Miercoles 21 de octubre de 2015

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Cuantas veces la humanidad ha podido comprobar que la fe "mueve montañas" y "de lo imposible hace posible". Es la fe en Dios la que ha fortalecido la grandeza de la humanidad; es la fe la que consigue la unidad e integración entre los pueblos; es la fe la que se encarga de practicar la caridad, la humildad y las esperanzas. Es realidad que hasta los menos creyentes sienten -aunque sin creer- pero que, en su momento, les da fortaleza y les abre caminos para la vida.
Muchas veces, en todas las creencias religiosas, y muy especialmente en el catolicismo, se habla de la creencia en Dios, en su infinita misericordia, en sus manifestaciones de generosidad y justicia con los hombres; pero, esa creencia no se la comparte, no siempre se la hace parte sustantiva de vida con el prójimo, con el pueblo que es parte decisiva de la vida de los hombres.
Un principio elemental de creer señala que tener fe en Dios es tenerla también en el prójimo que nos rodea, que es parte del diario vivir, que es importante para el entorno en que nos desenvolvemos. Ese prójimo que está casi siempre a la espera de mejores tiempos que permitan superar sus angustias, penas y sufrimientos, especialmente cuando se pertenece al mundo pobre y subdesarrollado pero que, al no estar convencidos plenamente de ser víctimas de la pobreza, menos pueden ser comprendidos por quienes poseen mucho tanto en bienes económicos, materiales de toda laya y condiciones morales para creer en Dios y, a su vez, tener fe en el prójimo.