Amanece. Son muchos los que se despiertan todavía nerviosos para conocer cómo se desarrollará el voto ciudadano: ¿tendrá mucho apoyo?, ¿perderá?, ¿en cuál barrio le irá mejor? Los esfuerzos de tantas jornadas de caminatas, discursos y ofertas se irán con los vientos del otoño. ¿Qué quedará?.
Me da curiosidad saber cómo evaluarán la jornada aquellas personas que dedicaron su mayor tiempo al insulto, a la guerra sucia, a la amenaza, desperdiciando los espacios para ofrecer un programa, sobre todo para las audiencias más específicas como jóvenes, comerciantes, dueños de casa.
Tengo la sensación de que la concentración en batallas malvadas sólo sirve para un primer momento de enfrentamiento, para alegrar la morbosidad humana que siempre sonríe cuando ve pelear a otros. Mas, en su trayectoria más larga, la guerra sucia tiene un efecto de boomerang.
En primer lugar, sobre todo si es lanzada desde centros de poder, corre el riesgo de darle un tono de víctima al adversario. La muchedumbre no analiza en detalle si el acusado es culpable o no, sino que hay una tendencia generalizada a la compasión y una reacción a apoyarlo.
El efecto puede ser aún más contradictorio si la víctima goza de un respeto anterior, si su comportamiento en la realidad contradice al discurso de la guerra sucia, si hay una acumulación previa que sirve por sí sola como barrera al descrédito que le lanza el ocasional contrario.
La respuesta de la gente, sobre todo de los bolivianos, puede ser el enojo y el castigo no es contra el insultado sino fuertemente contra el insultador. Un ejemplo de ello fue lo acontecido en el llamado Sexenio del siglo pasado, cuando toda la guerra de las roscas contra el entonces flamante Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) en vez de arrinconarlo le permitió crecer y tener propaganda gratuita.
Un caso más cercano es el relacionado con un medio de comunicación cruceño que a fines de los ochenta se atrevió a pedir más democracia interna en instituciones cruceñas como Cotas. La respuesta fue una guerra sorda, millonaria, con insultos, tergiversaciones, amenazas, humillaciones y un pretendido cerco económico.
La reacción espontánea de la población fue grandiosa y es un caso que me gusta citar en mis trabajos de investigación en comunicación pues muestra que las audiencias (masas) son más inteligentes de lo que algunos teóricos suponen. El pueblo multiplicó las compras de ese medio de comunicación, lo defendió como suyo, lo hizo crecer tanto que su adversario quedó reducido a la anécdota del pasado.
Pero además, las entidades especializadas también sintieron la urgencia de respaldar al valiente y se sucedieron los principales premios a la empresa, al hombre que la dirige por su trayectoria ética y capaz. Dos décadas después, el atacado sigue fortalecido, sigue recibiendo reconocimientos de la comunidad y el adversario está hundido.
La pregunta ahora es: ¿ganará la guerra sucia? ¿Afectará la decisión de los electores? O, más bien, ¿hará el voto una trayectoria de boomerang?.
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