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Domingo 25 de octubre de 2015

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Cultural El Duende

La amistad, el estoicismo y las preocupaciones intelectuales

25 oct 2015

H. C. F. Mansilla

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En las horas de la soledad, que en la senectud siempre son abundantes, vuelvo a los estoicos. Estos pensadores me enseñaron que la vida se halla a menudo en un permanente desorden. Pero esto es sólo la mitad de la verdad. Las experiencias de la vida, incluidas las íntimas, pueden ser transformadas por nuestra acción intelectual en algo comprensible, lo que incluye un impulso creativo. No podemos permitir que las cosas, el azar y la historia (es decir: el desorden por excelencia) nos sometan a sus moldes de modo inmisericorde. De acuerdo a la tradición estoica debemos tratar, hasta donde nos alcancen las fuerzas y con una sana porción de escepticismo, de dar una forma razonable a las cosas y a la historia. Las grandes obras de la literatura representan un testimonio de que la vida humana consiste en la continuada vivencia de pena, pasión y desacuerdo.

Lo poco que sabemos -por encima de nuestras diferencias- es que los seres humanos estamos expuestos al mismo destino: incierto y a menudo cruel. Pero aun así podemos crear o suponer pequeños sentidos parciales, individuales y temporales, que dan sentido a nuestro quehacer. La solidaridad entre los mortales nace del sentimiento de la soledad, el abandono y la incertidumbre, es decir de fenómenos que a todos nos toca sobrellevar más tarde o más temprano. Esa solidaridad frente al curso del tiempo -el gran destructor- es la que debería promover un entendimiento sensato entre los hombres. Un pesimismo consciente y crítico nos puede ayudar a evitar los extremos, lo que constituye de por sí una pequeña victoria de la razón. La resignación sensata no carece de cierta esperanza.

Me interesan vivamente los estoicos porque supieron concebir un código moral para la adversidad, la ancianidad y la cercanía de la muerte. Cicerón, Séneca, Epicteto y el emperador Marco Aurelio me enseñaron a valorar equilibrada y distanciadamente la riqueza, los honores, el goce del poder y otras minucias que constituyen la preocupación principal de mucha gente, y precisamente de la más talentosa e interesante. Los simples de espíritu no tienen grandes ambiciones o proyectos y por ello resultan algo tediosos en la esfera literaria.

Los estoicos no se opusieron a las grandes fortunas, al éxito político o a la felicidad personal, pero desarrollaron simultáneamente una actitud sabia ante la prosperidad y la desgracia. La serenidad ante los problemas y las catástrofes personales y la templanza frente a la dicha individual y colectiva son sus principales enseñanzas, y para aprenderlas se requiere de esfuerzos intelectuales.

En mi época universitaria me di cuenta de que los tiempos de infortunio siempre son mayores y más frecuentes que los momentos de felicidad, siempre efímeros y precarios, y que por ello necesitamos reconfortarnos mediante un pensamiento vigoroso y realista -sin ser pesimista- como fue el estoicismo clásico. Séneca me mostró que es una simple pérdida de tiempo el quejarse sobre el sinsentido de la existencia. Siempre podemos alcanzar un sentido limitado, de acuerdo a nuestras posibilidades, configurando nuestra vida cotidiana de manera razonable.

Uno de los textos más reconfortantes de la literatura estoica es La amistad de Marco Tulio Cicerón. Disponemos ahora de una brillante traducción al español contemporáneo de la pluma de Mario Frías Infante (La Paz: G. U. M. 2008). Este notable especialista en la literatura griega y latina nos introduce, además, a la vida interior de Cicerón, y nos dice que sus epístolas nos permiten conocer "sus temores y esperanzas, su vanidad en los éxitos, [�] sus sentimientos generosos y nobles, sus sinceros desvelos por la república [romana]".

Ejemplar fue la actitud serena e imperturbable de Cicerón ante los muchos infortunios de su vida política, que terminaron, como se sabe, con su derrota y asesinato. Las relaciones amistosas representaron una de las pocas posibilidades de consuelo ante las múltiples adversidades que sufrió Cicerón. En la introducción de Frías Infante leemos que "la amistad sólo se halla entre los buenos o virtuosos" y que ella es una "fuente inagotable de bienes". Y como asevera Frías, la concepción ciceroniana de la amistad exhibe un claro paralelismo con la doctrina cristiana del amor al prójimo, que fue bellamente resumida por San Pablo en la Primera Epístola a los Corintios.

Luis Urquieta Molleda, llamado el Quijote de la Altiplanicie por Mariano Baptista Gumucio, nos presentó asimismo una visión estoico-racional de la vida en su libro Sol de otoño. Escritos literarios (La Paz: Gente común 2007), sobre todo en los acápites que constituyen homenajes a Humberto Vázquez-Machicado y Alcides Arguedas. El impulso básico que lo anima es un elemento ético que lo induce a meditar sobre el efecto, a menudo devastador y casi siempre ambiguo, que producen la historia y la política en el grueso de la población y en el destino concreto de los seres humanos. Urquieta y yo compartimos el interés por un tratamiento crítico de los grandes dogmas.

Nos inquieta, por ejemplo, hoy en día casi nadie se preocupa por las grandes obras del arte y la literatura, es decir por la creación artística propiamente dicha. Es algo deplorable que nos deja entrever un futuro nada promisorio para estas actividades. Nos produce desasosiego, además, el trasfondo de las grandes modas juveniles de la actualidad. Bajo las consignas de la espontaneidad y la naturalidad, se expande por todas partes una misma tendencia, que se caracteriza, en el fondo, por la informalidad, el desaseo y la grosería. Se puede encontrar la misma indumentaria, los mismos cabellos sucios y el mismo vocabulario desde la tundra de Finlandia hasta la Patagonia argentina.

Hasta los intelectuales y los profesores universitarios alaban el descenso al ámbito de lo plebeyo, descuidado y uniforme. Y, por supuesto, los portadores de esa moda se reclaman de originales, revolucionarios e innovadores. La mayoría de estos últimos no siente probablemente la necesidad de escudriñar sus propios valores de orientación, de cuestionar sus certidumbres ideológicas o de poner en duda lo obvio y sobreentendido de sus creencias bien arraigadas. Ellos creen que ya saben lo que puede y debe ser pensado, enseñado y publicado. Una parte considerable de nuestra producción intelectual reitera y consolida los mitos profundos de estos jóvenes, es decir: los lugares comunes de la mentalidad colectiva.

Menciono estas temáticas, aparentemente dispersas, porque Luis Urquieta Molleda reúne en su persona tres características:

(1) una actitud básicamente racional, estoica y antidogmática ante la vida,

(2) el culto de la amistad desinteresada y

(3) el fomento de la producción artística original y de un enfoque intelectual crítico. Un ejemplo en lo referente a este último punto: Urquieta publicó la primera edición de Cartas para comprender la historia de Bolivia (Oruro: ZOFRO 2013), importante compilación de Mariano Baptista Gumucio. Como aseveró Urquieta en su prólogo a esta obra, la compilación está dirigida a todos aquellos que tienen "interés por ahondar el conocimiento de nuestra historia", ya que las cartas pueden ser una fuente genuina para encontrar datos documentales, para conocer opiniones que no siempre emergen en otros documentos y para conseguir datos biográficos de personalidades públicas.

La carta es la "conversación con un ausente", como dice Urquieta citando a autores clásicos. Las cartas contienen a veces una verdad superior que escapa a los libros. Baptista nos dice que los autores de las cartas no pensaron que ellas saldrían a la luz alguna vez; y por ello estos documentos contienen informaciones confidenciales, hondos sentimientos y expresiones de pesar que es difícil encontrar en escritos destinados a la publicación desde un primer momento.

Por consiguiente para Baptista el interés por los estudios históricos y su ocasional condensación en cartas tiene que ver con el gran anhelo racionalista de esclarecimiento: hay que llegar al fondo de las cosas, a la verdad -si es que hay algo tan inasible como la verdad- y así realizar un acto de pedagogía colectiva, una especie de catarsis social con la intención de conocernos mejor a nosotros mismos. El corolario es claro: hay que examinar nuestros errores y aprender de ellos. En ello Baptista sigue un precepto clásico: La historia es la maestra de la vida, como decía Cicerón. Como se sabe, el olvido y la distorsión de la propia historia han sido siempre un factor poderoso para acrecentar el legado de prejuicios y medias verdades.

Esta obra constituida por cartas estará incluida también en la Biblioteca del Bicentenario. El mérito de Luis Urquieta Molleda es haber intuido tempranamente el valor de esta compilación epistolar. A ello lo llevó probablemente su carácter, que combina la comprensión de la ambivalencia de los fenómenos humanos con la dimensión de una ironía crítica, que es, en el fondo, la distancia estoica con respecto a uno mismo y al mundo. Menciono estos aspectos porque también conforman una parte central del impulso intelectual que guía a Mariano Baptista Gumucio.

* Hugo Celso Felipe Mansilla.

Doctor en Filosofía.

Académico de la Lengua.

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