¿Quién tuvo -como gobernante- estas tres cosas juntas? En los pasados días se ha escuchado decir que Morales es el mejor presidente de Bolivia, como razón para sostenerlo al frente del "proceso de cambio" indefinidamente. Si se sustituyera "mejor" por "singular", el concepto sería más exacto. La valoración cualitativa es competencia de la historia. Ahora suena a llunkerio, y es sólo para alimentar el "ego" presidencial.
¡Diez años! Es una cifra emblemática. No es poco, y supone haber dejado alguna huella perdurable. Al margen de la legalidad, sólo los dictadores acumulan más tiempo. Morales está a punto de superar - en antigüedad - al Mariscal Andrés de Santa Cruz, que gobernó 9 años y ocho meses. Se lo recuerda como a uno de los mejores mandatarios del país, y también por aquel intento de subsanar, con la Confederación, el trágico error de separar a Bolivia del común tronco peruano.
En economía, nuestro negocio ha sido siempre vender materias primas; el salto hacia la industria para el valor agregado sigue siendo una ilusión. La dependencia y la fluctuación de precios en el mercado internacional han hecho de Bolivia un país oscilante entre la bonanza y la pobreza. Algunos gobiernos, como Banzer de los años 70, administraron la holgura. Otros, tuvieron que capear la tormenta: "La patria se nos muere". La UDP, la COB, más el PCB, empujaron el país al borde del precipicio y entonces vino el 21060.
Morales se topó de entrada con la bonanza. Agotado el ciclo neoliberal, otro de signo contrario ocupó el escenario del poder. Recogió a manos llenas la cosecha de la siembra ajena, y Bolivia vivió el decenio de la fantasía. Las grandes fortunas - para ser provechosas - requieren de talento. Con el Fondo de la corrupción a cuestas hoy, en tiempo de las vacas flacas, la inmensa millonada es sólo un recuerdo amargo.
Se utilizó la democracia para montar el aparato reproductor de triunfos electorales. La fórmula operativa fue poner la economía al servicio de la política. Con tanta riqueza, con tanto poder, se transfiguró el hombre; muchos contribuyeron a ese extravío; las universidades obsequiosas, también. Hubo sin embargo un momento de lucidez: "Nunca pensé llegar aquí; ahora quiero irme". No lo dejaron. Es un rehén virtual del Palacio Quemado.
Lo que sigue es una locura. Acaba de posesionarse y lo quieren volver vitalicio. Están apurados; les escuece la mano para los dos tercios. Con la prestidigitación verbal, la "estrategia envolvente" es más expedita. Viene sonando la tormenta y las "pelotas de trapo" (distractores, según G.Torrico), también están a la orden. La autonomía es un antídoto del centralismo, por lo que el referéndum para aprobar o rechaza el estatuto es como preguntar al hambriento si tiene ganas de comer. Y los jóvenes, a quienes la suerte del país parece no importarles gran cosa, también están ocupados; tienen su propio hueso que roer. Juegan felices en las canchas de pasto plurinacional.
(*) El autor es escritor, miembro del PEN Bolivia
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