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Domingo 13 de septiembre de 2015

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Cultural El Duende

Lo rescatable del liberalismo en la era del disciplinamiento social

13 sep 2015

H. C. F. Mansilla

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El descalabro sorpresivo del otrora bloque socialista en 1989-1991, la creciente consciencia ecológica a partir de 1980 y hasta los debates postmodernistas de la actualidad han puesto en duda la obligatoriedad de leyes inexorables de la evolución histórica. Hoy ya no nos parece imprescindible reproducir en todo el planeta el proceso histórico de Europa Occidental y sus elementos de disciplinamiento colectivo, como lo creyeron liberales y marxistas durante casi dos siglos. La falta de un principio que regule la historia universal, el desvanecimiento de las grandes utopías y la carencia de un proyecto histórico totalizador empiezan a ser percibidos como factores de una agradable liberación de coerciones. Hoy pensamos que sólo en una atmósfera exenta de un destino histórico inevitable puede florecer un espíritu público proclive a las innovaciones y a las mejoras genuinas de toda comunidad humana. Pero todo esto es sólo la mitad de la historia.

Este breve texto intenta enfocar esta compleja temática desde una perspectiva premeditadamente inusual, excéntrica y hasta extemporánea. Se trata de una visión que parte de valores de orientación y puntos de vista que aun predominan en ciertos sectores sociales, espacios geográficos y residuos de opinión pública en numerosas naciones de las periferias mundiales. Una percepción preburguesa del desarrollo histórico, de la ética laboral y del campo estético, un marcado escepticismo frente al uniformamiento de todas las esferas de la actividad humana -tan propio del mundo contemporáneo-, un cierto desdén hacia la glorificación actual de los países metropolitanos de Europa y Norteamérica como paradigmas normativos de evolución histórica, constituyen los elementos básicos de esta visión. Su carácter aristocrático, ligado a la civilización pre-industrial, permite una distancia crítica frente a los logros tan problemáticos de nuestra era dominada por la tecnología, el consumismo, la destrucción del medio ambiente y los desarreglos psíquicos masivos.

En la actualidad percibimos desarrollos concretos de determinadas sociedades y designios particulares para situaciones específicas, pero la idea de un gran proyecto socio-político, sustentado por una teoría histórica global y obligatoria, ha caído en franca decadencia, máxime si la concepción concomitante -la capacidad de una élite de iluminados de comprender e interpretar las grandes verdades históricas y, por ende, de canalizar la praxis pertinente- ha conllevado una enorme dosis de sangre y despotismo. En contraposición a concepciones basadas en la "soberanía popular", en la "voluntad general" y en todas las ideologías del cambio radical, algunos grupos políticos de optimistas e ingenuos en Europa Occidental tratan de buscar nuevas vías de desarrollo en la dedicación a trabajos comunitarios estrictamente delimitados, en el rescate de tradiciones laborales premodernas y en las faenas productivas que respeten criterios ecológicos y conservacionistas. El horizonte temporal y espacial restringido de estos intentos así como su distanciamiento más o menos consciente con respecto a los sacrosantos principios de rendimiento, eficiencia y crecimiento compulsivos debilitan la rigidez e intensidad de los procesos habituales de disciplinamiento colectivo, pero, por su carácter muy restringido, están condenados a la irrevelancia. En cierto sentido se puede aseverar que estos afanes de aliento menor privilegian el presente (y no el porvenir); al atribuir una mayor importancia a las cosas momentáneas -como las experiencias del amor y la alegría-, restan significación a la gratificación postergada y a otros fenómenos análogos de la ética protestante clásica. Lo ideal sería la expansión de estos movimientos liberal-anarquistas, pero la mayoría de las poblaciones involucradas exhiben poco interés por este tipo de experimentos.

El disciplinamiento colectivo ha constituido uno de los pilares centrales del desarrollo de la racionalidad instrumental y, por consiguiente, de la evolución de las naciones occidentales y de la actual civilización industrial. Sus méritos en pro del progreso material, institucional y cultural son innegables, pero también son notorias las calamidades que estuvieron ligadas a este proceso. El Tercer Mundo puede aprender de las experiencias históricas anteriores (si es que alguna comunidad humana lo hace de los errores ajenos), no forzando programas de modernización y globalización que signifiquen simultáneamente la descomposición de tradiciones y modos de vida autóctonos y la utilización de sus ciudadanos como meros recursos sobre los cuales dispone una élite que está empeñada en imitar el desenvolvimiento técnico-económico de las metrópolis mundiales.

La evolución bastante criticable del capitalismo contemporáneo no corresponde ni a los ideales ni a los pronósticos de los clásicos liberales, sobre todo en el terreno cultural y político. No es una mera casualidad que a partir de aproximadamente 1980 las ideas neoliberales se han impuesto en gran parte del mundo, sobre todo en la reorganización de la economía y finanzas públicas y en el redimensionamiento del rol del Estado, pero, simultáneamente, los partidos liberales tienden a desaparecer, favoreciendo agrupaciones conservadoras, populistas, nacionalistas y regionalistas.

El orden social de Occidente, que ya no se basa en la doctrina liberal-iusnaturalista, sino en el cinismo neoliberal, se encuentra, en el fondo, sometido a la dictadura de la racionalidad meramente instrumental. Sus criterios de legitimización han cesado de ser la libertad, la autonomía y la autodeterminación democrática, dando paso a valores rectores como el desempeño económico-financiero, el éxito material y el consumo grosero. En el plano político, las consecuencias no son menos desastrosas: el éxito inmenso de la tecnología y su penetración en casi todas las esferas de la vida moderna han conducido a atribuir a la racionalidad instrumental y a sus manifestaciones socio-políticas (como todas las decisiones tomadas por la tecnoburocracia) un aura de verdad inconmovible, ante la cual la discusión democrática tradicional adopta un aire de penoso anacronismo. No hay duda de que los sistemas altamente complejos del presente poseen algunos factores positivos: un alto grado de movilidad social y personal, una notable diferenciación de roles y funciones y unas posibilidades bastante amplias en la elección de comportamientos y valores. Pero estas sociedades de cuño neoliberal llevan a la atomización de los ciudadanos, a la obsolescencia de la organización y discusión políticas, a la competencia brutal por cualquier nimiedad y a la anomia y el nihilismo como praxis colectiva. Las iglesias se transforman en clubes inofensivos de buena vecindad y caridad. Los estados y las ciudades pierden en cierto grado su capacidad de gobernabilidad. Los partidos políticos se convierten en asociaciones pragmáticas consagradas exclusivamente a la rotación de las élites gubernamentales. Las universidades se han vuelto una prolongación de la escuela secundaria, con un acceso masivo e irrestricto, perdiendo su función investigativa y humanista. La excesiva complejidad de las sociedades contemporáneas, unida a una democratización irrestricta, da como resultado la lentitud de toda decisión política seria, la decadencia de toda autoridad moral e intelectual, el predominio social de la mediocridad, la expansión del mal gusto plebeyo y la declinación de formas humanas de trato interpersonal.

Como corolario es conveniente reiterar que los aspectos positivos conectados con la modernidad -que van desde la moralidad universal-racionalista de la Ilustración hasta el anhelo de objetividad en el conocimiento científico y de la plena autonomía del sujeto- deben ser complementados con lo rescatable de la tradición y con el fomento de una racionalidad comunicativa. El disciplinamiento social ha coadyuvado adecuadamente a una mejor adaptación de las sociedades a entornos aleatorios y a recursos cambiantes y, por consiguiente, a un amplio dominio de los hombres sobre la naturaleza y sobre ellos mismos. Los aspectos negativos vinculados a este "éxito" ponen en peligro, sin embargo, el modelo occidental de desarrollo. Entre estos aspectos se hallan la destrucción del medio ambiente, la transformación de los ciudadanos en meros consumidores y el predominio irrestricto de grandes organizaciones burocráticas, exentas ahora de control democrático. La labor prioritaria en América Latina sería el combinar un mínimo de disciplinamiento con una racionalidad comunicativa que ayude a mitigar las alienaciones de la civilización industrial y las rigurosidades del orden moderno, conservando, si es necesario, fragmentos de aquellos vínculos primarios que solían brindar solidaridad y generosidad sin trabas burocráticas.

* Hugo Celso Felipe Mansilla. Doctor en filosofía.

Académico de la Lengua.

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