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Domingo 25 de octubre de 2015

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Cultural El Duende

Visto y no visto: Oruro

Juan Cristóbal Mac Lean

25 oct 2015

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No se debe este título, en el fondo, a la brevedad, a las pocas horas con que Oruro habría sido entrevisto por un pasante. Se debe, más bien, a la pregunta de si alguien alguna vez habrá visto Oruro. Y si bien puede decirse que nunca nadie haya visto Oruro -debido a la ceguera, como ya explicaremos-, sí que muchos -se afirma que sobre todo los orureños- han vestido Oruro, con la deslumbrante vestimenta con que se lo viste cada carnaval -y así son vistos: como vestidores de un maniquí que no ven cegados por el resplandor de su traje de luces.

Puede que no se vea Oruro pero, estando allí se ven montones de cosas.

Desde la ventana de mi hotel, por ejemplo, en una sola tarde vi pasar dos largos y lentos, herrumbrados trenes de carga, repitiendo su hermoso pitido lento y largo por la tarde, entre la polvareda y la basura -que es una de las características principales de Oruro, ella misma una mancha urbana flotando sobre el mar de un inmenso basural. Y tal mancha urbana, a su vez, es la más contaminada de Bolivia. Sus pobladores, todos, sin duda sufren de toxemia aguda.

En cuanto a la dialéctica entre máxima visibilidad y ceguera, esta pareciera ser el tema o motivo, en sentido musical, que mejor define a Oruro. Se la puede rastrear desde su misma ubicación geográfica, en medio del altiplano.

En un día de sol, como todos lo saben, el altiplano se llena de espejismos. Y algo de espejismo tiene Oruro. Luego está la minería. El resplandor y el deslumbre del metal se los busca dentro de oscuros socavones. El excesivo brillo (óptico o imaginario) que produce el metal queda, pero su (pasado) resplandor no ilumina el mundo. Quedan los ojos enceguecidos. ¿Y qué queda de toda la riqueza extraída de las minas de Oruro? Basurales y ruinas, muertos de tisis y mayor pobreza.

En la misma línea de especulaciones en torno al claroscuro, los excesos de luz y las largas sombras que ella arroja, está, ejemplar y actual, el caso del famoso, mundialmente famoso Carnaval de Oruro.

El tal carnaval ya debe haber arrojado varios millones en Oruro, pero qué cloaca se los habrá tragado es algo difícil de determinar, más aún si las mismas cloacas y demás sistemas sanitarios en Oruro viven en permanente crisis. En todo caso, volvamos a la naturaleza del carnaval, sus diablos y sus luces.

Como se sabe, Oruro, en tanto que ciudad, pasa todo el año una vida vegetativa, sonambúlica y aletargada, aunque secreta y subterráneamente agitada por las grandes actividades ligadas al contrabando y al narcotráfico.

Pero, llega el carnaval y todos súbitamente despiertan. Todo se viste de gala, todo es un solo traje de luces y durante varios días, desde los primeros convites hasta el final, se baila y se bebe y se bebe y se escucha la maravillosa música de los más grandes maestros de toda la región. Por varios días se entra en el espacio sustraído al ajetreo normal de la vida, bailando en el espacio de la fiesta total y se viven fenómenos catárticos tal como, por otra parte, en los procesos psicoanalíticos se revive el trauma para salir de él.

Se vive a la luz de los grandes resplandores, en un visto y no visto de la luz del sol, bajo la música de los ángeles (como en los decorados que traza el imaginario de la muerte), para que luego, pasado todo, queden los ojos cerrados y un ch´aki que se extiende por el resto del año. De ahí que durante él nadie vea Oruro. Nadie la vea como lo que es: similar a una ciudad que acabara de ser bombardeada, llena de ruinas, espantosos hoteluchos, basurales, zanjas, escombros tirados, incomprensibles obras ediles abandonadas o eternamente a medio hacer�

Menos mal, quedan los mercados. Como Oruro también es, esencialmente, la gran feria del altiplano, pasear por esos mercados es lo más hermoso y lo único hermoso que queda en Oruro. Son enormemente campesinos, indios, poblados de presencias y fantasmas que apenas se tocan, a través del intercambio monetario, con la llamada modernidad y el desastrado mundo urbano de estos tiempos.

Y menos mal, en fin, quedan lentos y largos, herrumbrados trenes de carga pasando por la avenida, lanzando sus pitidos como desde otros tiempos, hacia otros tiemposÂ?

Juan Cristóbal Mac Lean. Cochabamba, 1957. Poeta,

ensayista, traductor y pintor.

Tomado de "Fe de errancias" (2008)

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