Quizás, ante el aluvión de maldades que generamos cada cual, deberÃamos aprender a avergonzarnos más ante nosotros mismos, que ante los demás. Precisamente, cuando el Cabeza de la Iglesia católica habla de una revolución de la misericordia, lo que viene a decirnos es que todos, absolutamente todos, tenemos que cambiar en profundidad nuestro corazón, para poder identificarnos con el sufrimiento de los demás. Cuántas veces nosotros miramos hacia otro lado para no ver a los marginados.
Tal vez algún lector piense que lo importante no es lo que haga, o diga, un lÃder religioso como el Papa, sino que es el pueblo, con sus gobernantes, los que han de derribar muros y establecer alianzas. No obstante, nadie me negará que cuando, en nombre de una ideologÃa, se quiere expulsar al Creador de la colectividad, se acaba por adorar a Ãdolos, y rápidamente el ser humano se pierde, su dignidad brilla por su ausencia al ser pisoteada, y los más innatos derechos son violados sin compasión alguna. Cada dÃa estoy más convencido, pues, que son las convicciones religiosas las que más pueden colaborar en la reconstrucción moral que el planeta tanto necesita. Indudablemente, me refiero a aquellas religiones que rehúyen de la tentación de la intolerancia y del sectarismo, y que promueven actitudes de amor, respeto y diálogo constructivo.
Esperamos que este efecto conciliador del PontÃfice Francisco traiga al mundo la paz que todos ansiamos, sabiendo que el mundo de Dios, -como dijo este Pastor Universal, en más de una ocasión-, "es un mundo en el que todos se sienten responsables de todos, del bien de todos". Al fin y al cabo, cuando el ser humano pierde de vista este horizonte deja de embellecerse para encerrarse en su propio egoÃsmo, que lo lleva a la indiferencia más cruel con sus análogos, y por ende, a la desesperación y al abandono hasta de sà mismo.
(*) VÃctor Corcoba Herrero (*)critor
corcoba@telefonica.net
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