La amistad, el estoicismo y las preocupaciones intelectuales
25 oct 2015
H. C. F. Mansilla
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En las horas de la soledad, que en la senectud siempre son abundantes, vuelvo a los estoicos. Estos pensadores me enseñaron que la vida se halla a menudo en un permanente desorden. Pero esto es sólo la mitad de la verdad. Las experiencias de la vida, incluidas las Ãntimas, pueden ser transformadas por nuestra acción intelectual en algo comprensible, lo que incluye un impulso creativo. No podemos permitir que las cosas, el azar y la historia (es decir: el desorden por excelencia) nos sometan a sus moldes de modo inmisericorde. De acuerdo a la tradición estoica debemos tratar, hasta donde nos alcancen las fuerzas y con una sana porción de escepticismo, de dar una forma razonable a las cosas y a la historia. Las grandes obras de la literatura representan un testimonio de que la vida humana consiste en la continuada vivencia de pena, pasión y desacuerdo.
Lo poco que sabemos -por encima de nuestras diferencias- es que los seres humanos estamos expuestos al mismo destino: incierto y a menudo cruel. Pero aun asà podemos crear o suponer pequeños sentidos parciales, individuales y temporales, que dan sentido a nuestro quehacer. La solidaridad entre los mortales nace del sentimiento de la soledad, el abandono y la incertidumbre, es decir de fenómenos que a todos nos toca sobrellevar más tarde o más temprano. Esa solidaridad frente al curso del tiempo -el gran destructor- es la que deberÃa promover un entendimiento sensato entre los hombres. Un pesimismo consciente y crÃtico nos puede ayudar a evitar los extremos, lo que constituye de por sà una pequeña victoria de la razón. La resignación sensata no carece de cierta esperanza.
Ejemplar fue la actitud serena e imperturbable de Cicerón ante los muchos infortunios de su vida polÃtica, que terminaron, como se sabe, con su derrota y asesinato. Las relaciones amistosas representaron una de las pocas posibilidades de consuelo ante las múltiples adversidades que sufrió Cicerón. En la introducción de FrÃas Infante leemos que "la amistad sólo se halla entre los buenos o virtuosos" y que ella es una "fuente inagotable de bienes". Y como asevera FrÃas, la concepción ciceroniana de la amistad exhibe un claro paralelismo con la doctrina cristiana del amor al prójimo, que fue bellamente resumida por San Pablo en la Primera EpÃstola a los Corintios.
Nos inquieta, por ejemplo, hoy en dÃa casi nadie se preocupa por las grandes obras del arte y la literatura, es decir por la creación artÃstica propiamente dicha. Es algo deplorable que nos deja entrever un futuro nada promisorio para estas actividades. Nos produce desasosiego, además, el trasfondo de las grandes modas juveniles de la actualidad. Bajo las consignas de la espontaneidad y la naturalidad, se expande por todas partes una misma tendencia, que se caracteriza, en el fondo, por la informalidad, el desaseo y la groserÃa. Se puede encontrar la misma indumentaria, los mismos cabellos sucios y el mismo vocabulario desde la tundra de Finlandia hasta la Patagonia argentina.
Hasta los intelectuales y los profesores universitarios alaban el descenso al ámbito de lo plebeyo, descuidado y uniforme. Y, por supuesto, los portadores de esa moda se reclaman de originales, revolucionarios e innovadores. La mayorÃa de estos últimos no siente probablemente la necesidad de escudriñar sus propios valores de orientación, de cuestionar sus certidumbres ideológicas o de poner en duda lo obvio y sobreentendido de sus creencias bien arraigadas. Ellos creen que ya saben lo que puede y debe ser pensado, enseñado y publicado. Una parte considerable de nuestra producción intelectual reitera y consolida los mitos profundos de estos jóvenes, es decir: los lugares comunes de la mentalidad colectiva.
Menciono estas temáticas, aparentemente dispersas, porque Luis Urquieta Molleda reúne en su persona tres caracterÃsticas:
(1) una actitud básicamente racional, estoica y antidogmática ante la vida,
La carta es la "conversación con un ausente", como dice Urquieta citando a autores clásicos. Las cartas contienen a veces una verdad superior que escapa a los libros. Baptista nos dice que los autores de las cartas no pensaron que ellas saldrÃan a la luz alguna vez; y por ello estos documentos contienen informaciones confidenciales, hondos sentimientos y expresiones de pesar que es difÃcil encontrar en escritos destinados a la publicación desde un primer momento.
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