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No hay una poesÃa argentina, mexicana, guatemalteca o ecuatoriana. No hay más que una sola poesÃa en nuestra lengua, y es la poesÃa iberoamericana. Esta poesÃa viene desde siempre, desde por lo menos el siglo XVI, ya se sabe, con los que nos descubrieron y o necesariamente nos conquistaron. Un muchacho de veintitrés años, que vino al Perú primero, y enseguida enseguidÃsima a Chile, ese hombre fue el que inventó a Chile. Se llamó Alonso de Ercilla. Era un mozo, un mozo de verdadera mocedad, con algunas experiencias, claro, habÃa acompañado a Su Majestad a Londres y habÃa participado en algunas tareas fuertes en España. Llega al Callao, se embarca en una nave, viene hacia el sur sur y ni siquiera toca lo que va a llamarse futuramente Santiago la capital. Y llega a una isla, o mejor dicho a un rincón marÃtimo, que es la bahÃa de Concepción (asà le habÃa puesto ya Valdivia). Es una bahÃa abrigada, y eso permitÃa que estas naos, estas naves altas pudieran atracar allà y quedarse tranquilas. Este joven estuvo allà nada más trece meses. En ese tiempo recorrió todo el sur de Chile. Literalmente, no sólo hizo el mito de Chile sino que inventó el paÃs mismo con ese prodigio que es La Araucana.
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Estas palabras mÃas pueden coincidir con las de otros poetas respecto de sus respectivas patrias, unas patrias no necesariamente despedazadas, como alguien ha dicho por ahÃ, sino esas patrias que configuran una sola patria grande que comienza en México y sigue hasta los sures, como sabemos.
Existe una tradición hispánica de la poesÃa, la que nos hicieron ver la antologÃa de Federico de OnÃs, o la de Laurel. Esos libros hicieron realmente prodigios y mostraron esta unidad, esta comunicación que no ha sufrido merma alguna y que perdura y persiste. Siempre lo he sentido asÃ, y lo sigo sintiendo.
Las vanguardias operaron en mi generación, ya se sabe, un poco tardÃamente, como tenÃa que ser. Pero no tan tardÃamente como pudiera parecernos. Por ejemplo, Aldo Pellegrini, ya en el año 1928 -a cuatro años exactos del primer Manifeste de Monsieur Breton-, hizo una revista que se llamó Qué (1928-1930), y esta revista era ya una expresión del surrealismo en Buenos Aires. Ese poeta y médico, Pellegrini, fue el gran adelantado en esa materia. Y además coincidió con que en esos mismos años otro joven de acá, en Perú, que se llamó César Moro, clavaba también la bandera del surrealismo en el Perú. Nosotros, los del paÃs chileno, llegamos en retard, en 1938, con una agrupación más bien sumisa, dirÃa yo, que se llamó Mandrágora. Sumisa: no tuvo la vivacidad del movimiento argentino ni la vivacidad del peruano. Seguramente la sombra de Huidobro, que era otro exponente ya no del surrealismo, sino de aquel creacionismo que disputara con Pierre Reverdy, operó mucho en este pequeño contingente de poetas de 1938, que no eran más de cinco o seis.
Hay que hacer más fluido aún el diálogo de la poesÃa de los dos lados del Atlántico. Creo que se necesita que vayamos y que vengáis. Tiene que haber un viaje más vivo, más dinámico, y no basta con las meras lecturas a veces. Es bueno oÃr, oÃr cómo se habla el español de adentro de estos parajes. Acordémonos por ejemplo de Rulfo. Rulfo fue también, o sobre todo, un poeta, totalmente; un poeta que además cultiva esa maravilla que es el callamiento, la poda, en fin. Rulfo se quedó oyendo a sus paisanos de Jalisco. Se quedó oyendo, al margen de la vanguardia, notemos eso, a los paisanos del valle de Elqui, que son los que hablaban como en el siglo XVI o XVII. De modo que con relación a estas resonancias a lo mejor a ustedes los españoles les hace bien venir también a escucharlas aquÃ. La poesÃa se hace en tanta medida con la oreja como con los otros medios.
Las antologÃas cumplen una clara función para fomentar el diálogo de los poetas de los dos lados, la cumplen y corren los riesgos de todas las antologÃas de todos los paÃses. Son arbitrarias y de combate porque tienen que ser asÃ. Pero pienso, sigo pensando todavÃa, que debiéramos comunicarnos también yendo y viniendo realmente. ¿Qué cuesta ir, qué cuesta venir? A mà se me ha dado una fortuna especial, el conocer España y prácticamente todos los paÃses de mi América, incluyendo el Brasil.
Las Ãnsulas extrañas me parece un tesoro. Me parece que se ha hecho una obra verdaderamente mayor, de mucho rigor, de mucha eficacia. Con los naturales riesgos, pero se ha hecho un balance muy prolijo, muy fino muy delicado. Es muy hermoso ese libro, fundado en el prodigio de la libertad y de la gracia.
Que no haya corrupción de la libertad y de la gracia. Salud.
* Gonzalo Rojas. Chile, 1916-2011.
Poeta y escritor.