Hace poco, la tradicional "Farmacia Oruro", heredera de la pionera "Farmacia Bristol", anunció el cierre de su atención a los clientes en el centro histórico paceño. Poco antes, otra botica pequeña cerró sus puertas cerca de la Plaza Murillo y una de las más antiguas, la "Farmacia Colón" está en venta. Mientras permanecen cerradas las salas de la droguería, donde Domingo Lorini descubrió el "Elixir de Coca".
Antiguamente las boticas eran barberías y centros de conspiración y susurros, letra de tango y confidencia de coquetas porque esos sitios conocían sus secretos. Las farmacias tienen una particular historia en Bolivia, desde la fundación de esa carrera a fines del Siglo XIX, como rama independiente de la Medicina, y mantuvieron un aire de misterio y alquimia.
A mí, como seguramente a muchos, la farmacia me fascinó porque conocí al Dr. Rivera en la Avenida Ecuador preparando recetas en tubos de vidrio que a veces calentaba y las luces amarillas se volvían azules y saltaban estrellitas extrañas. Me encantaba el olor extraño de las pomadas para calmar las paperas que mamá nos colocaba con trapos limpios, calentados en la plancha.
En la Plaza España funcionó durante décadas la farmacia de la Dra. Vilma, quien cumplía un rol de consejera y confidente pues jamás comentaba los males del viejo o los deseos del joven y mucho menos los días rojos de la adolescente. Colocaba las inyecciones en la trastienda y mantenía los preservativos en un rincón alejado de la tentación adúltera. Cuando murió, una red se hizo cargo del negocio.
Impuestos Internos se encargó de ahogar el esfuerzo de una familia con su farmacia en la esquina del Montículo y por una factura de cinco pesos la cerró semanas precipitando una crisis ya agobiada por la competencia de las multinacionales. Las grandes cadenas tentaban a las empleadas con mejores sueldos y poco duró la resistencia.
Era la última farmacia del barrio, donde uno y otro vecino entraba a comprar una aspirina o una crema como un pretexto para la tertulia. Al pasar, nos saludábamos amablemente y siempre un recuerdo para la mamá enferma o para el recién nacido.
Ahora atiende personal despersonalizado detrás de sus computadoras. Los nuevos empleados de las farmacias modernas no conocen a nadie, hay que sacar ficha para una apurada atención, ni saben si tienen uno u otro medicamento y esperan la respuesta desde el sistema electrónico. Nadie se queda a charlar y hay que contentarse con la oferta de un sorteo, con algún premio que nunca toca.
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