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Domingo 25 de octubre de 2015

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Cultural El Duende

El lexicógrafo

25 oct 2015

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Con el montón de palabras recogidas a lo ancho y largo de las callejuelas, tocando portones y ventanas, con los pasos cansados y sin aliento que le alcance para recorrer una esquina más, se sentó sobre las gradas derruidas por la lluvia constante que caía sobre aquel pueblucho, ante aquel portal que asemejaba una simple ánfora de tiempo e historia. Era la iglesia.

Su saquillo, cubierto de polvo y de manchas de barro, como no pocos remiendos de distintos trapos, mostraba una abundancia deforme y algunas grietas. Similar era su vida, pues las grietas y los remiendos también los llevaba él, pero en el alma. Y por lo que a primera vista se podía percibir, los recuerdos delataban su apariencia. Sí, su vida era un cúmulo de experiencias de distinta índole que respondían a cualquier pregunta imaginable: era sabio y esa era su virtud y su desgracia, su condena y gozo.

El descanso se hizo eterno, el viejo saquillo, lleno de palabras, yacía encorvado a su lado, húmedo, con barro, y, al igual que su dueño, parecía abstraído en su historia. Ambos estaban perdidos en los recuerdos, solitarios, cansados� El calvario había comenzado quince años atrás, cuando el hombre correteaba libre por las ciudades, desnudo, con la mirada despierta y sin más apuro que sus deseos. Fue un día de esos en que su alma le reclamó su cruz y él no tuvo más remedio que aceptar su verdad y emprender la marcha por la tierra de siempre, allí donde el lenguaje es perenne, en busca de palabras viejas, nuevas o a medio uso. Al principio, el trabajo le pareció llevadero, pues cumplía su labor con la emoción de un recién nacido, pero con el tiempo, su cruz se hizo más pesada y en consecuencia las experiencias eran recurrentes por el error. Así el hombre desnudo, se vistió de sabiduría con los años, y su mirada antes despierta, se trocó en pensamiento abstracto, ausente, con el único deseo: el encontrar la palabra última que ponga fin a su largo recorrido.

Al instante, el viento trajo rumores de lluvia, se estrelló en el bulto primero, y luego en la faz del peregrino quien despertó de sus recuerdos tan solitario y perdido como estaba en su letargo; agarró su saquillo de palabras por el amarro, lo cargó sobre sus hombros, dejando una mancha de barro sobre las gradas derruidas de aquella iglesia muda, mientras la lluvia volvía a desparramarse sobre el pueblucho aquel.

Las nubes sangraban la agonía del ocaso.

Javier Domingo Aruquipa Paredes. La Paz.

Licenciado en lingüística.

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