Vivir en tiempos de crisis, especialmente para quienes tienen bajos sueldos o, peor, ingresos muy limitados que no alcanzan ni para cubrir el 30% de la canasta familiar; para quienes padecen extremos grados de pobreza; para los que dependen de magras pensiones como es el caso del sector de jubilados y, muchísimo más para los que padecen la falta de empleo o viven a expensas de parientes y hasta instituciones de caridad, es grave el problema.
Quienes poseen mucho dinero o cuentan con ingresos que reeditan sus negocios o mucho más aquellos que se han beneficiado con dividendos que dan las políticas mal practicadas, el contrabando, la corrupción, la especulación y actividades que lindan en lo ilegal, el problema de la crisis no es tal; al contrario, es medio para mayor enriquecimiento porque saben aprovechar las necesidades de los que tienen poco y, de una u otra manera, tienen que erogar sus pocos ingresos para subsistir.
Toda crisis financiera genera más pobreza y, si esa crisis está acompañada de políticas económicas mal administradas y peor practicadas y que rehúyen la adopción de medidas para paliarla y hacerla más llevadera, el problema adquiere proporciones muy graves.
Muchas veces, en Bolivia hemos vivido situaciones críticas como los procesos hiperinflacionarios de los años 53 a 56, 81 a 85, que, por su gravedad, han ocasionado complicaciones severas en la salud de muchas personas no sólo por la poca ingestión de alimentos sino por las preocupaciones y angustias a más de no contar con los servicios necesarios y eficientes para cuidar su salud o salir, en muchos casos, de situaciones muy críticas en que hubo necesidad de intervenciones quirúrgicas y tratamientos muy caros.
La verdad es que la pobreza cala hondo en la vida de los que nada poseen o dependen de escasos ingresos. Muchas veces, el estoicismo de esas personas y conductas de resignación determinan que todo se soporte y surgen esperanzas de que puedan haber cambios. Los cambios fueron casi automáticos especialmente en los años 53 a 56 y, para frenar el proceso hiperinflacionario de los años 80, el gobierno aprobó el decreto 21060 que fijó nuevas reglas en el comportamiento económico. Este proceso implicó, por otro lado, que la pobreza se cierna sobre varios sectores - especialmente miles de mineros - que perdieron su fuente de trabajo con la promesa de ser relocalizados en otras fuentes de empleo que nunca se cumplió.
Hoy, el país soporta una crisis muy grave pese a las afirmaciones del gobierno de que "todo está normal, la economía es sólida, se cuenta con las reservas para hacer frente a cualquier contingencia" y otras lindezas que están fuera de la realidad. En fin, queda para los que sufren por la crisis, la esperanza de que Dios, en su infinita bondad, compense las amarguras y amortigüe las multiples necesidades que día a día sobrevienen.
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