Sábado 17 de octubre de 2015
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Nos despertamos cada día entre una estridencia de Álvaro, un chiste del Gringo o una alucinación de Marianela, inauguraciones sin fin sean nuevas o repetidas, elecciones nacionales, elecciones subnacionales, referendos autonómicos, nuevas convocatorias a sufragar. Esta vorágine traga muchas historias y muchos datos que un día son titulares y humo al anochecer.
Uno de esos espacios que más funciona como moledora de carne desde el 2009 es el Tribunal Supremo Electoral, cuyas autoridades departamentales o nacionales pueden permitirse errores y horrores permanentes sin enfrentar por ello alguna consecuencia. "Sólo son daños colaterales", podríamos parafrasear a George Busch hijo.
Para no ir demasiado lejos, recordemos sólo algunos episodios. Un primer acto dramático fueron las absurdas elecciones para nombrar autoridades en el Poder Judicial, cuya factura estaba desde el inicio plagada de contradicciones. La opinión pública (¡y la historia!) conocen el resultado de aquel invento, alabado sólo por Denis Racicot, de Naciones Unidas.
Ningún boliviano puede asegurar si las cifras del voto nulo eran esas o superaban mucho más. Sin embargo, la población debe tragarse el costoso juego y el colapso de la justicia boliviana, que desde 2000 iniciaba un tímido proceso de mejoras.