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Los que llevamos los ojos abiertos a los acontecimientos que quiebran el ritmo de la paz del mundo; los que ponemos nuestra buena voluntad para comprender el sentido especÃfico de las injusticias sociales; los que creemos poseer un poco de sensibilidad; en fin, los que nos sentimos ligados por alguna fuerza de afinidad con los humildes, no podemos dejar de sufrir un proceso de reacciones en determinadas circunstancias. AsÃ, nuestras reacciones frente a las matanzas de España se condensaron en unos versos que nos declaraban solidarios de la causa de los Leales, esto es: de la causa del pueblo, de la causa de los españoles humildes. Eran unos versos nacidos de nuestra sinceridad y nutridos por la sangre de nuestras convicciones. Claro está que aquellos no nos han producido estipendio alguno, ni nos aderezado la generosidad de un ágape cristiano. Pero sà ellos han caÃdo en las garras de un hermano menor del santo domador del Hermano Lobo, para ser entregados a las llamas de un santo oficio muy siglo XX. Nos referimos a un artÃculo que, bajo el tÃtulo de "España inmensaÂ? España de Cervantes" ha publicado un periódico local que tiene oquedad de púlpito y vaivén de inverecundia.
Porque hay poetas que aman la Izquierda piensa el franciscano que la humanidad vive una era de "decadencia moral", la cual, a su juicio, es el origen de todo retroceso intelectual. Pobre fray Juan José. Su postulado nos invita a pensar en la candidez del cordero y en la audacia socarrona del podenco. Los poetas de izquierda atribuÃamos antes de ahora alguna calidad, alguna consistencia, algún contenido a la mentalidad de la clerecÃa. Acabamos de rectificar nuestro criterio y juzgamos que el intelecto católico vegeta cubierto de pátina en los seminarios y en las sacristÃas. Somos admiradores del genio de San AgustÃn y del lirismo de Santa Teresa; pero con tristeza constatamos que hace tiempo el genio cristiano fue sepultado para siempre. El clero de hoy no es intelectual. No conoce ni le interesa la vida de la inteligencia. El clero de hoy vive en medio de un oscuro epicureÃsmo. El clero agoniza en el mundo y un dÃa desapareceré irremisiblemente. Y con él morirá el catolicismo. Las muchedumbres cristianas se están dando cuenta del peligro que significa el clero para la igualación de clases, para el exterminio de privilegios. Como el clero vive de ellos, es el primer interesado en la defensa del capital, en el mantenimiento de la supremacÃa de la clase burguesa, en la limitación de la cultura de las masas.
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Nuestro desaprensivo crÃtico afirma que "cantamos" los asesinatos, las violacionesÂ? Visto está que este estupendo ministro del Señor escribe para la gente que vive encerrada en el laberinto del fanatismo, pues sólo a ella se le puede servir semejante manjar. ¿Dónde están esos poemas, fray Camacho? ¿Es que usted no entiende lo que lee o no sabe lo que dice? O es que, como siempre, asevera usted una falsÃa, seguro de que sus amadas lectoras no se han de molestar en poner en duda su "verdad".
Bienaventurado Usted, pues le pertenece el reino de los cielos. Con todo, es menester que los suyos comprendan que ningún poeta de izquierda "encomia" ni "canta" los robos y las violaciones y las matanzas. Si usted poseyera un poco de probidad, un poco de capacidad ética, no nos habrÃa espetado tan monstruosa mentira. En primer lugar, todo poeta de izquierda abomina la guerra, maldice la matanza, execra el robo. En segundo lugar, no son los Leales quienes consuman tales crÃmenes en España. No arrojaron ellos la primera piedra. Ha sido Franco, han sido los fascistas, han sido los curas quienes han llevado musulmanes africanos, desocupados italianos y alemanes a la PenÃnsula y con ellos han hecho violar y asesinar a millares de mujeres y de niños y de ancianos y han hecho destruir ciudades y han hecho talar campos. ¿PodrÃa usted comprobar que los Leales destruyeron Madrid, arrasaron Guernica y asesinaron a GarcÃa Lorca? Ay, usted no sabrá nunca quién fue GarcÃa Lorca.
Con gran escándalo habla Usted de los presos de la cárcel de San Sebastián. ¿Quiénes están allÃ? Algunos hombres que cometieron un asesinato, un robo y que serán severamente, inflexiblemente castigados. En cambio no están allà los burgueses que cometen grandes delitos; para estos no se ha construido todavÃa una cárcel en Bolivia. De los demás, ¿no se ruboriza Usted al hablar de la cárcel de San Sebastián? Parece que el sayal franciscano fue también a dar por allÃÂ?
Fray Camacho, Usted posee modalidades bizantinas para herir. Sabe Usted escoger muy bien la forma, el sitio, la hora y el misterio para hincar su arma. Me hace Usted pensar en los espadachines de los tiempos de Borgia. Al aludir a "la cruz de Jesús" habla Usted de traiciones; su intención, aviesa, revestida de sigilo, trémula de temores, me larga la estocada de entre los pliegues de su sagrado manteo; recibo el golpe. Yo soy traidor a algo que sólo Usted y sus feligreses deben comprender. Quizá resulta un sarcasmo el nombre que llevo; pero no lo pedà y lo cargo con resignación y dignidad; no renuncié a él a trueque de una mesa colmada de manjares suculentos y de porrones de jerez. Además, soy un hombre sometido a las fuerzas sanas de la Naturaleza y por muchas y grandes que fueran mis taras, no voy del lecho de la concupiscencia al altar, donde se parodia la tragedia de Cristo y mis manos ungidas de podredumbre no alzan ni quiebran la "forma divina" y mis labios sellados por todos los besos no comen la hostia ni beben la sangre del "Redentor". Vivo mi vida a mi modo y por más que sobre mà peses todos los baldones y todas las infamias, no oculto mis lacras bajo un manteo, ni predico castidad siendo libertino, caridad siendo avaro, honradez siendo ladrón, bondad siendo protervo, verdad siendo arca de mentiras.
Para la mentalidad del clero no existe positivamente otra España que la "católica". Lo dice usted fray Juan José, en toda una maraña de palabras y de ideas que no se definen del todo y habla de la España pretérita. Todas las grandezas que usted pondera, pertenecen a un pasado muy remoto y ellas nada tienen que ver con los problemas que hoy preocupan a la humanidad.
¿Qué prodigio, qué monumento, qué obra sorprendente puede usted ofrecernos de la España católica del siglo XX? En cambio, nosotros le enseñamos la quiebra total del comercio católico en la PenÃnsula, el descrédito definitivo en que ha caÃdo el clero en el concepto de las masas españolas, las cuales no quieren ser más explotadas y engañadas por los mercaderes de sotana.
He ahà por qué los curas de España, excepto los vascos que están al lado de los Leales, se han arrodillado bajo los cascos de la bestia fascista, no obstante de que ella les golpea y les cubre de ludibrio.
Mi adversario refuerza sus puntos de vista con la imagen de Cervantes. Cervantes católico, Cervantes cruzado, Cervantes prisionero. ¿Cómo probarÃa el buen franciscano que Cervantes hubiera sido católico si no nacÃa en pañales del más negro fanatismo, en atmósfera de una ceguera religiosa incontrarrestable, con los puñales de la Inquisición en la garganta? ¿A quién se le permitÃa ser "gentil", ser ateo en aquellos tiempos? Ahà está el Quijote. ¿Por dónde, en qué capÃtulo podrÃa mostrarnos una expresión de fe, un contenido de fervor católico? Dios es ajeno a aquel maravilloso universo que es el Quijote. ¿Por qué?
La España de Cervantes no es la España fanática, monárquica y opulenta. Es la España pobre, con sus tierras llecas, con sus gentes humildes, con toda su vida sencilla y agreste. Cervantes no era cortesano ni servil. No pintó jamás los festines reales, los dramas palaciegos, las verbenas depravantes.
Cervantes no pertenecÃa a las clases privilegiadas. Pobre, torturado, incomprendido, ignorado por el señorÃo de su época, hizo vida de mártir, casi de esclavo. Tan poco representaba en el mundo social y cultural de aquellos tiempos, que murió en las fauces de la miseria y a la sepultura ¡fue acompañado apenas por dos escritores mediocres! Ni siquiera se sabe dónde nació. ¡Nadie ha podido encontrar la partida de bautismo de aquel Cervantes católico! No se sabe dónde se educó. Pero se sabe que fue encarcelado por unas cuentas de alcabala y acusado por un cura ante el Santo Oficio, y rechazado por el rey en una demanda de trabajo. Por todo esto, Cervantes encarna el sÃmbolo de las masas españolas, de las masas mártires, nutridas de miseria, roÃdas de hambre, vÃctimas de todos los engañosÂ?
Fray Camacho se apodera de mis tres monstruos, los maquilla, los disfraza y les bautiza con "JudaÃsmo, Comunismo y Anarquismo", tres cosas que él no comprende y que no tolera. La intolerancia ha sido siempre el cimiento que ha sostenido el ruinoso palacio del catolicismo. Mis tres monstruos auténticos, Fray Camacho, son los amos y déspotas actuales del clero del Occidente europeo y cada uno de ellos lleva tres cabezas. Feudalismo, Capitalismo y Salvajismo, tres elementos de destrucción que emplazan cañones germanos contra las muchedumbres de obreros en los frentes y destacan aviones italianos que dÃa a dÃa bombardean Barcelona.
Fray Camacho acaba por hacerme la impresión de una máquina que reproduce frases halladas en algún infolio de sermones de la Edad Media. En aquellos dichosos tiempos se engañaba al pueblo con unas cuantas ideas con desborde de imaginación, con la amenaza del infierno, con la promesa de una paraÃso, con el milagro, en fin, con todo aquello en que hoy ni los mismos curas creen y sin embargo predican e imponen, porque eso les reporta muchas ganancias en mundo, demonio y carne. Fray Juan José sufre una alucinación de púlpito; no de otro modo pontifica "redimir al proletariado no consiste en asegurar las satisfacciones del estómago". He aquà una manifestación de la más luminosa ignorancia, de una ignorancia pomposamente franciscana. No se puede esperar mejor prestancia de un cerebro que siempre ha vegetado entre las tinieblas de una fe artificial, de una inteligencia que nunca ha vibrado con las inquietudes de una redención humana. Ã?l sólo sabe extraer almas del purgatorio por crecidos estipendios, limpiar el camino del cielo para las almas que hacen donación de sus vienen a la iglesia, y acortar la eternidad del infierno con responsos de a peso. Siempre ha de ignorar de la ideologÃa y las aspiraciones de las gentes de izquierda. Y siempre, al par que sus correligionarios, ha de luchar a brazo partido para sostener los privilegios de clase y la miseria y la ignorancia de las masas proletarias, para detener y torcer los rumbos de la evolución del mundo. De otro modo, ¿a quién podrÃa ofrecer la mercaderÃa de sus misas y sus responsos? Para que viva y goce la clerecÃa es necesario que haya ricos y pobres, grandes y humildes, amos y esclavos.
Pero sabemos que un dÃa, ricos, grandes, amos y curas habrán de desaparecer. Entonces todos los hombres serán hermanos y la humanidad vivirá una vida de armonÃa y de trabajo, sin suntuosidades y sin miserias, sin gamonales y sin proletarios. Asà está escrito.