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Domingo 08 de noviembre de 2015

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Cultural El Duende

"Me he ido a todas partes con mis libros y los libros de los demás"

08 nov 2015

Discurso de la escritora Gaby Vallejo Canedo en ocasión del Reconocimiento de la Cámara Departamental del Libro de Cochabamba a su extraordinaria labor literaria

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La palabra fue siempre para mí algo inquietante. Tenía el poder de hacer llorar a la niña que oía la música y la letra de los himnos y canciones de la escuela, el poder de obligarme a registrar las frases dichas por otros que daban vuelta mi mundo, el poder de sacarme del dolor del primer amor inocente y prohibido al mismo tiempo. Fui siempre una muchacha caída en el territorio de las palabras. Fui librepensadora a mi manera. Me resistía a las ceremonias de la iglesia que me hacían daño porque amenazaban con el castigo por algo que no había hecho, porque esa misma iglesia me envolvía en palabra buenas cuando paradójicamente sentía que no las merecía. Así, de pronto me encontré escribiendo mi primer y único poema, el de la jaula de oro que encerraba una paloma herida. Mi juventud se escondió detrás de muchas palabras. Diarios y diarios con palabras que me inquietaban siempre, rescatadas por mí del inmenso universo de ellas que me rodeaban. Las más de las veces, las palabras dolían.

Los escritores, las escritoras, somos seres habitados por ese algo inquietante que nos expone frente a los más terribles sucesos humanos o las más dulces sensaciones. Tal es el misterio de la escritura que no sabemos si viene de los abuelos, de las lecturas, de los otros, de los propios sueños, de las más invisibles realidades interiores. Ese algo inquietante nos acompaña siempre.

Así nacen los libros de poesía, de narrativa, de ensayo. Ellos vagan por bibliotecas, por las mochilas de los estudiantes, en la mano de un lector reflexivo, entre los amigos y no sabemos dónde, pero viajamos por desconocidos lectores que de pronto, en un lugar del mundo, nos hablan de nuestros libros.

Los libros se encuentran entre los bienes que alegran, que emocionan, que hacen llorar, que dan un golpe, que hacen vibrar de una manera extraña el alma como si fuera una guitarra, un violín. Por eso, no tiene precio el acto de tenderse en un sitio a leer para vibrar íntimamente.

Creo haber asumido una expresión que encontré hace mucho tiempo, cuando era joven: "Las chicas buenas, se van al cielo, las otras� a todas partes". Y me he ido a todas partes con mis libros y los libros de los demás.

No sé cuántos años más me regalará Dios, los pies, los ojos, el corazón y las palabras. El único dolor que me acompaña es no poder leer todos los libros que esperan en mi velador y que van siendo reemplazados por otros, los nuevos que luego también se retiran a la biblioteca grande. Libros que he comprado con el mejor de los propósitos, o libros que me han regalado los amigos con el mejor propósito y se quedan, como las tentaciones, sin poder gozarlas.

Después de estas pequeñas reflexiones, tengo que agradecer la oportunidad que me da la vida de merecer el cariño de los amigos de la Cámara el Libro de Cochabamba, que me han señalado como la mujer que recibe este año el reconocimiento como escritora. A René Rivera Miranda, porque estoy segura que él ha apostado por mí, a todos los que han tenido el poder de elección de este reconocimiento, cuyos nombres desconozco por ahora. Agradezco también a los lectores de mis libros. Sin ellos no estaría cumplida la razón de un libro. Niños y jóvenes, mujeres y hombres que me han detenido en la calle para darme el premio invisible de su aprecio como lectores. A los muchos maestros que han decidido incluir un libro mío en su aula. A los amigos de los varios grupos de escritores, académicos, clubes de libro, que me han acogido y escrito muchísimo sobre mí. A la prensa de Cochabamba y del país que ha dado cobertura a comentarios sobre mi producción y a trabajos míos. A los amigos del cine, del teatro, de la danza, de los títeres, que han adaptado mis libros a esos géneros de expresión artística y los han llevado por escenarios de Latinoamérica y el mundo en esa nueva forma artística. Y ahora, a las profesoras de Thuruchapitas que me han acompañado más de 25 años por este sueño de amor a los niños y a los libros. A todos ellos -ya que me equivoco al no nombrarlos con sus nombres propios- mis agradecimientos y mis disculpas.

Y claro, está mi familia, que ha aprendido a aceptar a una madre distinta del común, irreverente, feminista, a una abuela distinta, a una suegra distinta, mis enormes agradecimientos. Jamás me han reclamado el derecho que me he atribuido de ser distinta. Y más claro aún, mi agradecimiento a Dios, que siempre me ha dicho dónde y cuándo.

Termino con una cita, de una mujer, de una escritora: Virginia Wolf: "Las palabras escritas, son palabras compartidas". Esta ceremonia, es una prueba.

Para tus amigos: