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Domingo 13 de septiembre de 2015

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Cultural El Duende

Nikolái Gógol: Confesión del autor (1847)

13 sep 2015

(fragmento)

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(...) Así, pues, por algún tiempo dejó de ocuparme el hombre ruso y Rusia y me dediqué a investigar al hombre y el alma humana en general. Todo me llevaba entonces a estudiar las leyes generales de nuestra alma: mis circunstancias anímicas personales y las circunstancias externas que no están en nuestro poder y que, contra mi voluntad, me empujaban cada vez a un mismo objeto en cuanto me separaba de él. En varias ocasiones, cuando me reprochaban mi ociosidad, empuñaba la pluma tratando de obligarme a escribir aunque sea un relato o cualquier otra composición literaria, pero no conseguía hacer nada. Mis esfuerzos terminaban siempre con alguna enfermedad, me causaban sufrimientos y, por fin, sufría unos ataques tan fuertes que me veía obligado a aplazar por mucho tiempo toda ocupación literaria.

¿Qué podía hacer? ¿Acaso tenía la culpa de que no podía repetir lo que había dicho o escrito en mis años mozos? ¡Como si en la vida del hombre pudieran haber dos primaveras! Si todo hombre sufre obligatoriamente estos cambios de transición de una edad a otra, ¿por qué, entonces, el escritor debe ser una excepción de la regla? ¿Acaso no es también un hombre? No me desvié de mi ruta; continuaba por el mismo camino, y el objeto de mis investigaciones siempre fue el mismo: la vida y ninguna otra cosa... No me calmé hasta que no logré resolver algunos problemas referentes a mi persona y, sólo al encontrar respuestas satisfactorias a algunas de las cuestiones principales que me ocupaban, pude abordar mi obra, cuya primera parte sigue siendo un enigma, ya que encierra una cierta porción del estado transitorio de mi propia alma, mientras que todavía no se había separado de mí lo que debía separarse.

No bien hubo terminado este estado y hube aplacado mi ansia de conocer al hombre en genera1, nació en mí el deseo de conocer mejor Rusia. Empecé a tratar con la gente de la que podía aprender algo y ponerme al tanto de la vida en Rusia; procuraba relacionarme con la gente experta y práctica procedente de todas las capas de la sociedad y conocedora de las bribonadas que se hacían en Rusia. Quería tratar a la gente de todos los estamentos y aprender algo de cada uno. Cada hombre que tenía alguna ocupación y cada funcionario para mí presentaba interés. Antes que nada quería definir cada cargo, cada estamento, cada puesto y cada rango en nuestro Estado. Lo creía necesario para el escritor que describe a la gente en distintos campos de acción. Si uno no fija en la mente el deber y las obligaciones del hombre a quien describe, este no le saldrá auténtico y, además, no podrá servir de lección o de ejemplo a los hombres vivos. Debido a ello, procuré mantener correspondencia con quienes podrían comunicarme alguna cosa interesante. A otros les pedía que me trazaran retratos y caracteres con que tropezaran. Lo necesitaba no porque careciera en mi imaginación de caracteres y retretas: tenía para dar y vender, y surgieron de mi conocimiento de la naturaleza humana ya más amplio que el de antes; necesitaba esta información simplemente como necesita los dibujos del natural el pintor que trabaja en un gran lienzo de argumento imaginado. No traspasa estos dibujos al cuadro, sino que los cuelga en las paredes a su alrededor, para tenerlos siempre presentes y no faltar a la realidad o a la época que refleja. Nunca creé nada en mi imaginación y no tengo dotes para ello. Me salía bien sólo aquello que tomaba de la realidad, lo que conocía bien. Resultaban logradas sólo aquellas imágenes cuyos rasgos más diminutos me representaba bien. Nunca escribí retratos en el sentido de que simplemente copiaba.

Yo creaba retratos, pero gracias a mi mente y no a mi imaginación. Cuanto mayor número de cosas tomaba en consideración, tanto más fidedigna me resultaba la obra. Debido a todo esto, yo tenía que saber mucho más que otros escritores, porque me bastaba omitir varios detalles, pasarlos por alto, para que la falsedad saltara a la vista más que en la obra de cualquier otro. No se lo podía explicar a nadie, y por eso casi nunca recibía cartas que me satisfacieran, A todos les sorprendía el que exigiese detalles insignificantes, menudencias, cuando poseía una imaginación que podía ella misma crear y producir.

Sin embargo, hasta el presente mi imaginación no me obsequió ningún carácter descollante ni creó nada que mi vista no hubiera captado antes en la vida real.

(...) Cuanto más altos son los méritos del personaje, con tanto mayor relieve, tanto más palpable tengo que presentarlo ante el lector. Para ello se precisan innumerables detalles y pormenores que confirmen que el personaje efectivamente existió, porque, de otro modo, será ideal, pálido y, por más virtudes que le atribuyan, no dejará de ser nulo. Es necesario que el lector ruso sienta en efecto que este personaje está hecho de la misma masa que él, que esta masa es su propio cuerpo vivo. Sólo en este caso el lector se funde con el protagonista e imperceptiblemente absorbe de él las enseñanzas que no se le podrían inculcar con ningunos razonamientos y sermones. Sólo llego lograr esta completa encarnación, esta completa compenetración con los caracteres cuando tengo reunido en mi cerebro todo el prosaico y trascendente ajetreo de la vida y cuando, teniendo ya en la mente los rasgos prominentes del carácter, concentro en torno suyo toda la trapería, hasta el último alfiler, que gira diariamente en torno del hombre; en una palabra, cuando me lo represento todo, desde lo más grande hasta lo más insignificante, sin que nada escape a mi atención. En este respecto mi mente es la misma que posee la mayoría de los rusos, o sea, más apta para deducir que para inventar.

...Todos están más o menos de acuerdo que el escritor-creador escribe sus obras para aleccionar a la gente. Se le exige demasiado, y con razón: para trasuntar fielmente lo que está ante los ojos existen otros escritores, a veces dotados en alto grado de la capacidad para retratar, pero carentes del talento para crear. Pero quien crea, quien mucho trabaja en su obra y mucho le cuesta, no debe hacerlo en vano. Es preciso que en su obra la vida dé un paso adelante, y que él, al haber comprendido la contemporaneidad y al haberse puesto al nivel del siglo, supiese recompensarlo por sus enseñanzas, recompensarlo con sus enseñanzas propias. Así, por lo menos, definen a los poetas, y los escritores en general, dotados del talento de crear, los estetas tanto contemporáneos, como los de los tiempos pasados.

Imposible es para un escritor creador devolver a los personajes en el mismo aspecto con que los había extraído de la vida: esto lo hará mejor quien maneja ágilmente el pincel y puede en todo momento reproducir cuanto pasa ente su vista sin que nada lo atormente ni lo preocupe en su interior.

Nikolái Vasílievich Gógol. Escritor y novelista ruso, 1809-1952.

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