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Domingo 30 de agosto de 2015

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Cultural El Duende

Periodismo y literatura: La palabra se hizo carne

30 ago 2015

Ponencia presentada por Lupe Cajías en el Foro "Periodismo y literatura" organizado por el Centro Pedagógico Simón Patiño en julio pasado

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Segunda de cinco partes

Era costumbre, desde las primeras expediciones de conquista, contar con músicos y escribientes acompañando a la infantería. Los primeros historiadores, también los narradores/literatos, son aquellos que dejaron testimonio de las epopeyas, los héroes y sus amantes.

Desde el primer viaje de Cristóbal Colón, a mediados de 1492, tanto el navegante como sus auspiciadores reales, contrataron en la tripulación a un cronista que apuntara los hechos. Escritos que se complementan con el propio diario de Colón que anota jornada a jornada recorridos y sorpresas que pueden ser leídos como noticias actuales.

Sólo cambia el formato, de papeles amarillentos al intangible Internet, pues los asuntos son casi siempre los mismos.

Los cronistas consignaron con sus plumas urgentes los detalles de la geografía- el lugar-, cada vez más asombrados porque la bravura de las olas, la densidad de la floresta o el tamaño de las montañas excedían con largueza todo aquello que conocían y por ello escribían tan afectados como lo haría hoy un reportero acompañando un viaje a Marte.

Después llegaron los sustos, cuando conocieron a los protagonistas, a esos "quiénes" que pasaron de la amabilidad inicial a responder con envenenadas flechas a la violencia europea. Los cronistas aún en su reproducción no neutral de esos primeros choques, nos dan elementos para entender la dificultad de escribir sobre "el otro" y para entender un mundo "nuevo", densidad que tampoco el periodismo moderno logra superar.

Los tiempos de unos y de otros eran diferentes. Una data, 12 de octubre de 1492, no tenía ninguna relación con los ciclos acumulados en el calendario maya o en las observaciones astronómicas realizadas a lo largo del continente, sea desde Copacabana, Cuzco o Chichen Itza. Entonces, los tiempos, las fechas, que pusieron los cronistas, son "sus años" y no las marcas climáticas que apuntaban los sacerdotes aztecas entre los equinoccios, los solsticios o los eclipses.

Esa construcción de tiempos diferenciados, a veces paralelos, a veces contradictorios, acompañó durante siglos, las noticias locales, desde la siembra más sencilla hasta la complejidad de una visión del mundo. Es un ejemplo muy útil para comenzar a de-construir la imposibilidad de compaginar las urgencias de unos con la calma de otros.

Ese "cuando" de las crónicas ya nos anuncia las distancias entre los que llegaron y los que habitaban el continente. Quinientos años después, los periódicos registran problemas en la implementación de proyectos carreteros, por ejemplo, porque los apuros de un modelo de desarrollo, "progreso" no coinciden con otras ideas de la felicidad.

Los mayores tropiezos de los cronistas se dieron cuando intentaron registrar ese "qué" y ese "cómo". Sus esfuerzos alcanzaron en algunos casos a mostrar un panorama mayor y son las crónicas imprescindibles para el nacimiento del periodismo latinoamericano, con sus fortalezas y con sus debilidades.

Uno de ellos, guerrero y escritor, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, es un ejemplo de ese asombro ante la inconmensurabilidad del paisaje, del miedo a lo desconocido y, a la vez, un relato pionero sobre las plantas con poderes mágicos que provocaban alucinaciones diabólicas. Los cronistas de esas centurias ya se preocuparon por las drogas, por la coca, por el peyote, por las adormideras que hasta hoy ocupan titulares en nuestra moderna televisión.

El caso de Bartolomé Arzans Orzúa y Vela es la vida y obra de un personaje más cercano y conocido en la historia de Bolivia, concretamente de la Villa Imperial de Potosí, cuyo rico cerro de plata fue el eje articulador de la Audiencia de Charcas y de la nueva república.

Nacido en Potosí en 1674 murió en la misma ciudad en 1736 sin concluir su obra "Historia de la Villa Imperial de Potosí" que había iniciado en 1705. Su hijo Diego escribió los últimos ocho capítulos. La obra sólo interesaba a su autor y él no la dedicó al rey, al virrey o a otra autoridad, como sus colegas cronistas, ni tampoco se ocupó de conseguir su publicación. Guardó celosamente el manuscrito. El libro recién fue encontrado a inicios del Siglo XX y fue la tenacidad de Gunnar Mendoza, entonces director del Archivo Nacional, junto a su colega y amigo Lewis Hanke, la que permitió su publicación con notas de estudio en 1965, con el auspicio de una universidad estadounidense.

Se presume que existen dos copias, una de las cuales fue empeñada por Diego para conseguir apoyo económico de un cura, que fue enviada al Rey y que estaría en España aunque la corona no se interesó en editarla, ni en tiempos republicanos. El otro ejemplar fue comprado en 1877 para ser publicado en Europa, algo que no sucedió, hasta la adquisición por parte de un coleccionista, quien la donó a la Brown University y fue la base para los esfuerzos de historiadores que la difundieron primero parcialmente y luego completa y con notas de estudio. Actualmente, el estado boliviano la considera una de las narraciones fundamentales de la historia nacional y hay nuevas y bellas ediciones, llenas de apuntes y notas.

Los literatos bolivianos consideran el texto como el primer libro de autor boliviano, pero no están de acuerdo en su catalogación. Para algunos podría pasar como una ficción de lo fantástico, donde los ángeles bajan a defender a un pecador o un Cristo revela el adulterio de una bella moza. Indudablemente también hay que considerarlo el primer reportaje sobre estas tierras y el primer ejemplo de periodismo literario.

La lectura de estas crónicas, desde la visión de un periodista, no deja de ser un tesoro sin fin porque revela datos innumerables para entender el funcionamiento de la colonia en Potosí, desde sus instituciones, su economía, la cultura, el mestizaje, las creencias.

Existen historias tan simpáticas como aquella que cuenta la dificultad de las sevillanas para parir hijos vivos en el gélido Potosí. Casi todas debían trasladarse en medio embarazo hasta la tibieza de La Plata y dar a luz en tierras más bajas; sólo retornaban con el niño crecido. Hasta que una madre que no pudo viajar a tiempo, desesperada, dedicó una novena a San Nicolás y su criatura fue el primer bebé criollo nacido vivo en Potosí. Por años, otras mujeres la imitaron y la Villa imperial se llenó de nicolasitos y nicolasitas.

Arzans pasó su vida en Potosí y, según uno de los impulsores de la difusión de su obra, Mariano Baptista, debió ser un gran conversador pues se enteraba de muchos asuntos íntimos de sus vecinos, base de varios relatos. También fue juerguista, amante de las corridas de toros y de las fiestas patronales. Sus descripciones son una antesala de los festejos que ahora abundan en Bolivia para bailar -y emborracharse- en homenaje a algún santo, a alguna advocación mariana, que son las preferidas.

Un periodista puede citar párrafos enteros y colocarlos como actuales porque son muchas las coincidencias: el cambio de vestido a la Vírgen de la Merced, la cofradía y sus devotos, los bailes y las guirnaldas, las panderetas y los tambores.

El autor potosino también se ocupa de la justicia y critica duramente al sistema colonial y a los abusos contra los nativos. La lista de los temas que le interesan son como un conjunto de suplementos especiales que encontramos en la prensa moderna: "Moda", "Hermosura", "Educación, familia e hijos", "Dinero y riquezas", "El Cerro Rico de Potosí", "El Amor", "Justicia Divina", "Virtudes", "Pecados", "Situación de los Indios".

El texto es extenso, ocupa tres volúmenes en papel tamaño oficio, y el curioso necesita muchas horas para completar la lectura. En 1970, el Ministerio de Educación publicó una versión muy resumida para dar una idea de la riqueza del contenido pero hasta la fecha sólo los historiadores de la colonia y algunos literatos se interesan en él.

Continuará

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