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Domingo 25 de octubre de 2015

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Cultural El Duende

En la torre de la Catedral de Santa Cruz de la Sierra

25 oct 2015

Casto Rojas

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Entre las inquietudes del espíritu que Humberto Vázquez-Machicado se ha traído de Europa, la evocación panorámica es quizá la más interesante que le conozco. El alma del paisaje se ha estereotipado en los ojos bebedores de este gran hurón de archivos y bibliotecas.

Después de ocho años ha vuelto a Santa Cruz, y es el mismo. El mismo desasosegado. El mismo insatisfecho con ansias de escudriñarlo todo. De mirarlo todo. Con el polvo que ha aspirado en los museos de Europa y en el Archivo de Indias, cualquiera se habría intoxicado de siglos. Pero él, no.

Ayer, con Humberto Vázquez-Machicado, hicimos lo mejor que se puede hacer en nuestro pueblo cuando no se tiene que hacer nada.

"-Le he pedido la llave de la torre al relojero Jiménez. ¿Quieres subir? Hace diez años que no veo a mi pueblo desde arriba".

-Hace ocho años por lo menos que yo tampoco lo "veo" -le respondí a Vázquez, aceptando de inmediato su invitación.

Como un bostezo se abrió la puerta de la torre. Más allá, subiendo, un pedazo de luz, robado de afuera, se burlaba de la oscuridad que envolvía la gradería a caracol de ladrillos. Un peldaño menos era un recuerdo más de la infancia.

¡Al fin arriba! Miremos.

En el poniente el sol se desangraba en una puesta mediocre. Sin embargo el horizonte dignificaba el paisaje con una sonrisa de carmín y azul. La sensación del límite es la misma que en el océano. El pueblo se desperezaba a esta hora de las 6.

-Mira allá abajo -me dice Vázquez-, es la pampa del Pari. -¿Qué te parece?

-Ciertamente, observamos, aquello es una gota verde en un lienzo pastoril y eglógico. Sencillo y también enorme:

-¡­No es posible que sobre un campo de esperanzas los hombres se hayan matado�!

-Qué sé yo -arguye Vázquez-. Lo que te digo, lo que te puedo decir es que aquello es tan hermoso como los panoramas italianos. Tanto como contemplar la Umbría desde las alturas de Asís, la tierra de San Francisco. Jamás he sentido la sensación de la belleza de mi pueblo como ahora.

(En los ojos de Vázquez se refocila un relámpago de las noches de ayer).

El horizonte es un medio disco al norte. Vuelan por allá unos pajarracos que parecen picar la melena de los bosques altos. Un silbido. La sirena de la usina de luz ha dejado escapar su espíritu. Sobre el lago del Arenal se fuma el espacio el humo de la usina.

Al naciente, el cementerio. El dolor aprisiona el paisaje y lo inmortaliza en un ciprés que se levanta solitario allá lejos.

-Vázquez, ¿te acuerdas cuando éramos muchachos?

-Claro. Por esas orejas de la torre he andado más de una vez. Y fíjate, son quince o veinte metros.

-No hay peligro. A los 12 años llevamos el paracaídas de los 12 años. Es sin peligro.

No sabemos de qué hablar. La visión del futuro nos atormenta.

Ya no serán entonces las calles cansadas o indolentes como ahora. La sencillez de nuestro pueblo habrá desaparecido. Se habrá quedado dormida en nuestros ojos palpitantes de ansiedad. Las chimeneas enmohecerán la beatitud del cielo y tiznarán el rojo de estos techos. Sobre el pueblo se erguirá jactanciosa la urbe.

Y mañana una maestrita de escuela contará una leyenda de este Santa Cruz que se acaba. Tal vez la torre de la Catedral se haga trizas y el espíritu de Humberto Vázquez-Machicado y el mío, prisioneros arriba, se derrumben con ella en la noche de la urbe.

* Casto Rojas. Cochabamba, 1879-1973.

Académico de la Lengua y de la Historia

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