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Invitado


Domingo 30 de agosto de 2015

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Cultural El Duende

Emma Villazón

30 ago 2015

Emma Villazón Ritchter. Santa Cruz, 1983 - La Paz, 2015. Ganadora del Premio Nacional de Noveles Escritores. Con estudios en Filología Hispánica y Literatura latinoamericana. Sus obras: Fábulas de una caída (2007). Lumbre con ciervos (2013). Está incluida en antologías de Argentina, Inglaterra y Bolivia.

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Detalle

en el suelo del cuarto sandalias botines

y zapatillas sobre el tocador

binchas peines aros pulseras

y en la mesa papeles

sábanas suaves amables

blancas o amarillas

siempre dispuestas

a acoger al dolor:

-en la figura del centro-

unos trazos azules y plomos

Pintarrajeados justo sobre un rosto de mujer

despersonalizándolo

Manos

Las manos de una mujer que no conozco

son las mías.

No las ves;

pero aún reconocerías el peso que carga

mi espalda.

Es un bulto que declara mi deformidad:

la consecuencia de todo el amor

que he recibido. A él se debe

que a cada momento observe mis manos

y tenga que asegurarme de que sigo

en esta tierra, en este mundo.

Imagino que la mayoría de la gente

debe también mirarse seguido las manos

y acordarse de que está aquí.

Lo supongo: todos condenados

a no alejarnos, a no sufrir un accidente

o una enfermedad incurable

que desgarre el cuerpo

con tal de no dañar a los demás.

Es una obligación que excede

las fuerzas de cada uno.

Sin embargo, no existe otro ser

que haya cedido tanto como una madre,

siempre rodeada de plantas carnívoras

arrojando pedazos de su propia carne,

entregándose con placer a la faena

de hundirse en un abrazo infinito

hacia las bocas suyas.

Pareciera que no existe la libertad.

4 am

Desde aquí, los árboles son plateados.

no hago más que aferrarme a la ventana,

al sentimiento

que embarga la neblina que hay afuera.

Al caer la noche,

la gente tuvo que huir de las calles.

Desde donde vos estás, me llamás preocupado,

pero hay distancias irresolubles entre nosotros.

Si una carretera es el espacio que separa

a dos pueblos ¿cuál es la distancia

que aparta tu mente de la mía?

Habitamos dos tierras lejanas.

Quisiera hacerte mi hijo

y cubrirte de la niebla.

Pero ¿cómo se llama este viaje

que emprendemos hace tanto tiempo?

En el pozo

decaída

mas no como un muro

ni una ciudad codiciada

sólo un tanto alejada

de los quehaceres

a través de los cuales

emerges en esa

que creen los otros

acaso esperas que un águila

posado en tu tocador

te levante del pozo

desde donde les cuentas

libros a los amigos

si el único diálogo sostenible

es ficción

así como el guante de Hooper

la rebelión de los campesinos

guardada entre dientes y tierra

el deseo del amor de X

las risotadas

de Carson Mc Cullers como

cintas veteadas en el aire

o el sombrero de Capote

vertiendo su conversación

cada guiño humano es ficción

sobre todo Capote engarzado a los campos

y al glamour puro movimiento y resplandor

como un cuervo en un cableado

en un desierto de flashes

además de la voz que sale de tu cuerpo

nadie puede explicar

la madera del propio sonido

ni dejar que los ojos no construyan

-ni destruyan a la vez

la infinidad de luces y formas

que hay afuera.

Herida

Abro el grifo, corre el agua,

veo los azulejos en la pared,

luego me inclino en el lavamanos celeste

y me concentro en el sonido que producen

mis manos al ser cubiertas por el agua

-como guantes. Y no sé por qué

pero igual que hace dos meses,

frente al espejo

tengo el presentimiento de que

palpo mi cabeza

y descubro que pierdo sangre

en el costado derecho,

por lo que desesperada

me dedico a buscar la herida

con mis dedos ensangrentados.

Es una rara sensación que me ocurre

estando despierta

y me recuerda a las víctimas de crímenes

encerradas en baños impecables.

Haciéndome cargo

Trato de hacer todo con cuidado.

Se me encarga

que mantenga la casa en orden

y así lo hago. Primero con desesperación,

luego sin pensarlo

(sin preocuparme

como cuando estoy frente a la luz);

entonces barro las hojas que cubren el patio,

estiro la ropa en sogas, cocino, quito el polvo,

atiendo

a los capullos de las jardineras de ladrillos:

velo su crecimiento,

su raro sueño de puños cerrados.

Asumo mi tarea con sudor y culpa,

pero cuando boto las conservas

vencidas por el inodoro,

me quedo allí parada por varios minutos.

Es un alivio ver cómo

el agua limpia absorbe y se lleva todo.

Descanso increíblemente

viendo cómo es succionado

el mal olor de nuestras vidas,

y emerge de eso que parecía vómito de niño,

una espuma similar a la del mar.

Es difícil estar pendiente de la suciedad,

de los restos

que dejamos en los baños,

en los platos, en los pasillos,

es como estar levantando

lo que el tiempo nos hace a cada minuto

en nuestra intimidad y

queda con telarañas en unos rincones.

Realmente es duro,

pero cuando veo esa espuma que se ha llevado

lo malo, es para mí como una canción,

una que me dará fuerzas

cuando venga la noche

y no tenga otra voz

sino esa con la que contesto el teléfono.

Para tus amigos: