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Domingo 11 de octubre de 2015

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Cultural El Duende

Cantos para re-suscitar al cuerpo deseado

11 oct 2015

Vilma Tapia

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Al parecer, el único cuerpo existente en este vasto mundo es el de la mujer. Es el cuerpo del que se habla, del que se comenta, es el cuerpo al que se critica, es el cuerpo al que se le da consejos para mantenerse sano y bello, es el cuerpo que se mira, que se mide. Es el cuerpo que se persigue, que se conquista, que se desea. Y este cuerpo femenino transita por el mundo vestido de encajes o sin ellos, con tacones altos o descalzo, con la boca pintada o sin pintura, con la boca hambrienta o saciada. Va pequeño, frágil, lozano, va rollizo, turgente. Va marcado por el tiempo, va con su olor o con el aroma del perfume prestado. Va con pollera, con pantalón, con un fino vestido, con uniforme. Lleva un atado a cuesta, lleva una canasta, una cartera, un maletín, una maleta.

Transita como es: un cuerpo femenino, diferente, pero no único; independiente pero inmerso en este universo de cuerpos; de cuerpos masculinos y femeninos. De cuerpos humanos, animales, vegetales, energéticos.

En uno de los artículos publicados por Presencia Literaria, John Updike al reflexionar sobre los cuerpos se pregunta: "¿Es posible que el cuerpo del hombre -sus hombros masivos, sus caderas estrechas, sus pies y manos de gruesas venas (�)- también surge como un mensaje glorioso desde lo más profundo?" Y concluye: "Para los hombres y las mujeres, los cuerpos del otro sexo son mensajes (�): signos resplandecientes de nuestras propias necesidades".

Yo, mujer, le digo: libre del fracaso, de las frustraciones y mutilaciones que traen las sombras de los estereotipos, claro que el cuerpo masculino es un mensaje glorioso, pero un mensaje glorioso que recibo que percibo, que leo, tenga o no caderas estrechas, hombros masivos, abundante vellosidad, gran estatura, cejas espesas, partido el mentón, un jean apretado, una camisa de seda, unos calzoncillos sugerentes un perfume europeo.

El cuerpo masculino está -mensaje en cuanto condensación de señales- presente con su polaridad en un mundo en el que todo es par, bipolar, alterno y opuesto, complementario para lo completo del universo.

Está, pero informe, indefinido por el lenguaje de su otro. El otro que es reconocimiento, espejo y sostén no dice de él. No lo define como sujeto de su deseo, no le da un nombre, no lo llama.

Puesto que el verdadero territorio, la patria única del ser humano está configurada por el cuerpo y el lenguaje, somos seres que habitamos, plenos, arraigados a un referente; si además de tener cuerpos, los pensamos; si además de hablar, decimos. La relación de ambas estructuras está determinada por el manejo de esta última: el lenguaje nos da la posibilidad de pensar nuestro cuerpo, de leer sus signos para prolongarlos, para pervivirlos en la palabra.

Tengo un cuerpo, soy un cuerpo, y a través de la oralidad introyecto este ser en mi conciencia

Estoy sola, camino con mi cuerpo figurado de mil formas. Escucho que me llaman: son nombres que dan cuenta de mí. No quiero estar sola, necesito responder enunciando para crear la existencia que me acompañe, que me sostenga. Voy a hacer que mi palabra establezca la posibilidad de la aparición del otro cuerpo, del cuerpo que deseo.

Celebro este encuentro -no he perdido la fe en lo gregario- en el que nosotras, mujeres, hemos elegido un lenguaje que nos da la posibilidad de agotar todas las formas imaginables para alcanzar nuestro objetivo. Este es el lenguaje del arte, saturado de signos generadores y polivalentes. Lenguaje que en mí se ha configurado como escritura. A partir de ella intentaré analizarme, explicarme, estructurar mi propuesta.

Mi gran drama, además de la existencia misma, es ser un ser definido por una polaridad en este mundo bipolar. Ser una de las caras de la moneda, ser un fragmento de una totalidad.

Mi gran búsqueda, además de aquella que se encamina en el intento de encontrar una resolución para mi existencia, es la búsqueda de ese otro ser definido por la polaridad opuesta a la mía, ese ser que es complemento, el otro correspondiente.

El Yin, principio femenino, la tierra, lo pasivo, lo negativo, el espíritu del valle, lo umbrío.

El Yang, principio masculino, el cielo, lo activo, lo positivo, lo luminoso.

El Ying y el Yang, principios fundamentales, aspectos de una unidad, opuestos que se complementan y que son en tanto alternos.

El otro diferente es el que me da sentido. El otro diferente cuyo fundamento esencial es el lenguaje, ha dicho y dice de él, ha dicho y dice de mí. Por lo tanto, existo porque puedo identificarme con lo que ha dicho de mí. Pero si yo no digo de él, si no lo nombro, si no hago que exista en una identificación con mi palabra, permanezco sola.

Voy a salir de mi cuerpo en la prosecución del otro en el lenguaje. Quiero crear, re-suscitar el cuerpo masculino en la escritura. Voy a sumergirme en el nombre que le daré.

Escribo: en la metáfora (siguiente la etimología de la palabra metáfora) me transporto hacia el cuerpo que necesito. Me detengo frente y en la corporalidad del otro para leerlo, para recoger, recolectar sus signos y diseñar otros en intento de una comunicación, de una unificación.

Voy a decirle que existe. Voy a devolverle la totalidad de su territorio en mi escritura. Voy a realizar un pacto enunciativo que en su dualidad -ambos decidores- nos permitirá identificarnos.

¿Cómo voy a decirle al otro de él mismo para construirlo en mí, para crearlo plenamente, evitando el peligro de la mutilación, de la fragmentación de lo fragmentado? Cómo voy a mantener mi mente libre para permitir que el otro se manifieste auténtico, para permitir que se comunique con sus propios signos y yo pueda leerlos sin exigencias, manteniéndolos vivos para mí, existentes para mí. Coherentes y unificados. Sólo si amo:

El amor -organizador, renovador- me hace constructora de palabras, me potencializa para renacer al otro, para suscitarlo, para resucitarlo (como diría Pizarnik).

El dios hindú del amor, Kama, posee cinco flechas dispuestas para su lanzamiento. Tienen en la punta flores: son los cinco sentidos.

El dios del amor cortesano, con su arco de oro, lanza también cinco flechas que representan cinco actitudes del ser para lograr un amor que construya: la belleza que pierde fronteras entre cuerpo y alma, la simplicidad, la franqueza, la compañía, la apariencia cuidada.

Amo con mi cuerpo, con los cinco sentidos. Amo con mi espíritu, con mi palabra, con todo mi ser.

En la experiencia amorosa mi espíritu se hace carne, mi carne se hace verbo. Despiertan mis sentidos, se agitan. Necesito entonces que mi cuerpo esté afinado como un instrumento musical para una sensualidad plena, para un goce pleno.

Limpio mi cuerpo y mi mente para el placer, abro las puertas de la percepción, me entrego: Diana para las flechas del dios Kama.

El placer permite el acceso a la virtud. Si soy plena gracias a mi cuerpo, estoy preparada para recibir también las flechas del dios cortesano. Preparada para intentar ser bella, simple, franca. Preparada para cuidar mi apariencia ya no por deber -como dice Susan Sontag en otro artículo de Presencia Literaria que mencioné- sino por amor. Ser de la mejor manera posible para agradar a mi amado, lejos de responder a los estereotipos que han hecho de mí, mujer. Ser nada más. Y basta, como dice Jorge Guillén.

Pero ese otro, ¿dónde está? Voy a llamarlo.

Abriré las puertas para que mi espíritu salga, gritaré su nombre, lo alcanzaré para decirle al oído cómo lo quiero, cómo lo sueño, cómo lo percibo, cómo lo presiento. El lenguaje me sitúa, me dice para el otro. En el lenguaje sitúo al otro, lo nombro para mí.

El discurso de amor es un canto. Hago cantos para que inscriban el gozo del presentimiento, del hallazgo, del asombro, de la posesión, de la fusión de la esencia. En su esencia que es también el silencio destinado a soportar lo impronunciable.

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Canto porque amo, canto cuando amo, con mi canto intento despertar el cuerpo de mi amado, intento transportarme hacia él, rozarlo, abrazarlo y fundirme con él.

En la celebración poética puedo volver al primer jardín: el jardín del placer del amor. Y puedo animar la experiencia amorosa con la enunciación de lo que siento. El encantamiento poético es también una felicidad, es un fluir del goce, es el goce mismo.

Con el poema puedo hacer del otro complementario, amante, sujeto que al amarme reafirma mi identidad. Soy en cuanto amada: amo para ser. Por amor canto para dar figura al otro.

Del deseo de estar con la persona amada nace el flujo, la vertiente de palabra que transporta.

Al poetizar me crecen alas.

Un salto de nuestra condición de existentes caídos a la intemperie, desnudados bajo las estrellas y sus influencias, es afirmarnos como sujetos hablantes y como sujetos enamorados.

La poesía nos permite dar ese salto que es doble. La escritura y el amor: hablar de salvación ante la inminencia del naufragio.

Que nuestra poesía, la poesía femenina, se mantenga alejada de la distorsión del discurso feminista. Las mujeres somos sujetos de lo político a partir de la definición de nuestra polaridad, de nuestros fundamentos. No aspiramos a ley sino al poder para seguir defendiendo la vida, para seguir reproduciéndola. Que sea una poesía límpida, doliente, celebradora, osada, intensa, constructora. Que no adormezca, que no sea histérica; que sea, mejor, el despertar del amor, la devolución de su voz.

Escribir, describir, construir lo propio, lo imaginario como antídoto del dolor de la existencia, como antídoto de la soledad.

Cantar para re-suscitar el cuerpo que nos acompañe, que irradie hacia nosotras la polaridad que nuestro ser no incluye en sí mismo. Cantar para resucitar el cuerpo que deseamos.

* Vilma Tapia Anaya. Cochabamba, 1960.

Poeta y escritora.

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