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Domingo 11 de octubre de 2015

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Cultural El Duende

Lorenzo, el lebrel de Adela y la casa del "Rosal"

11 oct 2015

El texto forma parte de "La verdadera Adela Zamudio", escrita por Gabriela Taborga de Villarroel, sobrina nieta de la poeta

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Al quebrarse en Corani la economía de don Adolfo Zamudio, con la subasta judicial de la propiedad, la familia abandonó el fundo que ya no le pertenecía y se reinstaló, en calidad de simple arrendataria, en el Pujro suburbano. Posteriormente fue Viloma, que tampoco resarció con su productividad, pese a la sacrificada presencia de todos los Zamudio-Ribero, hasta que hubieron de trasladarse, otra vez como inquilinos, a la vereda oeste de la calle Ayacucho, entre Santiváñez y General Achá, -probablemente denominadas entonces Santo Domingo y Compañía. La propiedad pertenecía al presbítero Manuel Anzoleaga, después Párroco y Monseñor. En aquella casa murió doña Modesta, en 1897, y pasados unos años don Adolfo. Allí también recibió la postrera carta de su hermano Máximo que marchó a la Guerra del Acre. En el reverso, Adela, con clara letra escribió la sentida frase. "Su última carta, su eterna despedida".

En esta casa, ubicada enfrente de la que hoy es propiedad de mis primos hermanos Torrico Arias; vivió muchos años; no sé cuántos. Le atraía la vecindad de don Rodolfo Torrico Zamudio, su sobrino dilecto.

Al comenzar la década del 20, hubo de dejar esa vivienda, probablemente porque fue vendida a Roberto Quiroga y su esposa Elena Ugarte. Finalmente se instaló en la calle 25 de Mayo, entre Bolívar y Perú, de cara al convento de San Francisco. Ahí convivió con mi familia, y allí exhaló su postrer suspiro. Desde esa morada partieron a la "capilla ardiente" de la Universidad sus restos mortales.

El imperecedero el recuerdo de su casita de Calacala. Escenario de travesuras inocentes de la infancia de sus sobrinos nietos. Aún persisten en mi memoria las estancias saturadas con la fragancia de su ser. Como en la niñez, admiré a Adela. Ahora etérea, frente al jardín que repaseaba incansable. Su frente cubierta por albo pañuelo y su figura imborrable, me semejan palpables por la intensidad de la hipermnesia. Sentí el calor de su regazo y el perfume delicado de sus cabellos ya canos?

La casucha de adobes oriundos se conformaba por dos amplias piezas. Un corredor delantero enladrillado, era el mirador del huerto. La escritora ocupaba la estancia los fines de semana, casi siempre en la compañía de uno de sus sobrinos. Sentada en el sillón de don Adolfo, permanecía con los ojos semicerrados o perdidos en lontananza; en calma espiritual y descanso. Bajo el techo de aire puro se nimbaba en dulce paz. Ni tomaba notas ni escribía. Pero evidentemente, esos fueron los instantes de mayor intensidad intelectiva.

Su huerto -casucha de Calacala- encandila la memoria, vivificando e iluminando mi espiritualidad. Se hallaba situado en la región conocida con el poético nombre de "El Rosal". Por las cabeceras corría el Cantarrana de cristalinas y tintineantes aguas. Lo ribeteaban lirios blancos o lilas que reverberaban en primavera, ensanchando la serenidad del alma. Adosados a los adobes murales trepaban los rosales, de menuda y apretada floración, perfumados, en ramilletes blancos y amarillo-oro de romance. Los denominaban "botón del poeta". Había jazmines. Y al fondo, arbustos de laurel rojo, atrevidamente asentados sobre el alfombrado de violetas. Un alcachofal, plantado por las propias manos de la poetisa, bordeaba la acequia. En la magnitud espiritual de Adela, cupo golosear con el sabor de los robustos pétalos de esa hortaliza. La forma de acanto de las hojas reconfortaba su vena poética.

Ese terrazgo con sus arbolitos, sus flores y sus frutos, era otra imagen del alma de Adela Zamudio. No es ella la única persona que se autorretrató en el molde, voluntarioso, de vegetación exuberante?

A la hora del "Toque del Angelus", que hoy desconoce la frívola algarabía de las urbes vocingleras, mi tía Adela se acercaba a mí, decidida y tierna, juntaba las manos inquietas y los dedos juguetones, para hacerme balbucear con maternalidad sempiterna: "-El Ángel del Señor anunció a María?"

De llegada, jugueteaba con "Lorenzo", el perro setter negro, híbrido, que causó impresión en los quilates del distinguido escritor don Saturnino Rodrigo. Adela había logrado inculcar en el lebrel sutilezas increíbles. La acompañaba hasta en la oficina de la Dirección del Liceo de Señoritas, y dormía a los pies de la maestra. Sobresaltado despertaba al menor ruido para defenderla de sorpresas. Jugaba con nosotros los niños, encontrándonos por el timbre de la voz en las alternativas del "escondite". Al voceo del canillita, el can recibía en los colmillos "El Heraldo", para entregarlo a mi tía que permanecía en cama a esas tempranas horas?

Con su adiestramiento, casi inverosímil, oficiaba de meticuloso y fiel portero que traía y llevaba en el hocico, desde la calle, el manojo de llaves que gobernaba la puerta de entrada al huerto.

Don Rodolfo Torrico era un extraordinario aficionado y conocedor de canes. ?l fue quien logró ese notable adiestramiento. Logró hacer comprender a Lorenzo buena parte del lenguaje humano, orientando al mismo tiempo sus afectos instintivos y su inclinación por las jugarretas.

En presencia de doña Adela, Rodolfo estimulaba la mente canina con palabras comprensibles: "-El Lorenzo es huerfanito, no tiene mamá". "Pobre Lorenzo".

Pero el inteligente cuadrúpedo, veloz y definido, se abalanzaba y apoyaba los remos delanteros en los hombros de Adela, modulando voces que tuvieron mucho de desmentido y afirmación de cariño.

¡Pobre Lorenzo! Murió viejo y ciego. Sus últimos días resultaron trágicos para la sensibilidad exquisita de mi tía. Ella quería a su perro porque era suyo, incluso en su espíritu perruno. Pero, aquellos que no alcanzaban a comprenderla bien, le diagnosticaban implacablemente su ceguera; pronosticándole todo mal y le proponían para el can, la bala, tiro de gracia, para su ancianidad compañera. Y al fin, yo no supe bien, cuándo murió el Lorenzo de doña Adela.

He aquí un trozo de la composición que la escritora dedicó al amigo perro, titulada "Yo te Bendigo"

"Alma ingenua, alma de niño, con sus impulsos ya iracundos, ya generosos. Alma encerrada en cuerpo de animal, eternamente incomprendida, eternamente atormentada.

"Corazón y cerebro cuyos alcances salvan el abismo que separa al bruto del ser que se reconoce y dice: -Yo pienso y siento. Cuando te veo esclavo, sometido a la voluntad de tu dueño con una abnegación que va más allá? Cuando te veo afrontar peligros y soportar mortificaciones hasta olvidar tus necesidades más apremiantes, por seguirle; y hacerlo, no por convencimiento, sino por efecto, cuando te veo gemir de felicidad con una caricia y consumirte de abatimiento con un castigo moral. Cuando en horas de meditación y de tristeza te veo a sus pies, alzar los ojos ansiosos por comprender la causa y comunicarte con él, me pregunto: La idea de un árbitro supremo de tu destino, mezquina, grosera y confusa, que se eleva del hombre a Dios: ¿no es comparable a la que tú concibes de ese ser superior del planeta? El hombre no vive solamente de comida y de bebida, sino también de la palabra divina -dice la sentencia bíblica-. Tú eres más que él, tú vives más de amor que de comida y de bebida. Tú, como el niño, prefieres la caricia al alimento.

¡Amigo fiel! Compañero de los juegos de la infancia cuyos atronadores ladridos hacen coro a las alegres carcajadas. Guardián de la casa del labrador. Compañero de viaje, abnegado hasta morir? a veces delator del crimen.

"¡Bendito tú! Bendito más que todos, heroico servidor de la Cruz Roja".

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