Por lo tanto, quien hace una silla, en realidad construye dos, sabiendo muy bien que la verdadera siempre se quedará en los extramuros de la vida, observando no sin sorna cómo la otra sale briosa y campante a ocupar su sitio en el mundo efÃmero, remedo del sólido universo invisible.
Por lo demás, una silla no es nada importante. Nada en ella nos promete la dicha. Una silla es una silla y nada más. Un objeto desprovisto de los atributos de la perfección, que sin embargo nos aguarda pacientemente al anochecer y nos saluda en las mañanas con el calor de las cosas leales e invariables: el silencio.
Y una silla repentinamente puede convertirse en suntuoso objeto de veneración, apta para confundir a los superfluos, a los que esperan la aparición de aquello que no convocaron con la oración del alma.
Yo hice tres sillas en el curso de mi existencia. Y las construà mandado por la voz de los montes. La primera -con madera de un cajón de vino- conserva todavÃa su color amarillo y su soledad: no la uso, porque está lejos y porque me pone triste. La segunda fue diseñada en la carpinterÃa de un amigo, en el barrio de Achachicala, con listones del Alto Beni; es negra y de alto espaldar, y fue la compañera de mi soledad difunta durante varios años. Tampoco está aquÃ, en esta casa, donde acabo de concluir la tercera.
¡Oferta!
Solicita tu membresÃa Premium y disfruta estos beneficios adicionales:
- Edición diaria disponible desde las 5:00 am.
- Periódico del dÃa en PDF descargable.
- FotografÃas en alta resolución.
- Acceso a ediciones pasadas digitales desde 2010.