies se transformaron en pezuñas; su piel se hizo rechoncha y espantosa; su cuerpo se deformó hasta el lÃmite del horror y hasta su miembro viril adquirió dimensiones sobrehumanas.
El minero sufrió una metamorfosis más dolorosa que un suplicio infernal, hasta que encarnó todos los atributos del TÃo, desde los cuernos hasta las pezuñas de los pies. Asà fue como el espÃritu del amo de los socavones, que se salvó de los combazos y se quedó intacto, se reencarnó con una tremenda ferocidad en el cuerpo material del minero, quien, desde ese instante, estaba más conectado con las catacumbas del demonio que con el reino celestial de Dios.
Sus compañeros de cuadrilla, al no saber dónde se habÃa metido, lo buscaron en los buzones de las diferentes galerÃas, y, al no encontrar otros rastros que sus desgarradas ropas en el paraje del TÃo, lo dieron por desaparecido, como a tantos otros que, una vez que entraron a la mina, no volvieron a salir a la luz del dÃa.
Desde esa vez, en la sección Block-caving, donde los mineros se enfrentaban ojo a ojo con la muerte, no vieron más al "lamero", descolgando la "carga" con barretas y dinamitas, ni escucharon sus resonantes gritos de: "¡Tiro! ¡Tiro! ¡Tiro!...", aunque algunos tenÃan la sospecha de que la nueva estatuilla del TÃo, que apareció de la noche a la mañana en el paraje donde "pijchaban" a diario, era el mismo minero que, pensando en darle muerte al soberano de la mina, acabó entregándole su vida y su cuerpo, en el que se reencarnó el espÃritu del TÃo, con la misma crueldad con que castiga a quienes le faltan al respeto y no le rinden tributo ni pleitesÃa antes de penetrar en los laberintos de su dominio.
Glosario
Acullicar: Masticar hojas de coca.
Carga: Rocas, mineral y tierra mezclados que se vacÃan en el buzón.
Lamero: Obrero que descuelga la "carga" de mineral atascada en los buzones, colocando entre las rocas cartuchos de dinamita.
Mal de mina: Nombre popular de la silicosis.
Llut´ar: Sujetar con barro la masa de
dinamita en la abertura de la roca o en la "carga" atascada en el buzón.
Pijchar: Masticar hojas de coca.
Pijchu: Acullico de coca.
TÃo: Deidad. Diablo y dios tutelar que habita en el interior de la mina. Los mineros le temen y le brindan ofrendas. Su estatuilla es de greda y rocas, está colocada en el lugar de paso obligado de los mineros.
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