Loading...
Invitado


Domingo 11 de octubre de 2015

Portada Principal
Cultural El Duende

El aforismo y la filosofía

11 oct 2015

Federico Blanco Catacora

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

El lenguaje filosófico. Entre el pensar y el decir filosóficos existe más que una yuxtaposición, una interpenetración sustancial, un acondicionamiento recíproco. A cada estilo en el pensar le corresponde otro en el decir y viceversa. Por el hecho de constituir un pensar sobre pensamientos, la reflexión filosófica, antes que un comunicar a los demás ese pensar, presupone un hablar consigo mismo y la comprensión que obtenga un filósofo de los alcances de su propio pensamiento dependerá en gran parte del lenguaje en el que dialogue consigo mismo. Es verdad que en el curso de la comunicación surgen nuevas perspectivas y pensamientos fecundos, pero sólo en la reflexión ocurre su tratamiento riguroso, metódico y fundamentado.

El pensar sobre otros pensamientos es posible precisamente por obra del lenguaje, porque las palabras detienen, inmovilizan y fragmentan el fluir pensante permitiendo realizar combinaciones inusitadas, descubrir nuevos nexos significativos entre ellas y, a través de ellas, transitar nuevos caminos en el pensar. Esto no significa que la filosofía se reduzca a un pensar sobre palabras sino que estas constituyen un medio para arribar a los pensamientos y estos un medio para llegar a los objetos. Tampoco significa que la filosofía deba reducirse a un simple examen crítico del lenguaje.

El mundo de objetos sobre los que reflexiona la filosofía es diferente del que corresponde a la experiencia cotidiana y sin embargo lo penetra. De ahí que la filosofía haya adoptado y adaptado a su modalidad reflexiva de pensar, los vocablos del habla común -no solamente los nombres sino las demás palabras que cumplen diversas funciones en la proposición. Otro tanto ha hecho con el lenguaje científico y con el literario. Por esta adopción y adaptación de términos que no surgieron del contacto inmediato con los objetos propios del discurrir filosófico es que el lenguaje filosófico sea esencialmente perifrástico.

Los idiomas se han formado en el ejercicio de la comunicación. Así como las posibilidades de la autocomprensión están condicionadas en la actividad reflexiva por las posibilidades idiomáticas -con todas sus deficiencias-, de igual modo se encuentran implícitas en el decir no sólo la posibilidad sino también la necesidad de expresión y comunicación. Pero en este afán por comunicarse con los demás, si espera algo del entendimiento ajeno, el filósofo no puede emplear en todos los casos las mismas formas verbales que han surgido espontáneamente al hilo de su meditación. Se ve entonces obligado a "traducir" sus reflexiones -pensamientos y palabras- en otras formas verbales, promoviéndose un nuevo menester: el de parafrasear.

En este repensar el contenido que surgiera de su primera reflexión con la ayuda de otras expresiones menos espontáneas pero más comprensibles y aun estéticamente más agradables para los demás, los filósofos han recurrido a diversas formas de exposición tales como los estilos científico y escolar y las formas literarias.

Entre las formas literarias adoptadas por los filósofos para difundir sus ideas se encuentran el aforismo, el poema, el mito, el diálogo, el soliloquio, la confesión, la autobiografía, el ensayo, la novela y el teatro.

Aparte de los motivos válidos para cada caso, esta preferencia por el revestimiento literario de las ideas filosóficas se explica porque el decir filosófico es continua perífrasis y paráfrasis. No obstante, hay otro motivo más importante, decisivo tal vez, que revela simultáneamente el carácter del filósofo y de su filosofía: la subjetividad. Se diría que en estos pensadores de inclinación literaria la teoría -el descubrimiento y la contemplación de lo verdadero- no ha dejado de ser una experiencia personal para convertirse en un sistema objetivamente válido. En ellos aparecen los pensamientos a modo de vislumbres geniales pero aislados, inconexos, como flotando en un océano de intensa vida afectiva; se califica frecuentemente sus reflexiones de pensamientos "sutiles", "agudos" o "profundos". La sutileza y profundidad se encuentra más en los sentimientos que en los pensamientos mismos. Sus reflexiones carecen de aquella interconexión y recíproca fundamentación que dan al saber filosófico el carácter de coherencia estricta, de claridad y de autoevidencia.

En suma, las formas literarias se adaptan mejor al pensamiento filosófico en el que predomina lo fragmentario, asistemático, antinómico, provisorio y politemático.

El aforismo. Los estilos elíptico y parafrástico, entre otros, corresponden respectivamente a los modos sintético y analítico del pensar. El aforismo es un caso de estilo elíptico, el comentario es un ejemplo de estilo parafrástico.

Los estilos elíptico y parafrástico, entre otros, corresponden respectivamente a los modos sintético y analítico del pensar. El aforismo es un caso de estilo elíptico, el comentario es un ejemplo de estilo parafrástico.

Además de constituir un enunciado breve en el que se han suprimido las palabras que pueden sobreentenderse sin perjudicar la correcta comprensión del pensamiento que se intenta expresar, el aforismo es una proposición independiente de cualquier contexto verbal. No es una proposición entresacada de un encadenamiento discursivo sino un decir concluso, rotundo, definido en sí y por sí mismo -esta característica ya se encuentra señalada en el término griego "aphorismós", origen del vocablo castellano. Y por no traducir un fragmento condicionado al todo de un razonar discursivo, el aforismo es, en rigor, el modo expresivo adecuado para una intuición, para la captación directa, el vislumbre súbito de una relación o de un complejo de relaciones. Pero no es una expresión simple y directa sino multívoca, porque con el enunciado explícito se da simultáneamente el tácito apuntar hacia un contenido diferente.

Más aún, la intuición de una verdad es insinuada por quien la comunica a través de un aforismo como una verdad necesaria, apodíctica. Esto explica su carácter sentencioso y grave, presentándose en muchos casos como un precepto, enseñanza moral, doctrina o regla de conducta.

Los aforismos adoptan diversas formas pudiéndose distinguir entre ellas algunas que les son más familiares. El giro usual es la paradoja, como puede reconocerse en el siguiente ejemplo: A veces la fuerza consiste en no obrar.

Una modalidad menos aguda en la contraposición que la paradoja es el simple contraste: Llevan en la jornada, / los que se van, el desencanto, / y los que llegan, la esperanza.

Otra variante de las formas anteriores es el retruécano: ¡Si sólo el mal humano fuese el no poder sino el mal! Mas, el mayor mal es no poder ni el mal.

Una cuarta modalidad semejante a las ya citadas es la comparación irónica: Unos ponen una ciencia o una técnica al servicio de sus pasiones, -son los artistas; otros ponen una voluntad al servicio de una idea, -son los sabios y los héroes.

Puede asimismo adoptar la forma de una simple descripción: Los campos se pueblan de miseria, de ignorancia y de abandono, y se despueblan de hombres. Sólo los parias no pueden huir de ellos.

En otros casos puede presentarse una gradación: En Cicerón el erudito es más que el sabio, el orador más que el erudito, y el relator más que el orador.

Aforismo y definición pueden coincidir por la forma: Comprensión compartida, eso es el arte.

Muchas veces el aforismo adopta la modalidad de un precepto: Debes cuidarte de ti mismo, porque eres tu enemigo.

Suele también adoptar la forma de una pregunta: ¿A dónde el espíritu tiende sus velas que no arriesgue de naufragar o de descubrir un mundo?

En fin, el aforismo puede presentarse a través de una exclamación, un simple señalamiento, una advertencia, una observación y así siguiendo, formas que a su vez se combinan entre sí dando lugar a innumerables tipos mixtos.

Existen libros que no son sino una colección o selección de aforismos y existen otros que no constan de aforismos pero poseen un estilo aforístico. Esta distinción es importante porque a menudo se discute inútilmente si un autor, como Pascal por ejemplo, ha escrito o no aforismos. Notas sueltas, fragmentos o bosquejos pueden adquirir el estilo aforístico, o sea, las características propias del aforismo, aunque el proyecto del autor haya sido inicialmente otro.

* Federico Blanco Catacora. Oruro, 1926 - La Paz, 1992. Filósofo y políglota

Para tus amigos: