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Domingo 27 de septiembre de 2015

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Cultural El Duende

El Gran Paitití

27 sep 2015

En 1936, el novelista, poeta y literato José Eduardo Guerra Ballivián (La Paz, 1893-Santiago de Chile, 1943) publicó "Itinerario espiritual de Bolivia". Reproducimos un fragmento del capítulo "El Gran Paitití"

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El panorama que se abre ahora ante nuestros ojos tiene una grandeza muy distinta. No son ya los yermos desolados ni las vertiginosas alturas. A la austeridad de la naturaleza y a la señera originalidad de las ciudades de la altiplanicie, han sucedido las feraces llanuras y las selvas vírgenes. Tierras cuya fecundidad desconcierta y abruma, tal es su profusión de flores y de plantas monstruosas propias para ilustrar las más exasperadas concepciones de un arte decadente. Y sin embargo -afirman los viajeros-, la soledad de los bosques es más terrible que la de los áridos desiertos. Es la suya una soledad inquieta, preñada de amenazas. Es aquel un "infierno verde" en el que los demonios acechan de todas partes, asumiendo las más variadas formas.

En la selva es tanto más grande el desamparo cuanto más fantástica la belleza de la vegetación. La selva, como las arenas del desierto, tiene también sus espejismos; sólo que en la selva el más alucinante de los espejos es el auditivo. Los oídos del viajero, convertidos por la fiebre y la quinina, en cajas de resonancia, oyen constantemente, ya lejano, ya próximo, el rumor acompasado y amplio de las aguas de un río o el de una cascada que se precipita desde lo alto de una montaña inverosímil.

En su poema Selva profunda, Gregorio Reynolds consigue dar una visión, acaso un poco recargada y prolija -como la selva misma- de ese mundo en que la naturaleza parece entregarse a una desenfrenada orgía de colores, de formas, de sonidos, de perfumes y hasta de sabores. Es la del bosque una sinfonía en contrapunto ante la que la capacidad de captación de los sentidos se embota o se exacerba.

Mediodía. Un sol tórrido / propicio a la pereza / a la quietud, / al abandono indefinido� / Selva de pesadilla, / trasminada de mórbidos perfumes / y emanaciones nauseabundas, /con su opulencia fatigosa, / con su tremendo encanto voluptuoso, / los sentidos subyuga y los enerva / �Se siente la nostalgia de los trinos, / y sólo hay aves silenciosas, / hieráticas. Se ansía / beber a grandes sorbos, y no hay agua que / fluya y se deslice. Es necesario / respirar aire fresco / y no hay brisa que avente la congoja, / musgo fofo y lianas en los árboles / frondosamente enmarañados, / de invasora raigambre y destrenzadas, / luengas y grises cabelleras./ En torno, el predominio / de la flora silvestre / disforme, multiforme, / purulenta, / indescriptible casi / en la promiscuidad de sus especies / y en su feraz exaltación / polícroma� / Todo es desasosiego en el boscaje: / en su temblor imperceptible, / de contagiosa somnolencia, / tiene peligros múltiples y arcanos. / �Entre los matorrales / se oye gruñir, se oye silbar, y se sospecha / el brusco brinco incontenible, / el ágil salto del felino / y la embestida rápida del áspid� / Se frisan nuestros nervios / al evocar entre la fronda / las pupilas eléctricas / y al desperezo elástico / del jaguar y del puma�

Esta misma sensación de abandono y de temeroso desasosiego produce la lectura de ciertos capítulos de la novela Páginas bárbaras de Jaime Mendoza, apasionante relación de la vida y las costumbres de los siringueros en el mal llamado Territorio Nacional de Colonias, contiguo al departamento del Beni, que tuvo, hace de treinta a cuarenta años, su era de fantástica prosperidad. Mendoza, el infatigable huroneador en la intrincada maraña de los problemas nacionales, se sintió un día atraído por el grandioso al par que trágico misterio que envuelve aquel territorio comprendido en lo que se conoce con el nombre de "Oriente Boliviano". (�)

Sobre su cadera recia y prominente / caen tus cabellos con sensualidad, / semejando un río de rauda corriente / hecho de perfumes y de oscuridad. / La brisa que corre por los naranjares / y agita las hojas del cacaotal / al cantar sus leves trovas pasionales / juega con tus rizos de oscuro espiral. / Nadie hay que supere tu gracia divina / cuando vas tendida / sobre un carretón, / o cuando contemplas / el sol que declina / desde el camarote / de una embarcación.

(�) No obstante es espacioso escenario que ofrece la naturaleza virgen de la América del Sur para la novela de aventuras, esta ha sido muy poco cultivada por los escritores hispanoamericanos. La mayor parte de las narraciones de esta índole pertenecen a reportistas europeos que han fantaseado a su antojo, sin cuidarse mucho de la verdad histórica y geográfica� De ahí que la novela de Diómedes de Pereyra EL Valle del sol, tenga, aparte de sus méritos intrínsecos, el de ser la primera que responda en todo a las exigencias del género. Su atractivo principal está en la sorprendente fidelidad de las pinturas que dejan una profunda impresión de realidad. Y digo sorprendente porque Pereyra no parece haber visitado las regiones que describe. Su poderosa fantasía auxiliada sin duda por una rica y minuciosa documentación y un temperamento prendado apasionadamente de la belleza salvaje de los trópicos, han contribuido a hacer de esa novela de la Naturaleza, una obra de indiscutible valor literario. Hojeando el libro al azar se tropieza con movida descripciones, como las de Matto Grosso, en el alto Paraguay, región que, antes del monstruoso tratado de 1867 celebrado entre el Brasil y Melgarejo, perteneció a Bolivia. Escenas de un vivísimo interés se suceden unas a otras en este libro cuya trama novelesca está llevada con naturalidad y habilidad. La lucha entre la boa y el jaguar es una de ellas:

"� Un haz de luz en abanico acababa de infiltrarse por una brecha abierta arriba en el follaje, y al punto una rauda pincelada de sol titiló por un instante en la mole del monstruo. Vagamente los exploradores discernieron a aquella fugaz claridad algo que acrecentó su emoción, al mismo tiempo que vieron aparecer allá donde poco antes había estado la boa, un soberbio jaguar del porte de un león africano. Paso a paso, los ojos clavados en el reptil, azotándose ora despacio, ora con precipitación los flancos con su encrespada cola, avanzaba a medida que la serpiente retrocedía".

"El jaguar se echó a tierra y, sin desviar los ojos de la ladrona que le había robado su prole, bostezó quejumbrosamente y se puso a esperar". "Un ruido pesado y presuroso llegó desde afuera y, seguidamente, desembocaba en el claro un tapir. Sin vacilar se dirigió a la laguna; de golpe y sin reparo la serpiente se abatió sobre él. Por un instante el pesado paquidermo desapareció entre sus anillos, pero de súbito se sintió libre e, inconscientemente de la presencia misma de su otro enemigo, el jaguar, partió como relámpago�". "Era que el felino, aprovechándose del momento preciso en que el reptil había arrollado al intruso, se había arrojado sobre aquel cilindro estrangulador, y desgarrándolo cuanto pudo, retirándose con intento de repetir su hazaña".

"Un sopor repentino se apoderó en aquel instante del reptil y, a pesar de que su herida le incitaba a aceptar el duelo, se apresuró a buscar asilo. Valiéndose de la estratagema de hacer como que se disponía a presentar batalla, se arrastró de un solo desliz hasta el pie de un árbol, al que iba a izarse, cuando su tenaz contrincante se le arrojó nuevamente encima�". "Los esfuerzos del tigre se concentraron entonces a abatir la cabeza de la serpiente, pero no pudo. Sus garras traseras resbalaron, abriendo tremendos surcos en la escamosa piel del reptil. Un momento después, el valeroso animal apareció colgado en el aire, manteniéndose apenas con los dientes. Fue su fin. En un abrir y cerrar de ojos la boa lo precipitó entre sus anillos�". "Ruidos espantosos hicieron vibrar por un momento el aire y, luego, en medio de siseos de una disonancia inconcebible, se oyó el siniestro crujir de huesos y un ronquido cada vez más apagado y doliente".

Los dos protagonistas, un español y un boliviano, exploradores al servicio de una empresa poderosa, se proponen descubrir unos ricos yacimientos de oro del que se tienen vagas aunque fidedignas noticias. Después de largo y accidentado viaje, llegan al Valle del Sol, refugio de los descendientes de los Incas� La presencia de esa época, el genio de la selva, impregna las páginas del libro de un supersticioso sentimiento de terror.

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