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Domingo 08 de noviembre de 2015

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Cultural El Duende

¿Para qué escribir ficción, ahora?

08 nov 2015

En el presente ensayo, el comunicador y ensayista cochabambino Fernando Rollano Prado aborda la importancia de la escritura de ficción frente a la realidad y la plasmación de las libertades individuales

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¿Cuál es la significación de escribir ficción, de inventar en el papel artificiosas y particulares historias (en minúsculas), en este tiempo de transición milenarista, cuando la Historia (en mayúsculas) única y coherente que envuelve y define a gran parte de la humanidad se antoja como agotada y se deja sentir como un callejón sin salida?

Cerrándose el siglo XX y empezando el siglo XXI, la existencia y es estado de ánimo individual y grupal del hombre occidental civilizado, racionalista y utilitario, son herencia de dos condicionantes ideológico-filosóficas, contrapuestas y complementarias, encaminadoras del pensar, sentir y accionar del ser humano en cuestión: el positivismo de la Ilustración dieciochesca y el materialismo histórico del siglo diecinueve.

Ambas corrientes son conjuros utópicos que han dirigido los pasos, tropiezos y saltos del hombre moderno. La primera, el positivismo, convenciéndole que la razón en su ilimitud lo puede todo y que el desarrollo y el progreso histórico son inevitables. La segunda corriente, el materialismo, limitándole su racionalidad mercantilista y coartándole su libertad individual al sentenciar que el individuo está atrapado por sus circunstancias históricas y materiales.

Golpeándose la cabeza, y el cuerpo entero, de pie, apretujado en el ininterrumpido y agobiante vaivén del colectivo sobrecargado que avanza hacia la Estación Felicidad con paradas obligadas en Plaza Desilusión y Campo Angustia, el pasajero, la criatura contemporánea, recogido a la fuerza desde las puertas del jardín paradisíaco y separado de su origen ontológico, parece haber perdido el rumbo y le falla la memoria, lo mismo que la voluntad, sin poder más discernir dónde bajarse, y sin decidir cuál era, en primer lugar, la finalidad de emprender el viaje, de subirse al maltratado colectivo.

El siglo que apenas no deja -que ha triplicado en términos de billones a los viajantes embalados en el colectivo referido- ha sido el período de la lucha por la Libertad (en mayúscula) y de las libertades (en minúsculas).

Desde la Revolución Rusa en 1917, pasando por las de 1959 (Cuba) y 1979 (Sandinista), incluyendo al proceso de descolonización tercermundista de los 60, hasta la Perestroika de los 80, este ha sido el tiempo de la conquista en pos de la Libertad ideológica, política y económica.

Comprendiendo a todos los "ismos" artísticos: romanticismo, simbolismo, impresionismo, modernismo, vanguardismo, surrealismo, existencialismo, realismo mágico; abarcando a todos los otros "ismos" socio-culturales: hipismo, nudismo, sexismo, esoterismo, mentalismo; el siglo XX ha puesto en el centro del escenario, en primer plano, al individuo; a los poderes, derechos y caprichos de la persona, del actor único de esta obra magna.

¿En el campo artístico? Manifestación definitiva de las libertades individuales de expresión frente a una realidad insondable y en continua mutación, este actor ha estado representado, entre otros, por nombres de "maestros" De la transición en la búsqueda estilística y temática, como Manet, Monet, Cezanne, Picasso y Dalí en la pintura; Mozart, Beethoven y Debussy en la música; Flaubert, Joyce, Kafka y García Márquez en la literatura.

Si en la literatura hay un autor que sintetiza en su obra el estado de ánimo de perdido en pos de su libertad interior y exterior del hombre; y de la precariedad e inseguridad de la solitaria existencia humana frente a una realidad incomprensible y hostil, se trata del escritor checo Franz Kafka, retratista intimista y social de la condición humana en el siglo que se despide.

Ahora, más de ochenta años después de que Gregorio Samsa se despertara una mañana convertido en un monstruoso insecto, al hombre del siglo XXI le han crecido alas para construir y habitar la primera ciudadela cósmica, en un intento corajudo por zafarse -igual que Kafka de la opresión del Castillo- del Planeta Tierra; su morada-prisión racionalista y desarrollista.

La imagen arquetipo del hombre-alado del presente y del mañana, es el modelo que se encuentra dentro de una "cajita feliz", mostrando una figura humana cargada y sobre-equipada con lo último de la tecnología -al estilo inspector Gadget-, sostenida en una base de arenas movedizas que la engullen. Modelo miniatura reproducido en gigantes pantallas callejeras con subtítulos en cientos de idiomas en todo el globo terráqueo, al estilo del show de Truman.

Este inspector Gadget, paciente lejano de Gregorio Samsa, se ilusiona con conquistar el cosmos, aun cuando no ha resuelto su dilema hamletiano en sus variaciones actualizadas: ser más o simplemente ser; morir liberándose o liberarse del ansia de ser libre; rendirse y someterse ante las vicisitudes históricas o trascender los condicionamientos y las limitaciones circunstanciales.

Y este transitar entre siglos se registra sin dejar, por lo menos así pareciera ante una mirada contemporánea exenta de una valoración a retrospectiva, a sus correspondientes "maestros de la transición" en el contenido y en la forma de la obra literaria en particular y artística en general.

No hay Monets exhibiéndose en las galerías de arte, ni Beethovens grabando disco de platino, ni Virginia Wolfs levantando olas.

Unos de los mayores logros de la narrativa de finales de siglo, abarcándolo y resumiéndolo, es el best-seller de un autor tercermundista, escribiendo en la lengua del imperialismo colonizante y víctima perseguida de la intolerancia religiosa fundamentalista. "El último suspiro del moro" de Salman Ruschdie publicada el año 1995 es un exquisito fresco barroco-realista-mágico que recapitula un ciclo histórico y artístico/literario de la humanidad, dejando al hombre, futuro escritor/creador y lector/receptor, en medio del absoluto agotamiento existencial, habiendo alcanzado el pináculo de sus ambiciones: colmado de sabiduría hasta darse cuenta cuán poco sabe realmente.

Individuo este, liberado al fin de cualquier referencia y condicionamiento externo para elegir, una vez más, entregarse a una nueva utopía esclavizante; viviendo ya un tiempo actual que se va desconectando del progreso unilineal y de la representación determinista del mundo para adaptarse a una nueva percepción y vivencia espacio-temporal de la realidad en la que prevalece la universalización, la simultaneidad y multidimensionalidad.

Entonces, ¿cuál es el significado de inventar historias de papel a estas alturas del camino? Continuar creándolas es tan importante como seguir leyéndolas. Una actividad convalidando a otra, en un círculo vicioso/virtuoso, que en su eterno retorno contiene a narradores orales tribales y a poetas trovadores; a transcriptores seculares y religiosos; a hidalgos escribanos y a dramaturgos de Stratford; a relatadores de epopeyas y mitos; en resumidas cuentas, a picadores de tablillas cuneiformes y a procesadores informáticos de palabras.

Es que el arte de contar historias es el ejercicio más antiguo del mundo, tan remoto y esencial como los ejercicios respiratorios, por lo que cabe deducir que el ser humano proseguirá creando arte y componiendo literatura mientras este sujeto continúe respirando. Es más, la continuidad y perpetuidad del instante presente del texto leído, de la historia (en minúsculas) re-descubierta, una y otra vez, en diferentes idiomas, estilos y corrientes, aseguraría la consistencia y pertenencia del hombre, del lector, en la Historia (en mayúsculas) común y compartida de la humanidad. La palabra escrita -y leída-, la ficción recreada y compartida, estaría permitiendo que el hombre escape de lo que Heidegger vino a llamar "el olvido del ser".

La novela moderna y contemporánea, en especial, no ha economizado recursos lingüísticos ni escatimado alternativas expositoras para intentar comprender y descifrar la condición y el destino humano. Desde los ambiciosos siete volúmenes de miles de páginas del pasado perpetuo de Proust, atravesando por los menjunjes alucinógenos y surrealistas con heroína intravenosa de William Burroughs, hasta arribar a los mesurados y lacónicos pasteles rurales canadienses de Howard Norman, la ficción ha consolidado al individuo, al yo supremos, como amo y señor de ese gran cambalache, siglo XX.

Que se dé por sentado que, también en este nuevo siglo, desde los anaqueles de las librerías y desde las mesas de noche o vía e-mail desde los monitores de las PCS, los narradores, los escritores y confabuladores de ayer, de hoy y de siempre, seguirán cumpliendo con su consabido apostolado de rescatarnos; con nuestra complicidad del olvido del ser, y todo esto, por supuesto, con las mejores intenciones.

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