En la torre de la Catedral de Santa Cruz de la Sierra
25 oct 2015
Casto Rojas
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Entre las inquietudes del espÃritu que Humberto Vázquez-Machicado se ha traÃdo de Europa, la evocación panorámica es quizá la más interesante que le conozco. El alma del paisaje se ha estereotipado en los ojos bebedores de este gran hurón de archivos y bibliotecas.
-Hace ocho años por lo menos que yo tampoco lo "veo" -le respondà a Vázquez, aceptando de inmediato su invitación.
Como un bostezo se abrió la puerta de la torre. Más allá, subiendo, un pedazo de luz, robado de afuera, se burlaba de la oscuridad que envolvÃa la graderÃa a caracol de ladrillos. Un peldaño menos era un recuerdo más de la infancia.
(En los ojos de Vázquez se refocila un relámpago de las noches de ayer).
El horizonte es un medio disco al norte. Vuelan por allá unos pajarracos que parecen picar la melena de los bosques altos. Un silbido. La sirena de la usina de luz ha dejado escapar su espÃritu. Sobre el lago del Arenal se fuma el espacio el humo de la usina.
Ya no serán entonces las calles cansadas o indolentes como ahora. La sencillez de nuestro pueblo habrá desaparecido. Se habrá quedado dormida en nuestros ojos palpitantes de ansiedad. Las chimeneas enmohecerán la beatitud del cielo y tiznarán el rojo de estos techos. Sobre el pueblo se erguirá jactanciosa la urbe.
Y mañana una maestrita de escuela contará una leyenda de este Santa Cruz que se acaba. Tal vez la torre de la Catedral se haga trizas y el espÃritu de Humberto Vázquez-Machicado y el mÃo, prisioneros arriba, se derrumben con ella en la noche de la urbe.
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