Los curiosos asomaron la cara a la ventana y, entre el chapoteo provocado por el pasitrote del animal, vieron a un jinete que avanzaba con la cabeza gacha, como enfrentándose a las ráfagas de la lluvia. Nadie le vio la cara, porque llevaba el sombrero alón calado hasta las cejas y el cuello de la chaqueta suspendida hasta el pabellón de las orejas.
Los vecinos, una vez que cesó la lluvia y el pueblo retornó a la rutina, se enteraron de que el jinete se apeó en la puerta de la Malquerida, una cholita joven, coqueta y apetecida, que llegó al pueblo una vez que contrajo matrimonio con un muchacho del lugar, quien, por razones de trabajo, vivÃa en una mina cercana, donde pasaba al menos cinco dÃas a la semana, pensando en su esposa, la Malquerida, y en el dinero que necesitaba para cancelar las deudas contraÃdas en los preparativos de la boda.
La Malquerida, presa de su orgullo y altanerÃa, nunca se llevó bien con los vecinos desde el primer en dÃa que se instaló en la modesta casa que su esposo heredó de sus padres; por eso, como suele ocurrir en un pueblo chico, acostumbrado a las tradiciones comunitarias del "ayni" y la "mink´a" (relación y trabajo recÃprocos), la tenÃan aislada como a una enferma en cuarentena y le apodaron la Malquerida.
Cuando su marido retornó del trabajo, como todos los viernes al caer la noche, los amigos lo abordaron en la callejuela llena de neblina y le contaron que, durante su ausencia, un desconocido, que llegó montado a caballo, se apeó delante de su casa, donde su joven esposa, ataviada con sus mejores atuendos de chola, le hizo pasar como si lo hubiese conocido desde siempre, y que desde entonces no se los volvió a ver ni de noche ni de dÃa.
El joven minero, un mocetón de contextura musculosa, ojos diminutos y nariz aguileña, apenas recibió la mala noticia como un balde de agua frÃa, sintió un aturdimiento que, por un instante, se apoderó de sus sentidos. Luego se ruborizó como una estufa encendida, pero no de celos, sino de coraje. Se despidió de los amigos y se endilgó hacia su casa arreando la neblina por delante. "¿Cómo pudo meterme cuernos a tres meses de nuestro matrimonio?", se dijo, a medida que avanzaba deslizándose por el terreno barroso. "Si todo lo que me contaron es cierto, entonces es una falta de respeto a mi persona, una conducta reprochable y un acto inaudito que no tiene perdón de Dios...".
Se plantó delante de la puerta de su casa, sacó el llavero de la bolsa de Calcuta, colgada de su hombro derecho, y, decidido a descubrir infraganti a su esposa en una situación de infidelidad, entró en la habitación salpicando el piso con las botas llenas de barro. Ahà nomás, un súbito ventarrón, que surgió de la nada, lo suspendió en el aire, lo sopló como a una pluma y lo sacó volando por la ventana, hasta tumbarlo de espaldas en el lodo del patio, cerca de la pocilga de los cerdos.
-Porque fui el primero en trajinar su cuerpo y quitarle su honor. La noche que la hice mÃa, entre los matorrales donde ella salió a desaguar, las luces del cielo fueron las únicas testigos de aquel desaforado amor que me dejó en vilo.
El minero, a esas alturas de la disputa, parecÃa haber perdido la cordura, al extremo de que al desconocido empezó a verlo en varias formas y tamaños, como si su imagen no correspondiera a la realidad, sino a una ilusión óptica, capaz de producir un desorden en el cerebro, como cuando se consume varias copas de licor, hasta que se produce una distorsión de los objetos; por eso, a ratos, lo veÃa como a una bestia infernal y, a ratos, como a una persona normal.
-Si eres valiente, quÃtamela de una vez -dijo el desconocido, hipnotizándolo con la mirada.
-No lo puedo hacer, si apenas puedo moverme y hablar -se justificó. Seguidamente, añadió-: Tú tienes que ser el diablo, ¿verdad?
El desconocido asintió con la cabeza y volvió a sonreÃr, pero esta vez dejando entrever las brillantes gemas engastadas en sus colmillos.
El minero cambió el tono en la voz y, como si estuviese delante de la muerte, balbuceó:
-Si tú eres el prÃncipe de las tinieblas, el que lo puede y lo sabe todo, entonces será en vano disputar contigo el amor de una mujer y enfrentarme a tus poderes satánicosÂ?
El diablo soltó una breve carcajada, apoyó los puños sobre la cama y se incorporó con la levedad de una pluma.
El diablo levantó el cuerpo semidesnudo de la Malquerida, la sacó del dormitorio como un costal de papas, ganó la callejuela a zancadas y la aseguró con una cincha de cuero sobre las grupas del caballo, un extraño animal que solÃa esperar a su amo con los arreos encima, sin beber agua ni probar forraje alguno.
En el pueblo no habÃa un alma y el tiempo parecÃa haberse detenido de manera inexplicable. El diablo montó de un brinco y, rompiendo el espeso manto de la neblina, cabalgó por donde vino, hasta desvanecerse como una misteriosa criatura, mientras a lo lejos, detrás de los cerros, se desataba una tempestad entre truenos y relámpagos.
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