De un modo extraño se han juntado tres cosas: la pretensión de perpetuarse en el poder, el referéndum por los estatutos y la resolución de La Haya. ¿Es casualidad? Del Palacio Quemado siempre salen "decisiones fríamente calculadas" y nunca se da una puntada sin hilo. Si eso es cierto, el tablero político oficialista funciona a maravilla; aunque no todo es para aplaudir ni para alegrarse. Vivimos un tiempo plagado de temores y expectativas
Desde la fundación de la república se halla vigente el centralismo ineficiente y anacrónico; no atiende o atiende mal las necesidades de las regiones. Si éstas tuvieran la potestad de tomar sus propias decisiones, sin la maraña burocrática ministerial, les iría mejor. Ese fin teórico tiene la autonomía. Para ello es preciso contar con normas que regulen su funcionamiento. El estatuto contiene dichas normas. Ahí estamos.
Sólo es posible en el marco de la democracia. Es incompatible con cualquier tipo de dictadura. Implica descentralizar el poder y delegar funciones. Establece una distinta relación con el Estado central. Se viene luchando por ella desde hace tiempo. El gobierno carece de convicción para poyarla, porque no concuerda con su mentalidad centralista. Por eso se vuelve autonomista sólo cuando le conviene. Sus consignas oscilan de un extremo a otro.
En el referéndum recién pasado, optó claramente por el "SI", hasta con una amenaza ministerial: "Si no se aprueban los estatutos autonómicos no habrá pacto fiscal y se frenará el desarrollo de las regiones". En Potosí los cívicos fueron agredidos por indígenas masistas. Y en Oruro hasta se preparó una tarima para celebrar la victoria. En el trasfondo de toda la campaña estaba de cuerpo entero el oficialismo.
Desde otro ángulo, para votar era necesario leer el estatuto (un denso folleto con muchas páginas) y comparar su contenido con un patrón ideal de referencia o con el perfil de necesidades conocidas en cada región. La población no leyó ni entendió el proceso. En un país con predominio de analfabetismo funcional (sabiendo leer no leen), eso es pedir peras al olmo. Ni a palos. Por lo que, ante un fantasma así, lo más prudente era rechazar. El referéndum se convirtió en plebiscito.
La conclusión de que "la gente quiere un gobierno y un Estado fuerte y centralista", es apresurada y falsa. No estaba en juego la autonomía. El Art. I de la Carta de La Glorieta establece un modelo "descentralizado y con autonomías". Y es peor aún pensar en otro estatuto como si el soberano, con conocimiento de causa, hubiera reprobado el anterior. Quieren distraerse los asambleístas desocupados con otra temporada de torneo retórico, con abundante incienso a la imagen del "hermano Evo".
El belicoso "Satuco" dijo cierta vez que el Gobierno lanza pelotas de trapo y los opositores corren tras de ellas, mientras hace otra cosa sin estorbos, y también sirve para desviar la atención del público. Los hechos parecen confirmar. Tratan de evitar que ésta se concentre en el escándalo millonario del Fondo indígena. La corrupción les está ahogando.
(*) Escritor, miembro del PEN Bolivia
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