Tenemos prisa por llegar, por marcharnos, por ganar, por tener, por consumir�. Nuestra mente va un paso por delante de nosotros mismos. Los "tengo que�" ocupan nuestro tiempo, sin darnos cuenta de que nuestros momentos, esos momentos únicos que sólo están en el presente, quedan desdibujados.
Vivimos deprisa, muy deprisa. Nuestra cultura premia este estilo de vida, la rapidez, la productividad, la impaciencia, la urgencia, son signos de valÃa, asà que ir más despacio es sinónimo de ser lento, torpe o inútil.
Es cierto que la cultura impone su ritmo, sin embargo, hay personas que tienen mayor tendencia a poner su conciencia y su atención en el camino en lugar de ponerla en la meta.
Siempre tienen prisa, hablan rápido, comen rápido y casi sin masticar, conducen a gran velocidad y cuando están, excepcionalmente sentados en el sofá de su casa, no dejan de mover la pierna o tamborilean con sus dedos sobre la mesa. Se trata de personas impacientes que se imponen tantas tareas que siempre les falta tiempo, por eso es fácil encontrarles tensos, irritables, irascibles, enfadados y refunfuñando por cualquier cosa.
Sus pensamientos están puestos sólo en el "hacer". Dan prioridad a la cantidad sobre la calidad, que no logran alcanzar. Centran su rendimiento y colocan toda su energÃa en la competitividad. Por eso el trabajo es lo más importante en su vida.
Aunque pueden aparentar ser personas seguras de sà mismas, tienen una autoestima baja y su mayor miedo es el fracaso. Su autoestima se nutre de fuentes externas por lo que tienden a valorarse en función de los resultados y para conseguirlos se exigen a sà mismos hasta exprimirse.
Tienen mucha dificultad para ponerse en el lugar de los demás por su bajo nivel de empatÃa, que se ve favorecido por la propia desconexión de su mundo emocional.
Cuando logramos entender que por más que corramos no llegaremos antes, comenzamos a PARAR, palabra clave para vivir sin prisa. Parar, mirar en nuestro fondo, muchos de nuestros problemas tienen su origen en nuestra ceguera hacia nosotros mismos, en no darnos cuenta de que somos los artÃfices de nuestra propia vida y los gestores de nuestro tiempo.
Desde luego podemos seguir culpando a los demás de nuestro estilo de vida, por las urgencias que nos imponen o a las circunstancias que atravesamos, sin embargo, con esta actitud sólo continuaremos haciendo más de lo mismo hasta el agotamiento. Cada uno se impone su propio ritmo y por tanto puede detenerlo en el momento que se lo proponga. Si hemos actuado hasta ahora por inercia, justo ahora es el momento de decidir un nuevo estilo de vida más calmado y saludable.
Buscar una forma de vivir más tranquila nos permite dar su espacio a cada cosa que encontramos en el camino, disfrutar de cada momento, que es único en sà mismo. Las grandes vivencias son las que mejoran el alma de quien las vive y no requieren de grandes acontecimientos o grandes logros, sólo se precisa estar presente en el momento que ocurren.
(*) Psicóloga, profesora de la Universidad de Murcia (España)
http://www.telefonodelaesperanza.org
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