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Emilio Negrón Degollado, abogado corrupto y mujeriego, cumplÃa la función de empleado público en el Ministerio de Justicia, donde ingresó a trabajar, por muñeca e influencia polÃtica, el mismo año en que egresó de la Facultad de Derecho, luciendo un anillo de oro y un diploma de Doctor en Jurisprudencia.
Una vez que formó parte del engranaje de "la justicia injusta", hecha a golpes de soborno, chapucerÃa y prevaricato, se dedicó a extorsionar a sus clientes más adinerados, siempre en contra de los litigantes de bajos recursos y a favor de los demandados que le pasaban fajos de billetes por debajo de la mesa.
El dinero que acumuló entre soborno y soborno, le sirvió para comprarse una lujosa casa y gozar de los privilegios reservados sólo para las familias de la alta sociedad; pero no conforme con esto, Emilio Negrón Degollado se dedicó a lavar los dólares del narcotráfico y a cubrir con una cortina de humo la burocracia y corrupción en las altas esferas de gobierno.
Asà vivió por mucho tiempo, contento y complacido con su vida profesional, hasta que un dÃa, a poco de cumplir los cuarenta años de edad, se anotició de que uno de sus ex clientes, a quien le hizo perder un litigio judicial a cambio de una coima que recibió de parte de la demandada, lo andaba buscando para matarlo con sus propias manos.
Emilio Negrón Degollado, aunque no guardaba en su interior ni una gota de odio, se puso a buen recaudo. Dejó de asistir al trabajo y dejó de salir de su casa. Pensó, en principio, que el tiempo lo remediarÃa todo, pero no fue asÃ. De modo que se dio cuenta de que nada cambiarÃa el ritmo monótono de su vida que, aparte de ser rutinaria como la de un animal enjaulado, no tenÃa ningún sentido ni era espectacular como antes.
Las mujeres que compartÃan su vida, al verlo nervioso y preocupado como nunca, hacÃa mucho que sospechaban la verdadera razón de su encierro, pero prefirieron mantenerse con la boca cerrada para no importunarlo ni meter la pata en un asunto que no era de su entera incumbencia; mas no dejaban de preguntarse cuál era el miedo que le tenÃa a un pobre hombre que perdió un pleito y que, una vez que cumplió su condena en la cárcel, prometió vengarse de quien, en lugar de defender su causa ante los tribunales, lo traicionó como Judas por un fajo de billetes.
Estaba claro que los pleitos que atendió, bajo cohecho y en contra de lo establecido por las leyes, se trocaron en una conducta que le cambió la vida para siempre. Algunas veces, cuando estaba solo, deambulaba por la casa como un sonámbulo y, otras, cuando estaba en compañÃa de algunos de sus colegas, le venÃa una catarata verbal incoherente e impropia en un hombre a quienes todos tenÃan como a un abogado de aguda inteligencia y lenguaje cauteloso y medido.
Su situación emocional llegó a extremos lamentables, cuando se acostumbró al silencio de la soledad y a la idea de que su carrera profesional, que exhibÃa un delictuoso prontuario de corrupción y prevaricación, habÃa llegado al final por la maldita suerte de haberse enrolado en un grupo de jueces comprometidos con los actos ilÃcitos de algunas autoridades de gobierno y las principales actividades del crimen organizado.
ParecÃa estar viajando en la eterna noche y, con una sensación que se experimenta solo cuando se está al borde del abismo, vio delante de sus ojos una luz al rojo vivo, más candente que la brasa y más brillante que una estrella. SabÃa, por las referencias bÃblicas puestas en boca de un cura fanático, que los humanos que entraban en ese reino no volvÃan a salir con vida, porque tenÃan sólo un pasaje de ida pero no de vuelta.
Emilio Negrón Degollado, con el ánima que abandonó su cuerpo durante el trance de la pesadilla, se enfrentó a un mundo donde los condenados padecÃan una muerte atroz, soportando una tormenta de fuego entre alaridos de dolor y crujir de dientes. A lo lejos, como en un abismo sin fondo y donde el fuego ardÃa vivamente, estaban las almas que, desprovistas de toda presencia divina, quedaron olvidadas, tragadas por el tiempo, sin más consuelo que vagar como fantasmas sombrÃos de un lado a otro, sin conciencia ni voluntad.
Emilio Negrón Degollado, que quedó levitando en el vacÃo, en medio del reino de Satanás, sintió un insoportable ardor en el cuerpo, como si lo azotaran los látigos de un huracán de fuego.
Y allà donde ponÃa la mirada, no veÃa más que a los guardianes de las mazmorras del infierno, quienes, con cuernos en la frente y tridentes en la mano, giraban como niños traviesos en un carrusel, montados en carretas tiradas por veloces caballos negros.
Luego se dio cuenta de que Satanás no estaba aún dispuesto a recibirlo en su reino, pues no le dirigió la mirada y mucho menos la palabra, asà es que decidió retornar al mundo de los vivos, convertido en un profesional honesto y convencido de que no serÃa el mismo Emilio Negrón Degollado, el abogado ruin que en la pesadilla se precipitó en las cavernas del infierno, donde vio que los abogados y jueces corruptos, condenados por su propia conciencia, vagaban por túneles de fuego y azufre, como sombras sin destino ni oficio.
Luego ascendió hacia la vida, con los brazos extendidos como alas de pájaro y la mente atrapada por la desesperación de un náufrago que busca ganar la superficie, donde pueda respirar a pulmón lleno y ver el sol navegando en las alturas. De súbito, todavÃa presa del pánico, lanzó un chillido y despertó de la angustiosa pesadilla, que parecÃa haberse prolongado toda la noche, hasta que lo despertaron los primeros resplandores del alba.
No cabÃa duda de que Emilio Negrón Degollado, además de haberse llevado un susto del tamaño de la muerte, aprendió la mejor lección de su vida; por eso la mañana en que despertó de la pesadilla, con una angustia que le oprimÃa el pecho, decidió dejar de ser abogado del diablo y renunciar a su cargo en el Ministerio de Justicia, para luego dedicarse a trabajar como abogado de oficio, defendiendo las causas de los más pobres y necesitados. De nada le sirvió haber causado irreparables daños entre quienes acudieron a sus servicios, solo por haberse dejado ganar por el hechizo del maldito dinero, que le sirvió un tiempo para vivir a cuerpo de rey, pero con la conciencia de haber actuado sin fe ni dignidad en todos los procesos a su cargo.
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