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Domingo 25 de octubre de 2015

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Cultural El Duende

Exilio, verbo y redención

25 oct 2015

Sissy Torrico

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Lo planteado por Octavio Paz en "El laberinto de la soledad", es parte de una experiencia bastante común para los seres que habitamos este planeta. Muchos escritores y artistas se han referido reiteradamente a la vivencia de la soledad como un aspecto trascendental de la vida; experiencia que por encontrarse siempre presente no es por eso menos auténtica; experiencia real y palpable que aun siendo parte del pasado es un hecho, sin embargo, ajeno, inflexible, hostil e imposible que agranda la sensación de desamparo.

Esta lección vital, a través de la cual uno se reconoce como ente individual y separado del otro, no es menos drástica a pesar de los amorosos cuidados de la madre o de los brazos protectores del padre y la familia. Si yo creyera en Dios podría decir que es consecuencia del primer destierro: la expulsión de Adán del paraíso. Sin embargo, la experiencia de la "separatividad" -como la llama Erick Fromm- es sólo parte de una vivencia única, individual y excluyente por la cual afrontamos y a veces enfrentamos, la indiferencia cósmica. Al respecto Paz escribió: "al descubrirme, descubriste tu ausencia, tu hueco: te descubriste. Ya lo sabes: eres carencia y búsqueda". El exilio -impuesto o auto infligido- y las mofas de los compañeros de colegio y amigos de barrio de la nueva ciudad son otra muestra de ello. Al respecto, muchos de nosotros podríamos parafrasear a Paz diciendo "mis compañeros me condenaron al destierro" porque "el extranjero es siempre sospechoso". Pero las cosas van más allá.

No se trata solamente de la suspicacia producida por una entonación diferente de hablar, por los modismos utilizados o por costumbre provenientes de lejanas y casi desconocidas regiones del país. Tampoco me refiero a la xenofobia altiplánica contra los corpulentos, blancuzcos y desenfadados habitantes de las tórridas selvas orientales. Ni quiero pensar en el miedo colectivo que una sociedad en crisis, como la de nuestro país, continúa demostrando hacia ciudadanos que más parecemos extranjeros exiliados en tierra propia. Las explicaciones pueden variar desde un generalizado sentimiento de inseguridad, incluyendo paranoia excesiva, que ciertamente padecen casi todos los bolivianos desde las guerras independentistas, hasta crónicos niveles de ignorancia así como a circunstancias históricas y sociales analizadas tan ampliamente por los expertos. La situación alcanza niveles escandalosos cuando, además de las razones expuestas, se es condenado por el sólo hecho de haber nacido mujer. ¿Nos es acaso ajeno el reclamo de Sor Juana Inés de la Cruz o son obsoletos los poemas de Juana de Ibarbourou o de Gabriela Mistral o es menos real y vigente por ser casi desconocido el reclamo de Adela Zamudio?

La desconfianza, hasta cierto punto natural, de las diferentes culturas que hacen a nuestro país, se convierte en un escándalo moral cuando se analiza la dictadura tradicional del machismo que opera de modo inquisitorial y represivo. La circunstancia social se convierte en represora alcahuete de una tiranía pensada para perpetuar el sistema. Ya no basta referirse a las persecuciones de escritores, artistas y librepensadores sufrieron en el decurso histórico a raíz de pertenecer a tal o cual bando ideológico. Sobran ejemplos de esa índole no sólo en nuestro país sino en la historia de la humanidad toda desde sus raíces hasta este recientemente estrenado milenio.

Tampoco voy a profundizar en las conocidas maniobras del aparato estatal ni en las manipulaciones que la burocracia inventa para frenar los intentos de superación de mujeres que, igualmente o más capacitadas, deben trabajar el doble que sus similares masculinos para lograr un puesto similar con la mitad de sueldo. Prefiero referirme a la actividad creadora como mecanismo catártico y al proceso por el cual toda la energía centralizada en aquellos hechos encuentra su cauce y da lugar a un determinado tipo de producción intelectual. Los cuestionamientos antes realizados conllevan, obviamente, una meditación interna que pretende encontrar una explicación a esta enfermedad colectiva de la sociedad actual. Búsqueda permanente que jamás cesa pues cuando se logra una respuesta, nacen mil nuevos cuestionamientos. El sentimiento de abandono que surge cuando se experimenta la soledad es el motor primordial para buscar las causas de tal circunstancia. Esta búsqueda algunas veces se realiza de manera racional, otras como procedimiento inconsciente. Pero ambas son parte de un mismo proceso activo, móvil que aguijonea el ser e impide el estancamiento y la resignación.

Es necesario, por tanto, atreverse a descender a los infiernos, enfrentar los fantasmas personales y lanzar la pregunta. La idea es no ser cómplice de los hostigadores y evitar el status quo y la "ortodoxia intelectual". La estrechez mental perpetúa el orden establecido y ahonda la soledad y la marginalidad. Afortunadamente, una buena dosis de marginalidad es necesaria para generar una actitud crítica contra la agresividad popular y la opresión estatal. El criticismo y el revisionismo son posturas sanas frente a los dogmatismos ideológicos. De esa manera, la búsqueda adquiere sentido: primero, en el quehacer del pensamiento humano y, segundo, como autorrevelación. Asimismo, hace a dos mundos estrechamente relacionados: el de las ideas y el de las creencias. Ese comportamiento iconoclasta, a veces considerado hasta sacrílego, permite que surja el cambio; permite demoler las figuras engrandecidas por el oficialismo y romper con procesos monolíticos. Como Peret dijo, este siglo ha sido "el del deshonor de los poetas"; deshonor que se ha traducido en marginalidad, persecución y hasta en muerte.

Por otro lado, se menciona con frecuencia el compromiso que todo artista debe adquirir, pero ¿compromiso con qué o con quién? Nietzsche habla de la crítica moral como un análisis de aquello que escodemos; del significado secreto y encubierto de las ideas, las creencias y las palabras; de todo lo enmascarado que debe explorarse para encontrar su verdadero significado.

Hay que aclarar, en primer lugar, que el compromiso del arte per se es algo irrealizable porque no es un ente diferenciado y autónomo. Es el resultado de una actividad generada por una determinada actitud del artista. La independencia del arte se da como producto final y es recién en esta fase que produce una determinada reacción con el interlocutor; reacción de aceptación o rechazo.

Por otra parte, el tan mentado compromiso que debe asumir el artista, desde el punto de vista político, tampoco es algo deseable porque ello significa prestarse a egoísmos sectarios y partidistas que siempre van en desmedro de algún sector. El arte estatal no debe existir. El poeta, así como cualquier ciudadano, debería realizar un compromiso entre su yo interior -el yo de los valores e ideales- su sociedad y la realidad. Ese compromiso, por tanto, únicamente sería valedero cuando se selle con la realidad exterior y con los valores intrínsecos de cada quien. Entonces, crítica y compromiso se tornan concomitantes en lugar de antagónicos y se convierten en acciones creadoras.

El proceso de búsqueda, originado por la comprobación de la otredad, se convierte así en una bendición que permite al poeta transgredir la realidad y descubrir nuevos significados. De esa manera es posible entender el lenguaje que adquiere matices insospechados, los llamados signos en rotación de Paz.

Aunque no siempre es posible conocer la respuesta y el significado de lo real ya que el devenir histórico de la humanidad se encuentra marcado por la eterna búsqueda. Ese afán explorador es el proceso creador en sí mismo; es el principio que le da sentido a la existencia porque parte de la sabiduría es aprender a tratar con lo otro; aceptar la heterogeneidad es aceptar la realidad. Así, para que la creación se realice es necesaria una actitud de reconocimiento de la realidad, de aceptación y tolerancia, lo que implica la adopción de una actitud poética en el más amplio sentido de la palabra.

Si bien la filosofía abre las puertas del infierno al permitir que la razón enfrente a dios cuestionando, a través de sus diferentes categorías, la esencia inmediata de lo que nos rodea; por otra parte, el arte permite la comunión con la realidad inmediata del ser, con lo más íntimo de la espiritualidad humana. El quehacer intelectual perteneciente al ámbito filosófico viene a ser la actitud crítica de la razón, actitud de enfrentamiento, de confrontación, antagónica con esta. Mientras que el compromiso es parte del gesto poético y de la esencia creadora. Significa apertura y entrega. No es posible encontrar compromiso allí donde no existe un espíritu abierto hacia el otro, con predisposición a la aceptación, a la tolerancia y a la entrega. Al abrirnos al compromiso, el ser humano inicia un proceso de renacimiento. Actividad individual, solitaria y oscura que es, por sí misma, un acto de recreación que compromete al hombre con el medio en el que se desenvuelve y, por ende, con la historia. De esa manera, el compromiso del artista es un compromiso con la historia que va más allá de las exigencias de la razón. El compromiso histórico se genera en el interior humano, en el punto en que la conciencia enfrenta a la razón; conciencia que es "la medida suprema de toda cultura, la viviente realidad más allá de toda ley". La historia nos atraviesa, nos rebasa y es imposible zafarse de ella. Tener conciencia de ella y responsabilizarse es la misión de todo ser humano.

Finalmente, exilio, verbo y redención alcanzan la plenitud cuando quehacer intelectual y rebelión confabulan para que el compromiso del artista dé pie a la mayor libertad del ser humano y se haga realidad a través de una obra de arte, cualquiera sea su representación.

* Sissy Torrico Calvimontes. Tarija, 1960. Narradora y poeta.

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