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Domingo 30 de agosto de 2015

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Cultural El Duende

Adelantos de la propia muerte

30 ago 2015

脕ngeles Mastreta

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Hay en el af谩n por las antig眉edades y los vejestorios una b煤squeda del mundo inmutable que otros perdieron al morirse. Las cosas y el paisaje no lamentan, no lloran, no parecen perder nada al perdemos.

Si algo nos rebela, m谩s que nada, contra la muerte de quienes hemos querido, es la condici贸n de indiferencia que el ir y venir del universo conserva mientras nuestro privad铆simo cosmos se devasta con la p茅rdida. Pero aun nosotros, ateridos, seguimos caminando cuando mueren quienes m谩s queremos, volvemos a comer, a so帽ar, a maldecir, a emocionamos. Incre铆ble traici贸n, pero inevitable, volvemos incluso a ser felices. Y a veces, hasta nos sentimos m谩s vivos que nunca. As铆 la vida y el mundo todo, como hemos visto que hacen cuando otros mueren, har谩n cuando no estemos para atestiguar su abandono. Y qui茅n no, alguna tarde de ocio, ejerce una nostalgia anticipada y predice su muerte, juega con sus posibles muertes, con los atractivos escenarios y paisajes que conservar谩 el universo que habitamos, cuando nosotros ya no podamos conservarlo bajo nuestra mirada.

Cavila mi desidia chantajista si ma帽ana o el mes que entra me caigo como el martes pasado, y en lugar de romperme una pierna me rompo la cabeza, la novela que escribo se quedar铆a guardada en la cascarrabias Acer con que lidio todas las ma帽anas. Y Emilia Sauri, con todas sus fantas铆as y sus tormentos, con su risa de lunas y su padre trajinando entre los tarros de porcelana de una botica antigua, se quedar铆a atrapada, sin futuro, sin nietos, sin casa frente al lago, sin p茅rdidas. No estar铆a mal, me digo, que esa mujer y su destino se quedaran a medias y dejaran de importunarme.

En cambio, yo me podr铆a quedar viva hasta una tarde azul frente al mar que circunda Cozumel. Viva hasta ser una vieja peque帽ita que se columpia en una mecedora de mimbre y contempla el paisaje, desde el segundo piso de una casa que tiembla cuando alguien sube los pelda帽os de la escalera. Viva hasta que mis bisnietos no sepan d贸nde ponerme y me dejen ah铆 con todos los muertos a los que a帽ore feliz, encallecida, d铆scola como ni帽a, recordando la vida que hoy tengo, mientras el destino entra una tarde por la ventana que se deslumbra con el mar, y me mata de puro cansancio.

S茅 de cierto que si muero ma帽ana, el se帽or de la casa desterrar谩 el pescado a la veracruzana de la cocina en que hoy predomino. Pero ya no estar茅 para enojarme cuando 茅l diga que lo detesta, ni para alegar que a las visitas s铆 les gusta, ni para o铆r su voz como un enigma, diciendo irremediable so they say. Intuyo que mi hija dejar铆a de ir a clases de nataci贸n y mi hijo determinar铆a no volver al dentista. Pero nada m谩s ruin les pasar铆a, y su vida ser铆a como ser谩, por m谩s que yo piense, porque necesito pensarlo, que soy muy, pero muy importante para ellos.

Las manos son quiz谩 lo m谩s vivo que tenemos. Miro mis manos de ahora tecleando la computadora, incapaces que fueron de teclear bien un piano, de bordar un mantel, de pintar como las de mi hermana. Las miro ahora y me concedo el placer de pensar que pueden seguir vivas muchos a帽os. Cada vez m谩s torpes que aquellas que alguien tom贸 un d铆a frente al aguamanil y contempl贸 como quien mira un recuerdo: "tienes manos de campesina italiana", pero vivas para moverse por todos los lugares que ambicionen, hasta volverse de veras muy viejas, temblonas y cubiertas de pecas, arrugada su piel como cebolla. 驴C贸mo tendr茅 las manos cuando muera? 驴Agradecidas? De cu谩ntas cosas tendr铆an que estar agradecidas. Vieja como una ara帽a, abandonada en el sol, mirando a los volcanes, c铆nicos, eternos, triunfando una vez m谩s sobre otra vida humana. As铆 podr铆a morirme a los noventa y nueve, y estar铆a agradecida con la muerte. Agradecidas yo y mis manos viejas que habr谩n tocado casi todo lo que alguna vez ambicion茅.

Pero puedo morirme el a帽o pr贸ximo, aunque este hombre con el que sue帽o corra a tocar madera y convoque de golpe todas mis vanidades. Entonces me habr茅 perdido de las madrugadas interrumpidas que me depare el a帽o, del viaje en velero que a煤n tengo pendiente, de la boda de mi hija, y la nuera que me depare mi hijo, de la estancia en Boston y las flores de mango que perfuman el jard铆n de Antonio Hass en Sinaloa. Me habr茅 perdido del estudio junto al r铆o, de la compra in煤til de una casa ruinosa en la cuatro poniente, de cambiar el piso de madera que se ha levantado en el comedor, de la pel铆cula que har谩n con un libro cuya historia me dicen que escrib铆 hace diez a帽os, de alguien que pueda serlo diciendo que no le interesa ser presidente de la rep煤blica, de los jacarandaes floreando durante todas las semanas santas que podr铆a yo ver entre mis cuarenta y cinco y mis cien, del pastel de cumplea帽os que me har谩 mi bisnieta Catalina cuando cumpla ciento uno. Me perder铆a tambi茅n de un sinn煤mero de desfalcos interiores y de muchas m谩s devastaciones externas, pero si he de escoger a ciegas, la nada o lo que siga, prefiero sin la menor duda cualquiera de las cosas que al mundo se le ocurra que me sigan.

Es f谩cil fantasear con la propia muerte, cuando no es sino eso: una amenaza que sentimos remota, que podemos colocar lej铆simos, entre dos monta帽as y los ciento veinte a帽os, sobre el mar y los noventa y cuatro, s贸lo a ratos, arriesg谩ndose mucho, a un d铆a o diez de distancia deleble. Con la muerte de otros no jugamos, porque la muerte ajena es una experiencia horrible que ya conocemos, la nuestra s贸lo es sue帽o, pesadilla, remedio de todos tan temido.

Si hemos de fantasear con la muerte, mejor elegir la propia y elegirla remota, como la imagina todo el que vive, porque de otro modo no se podr铆a vivir. Y de eso nada m谩s se trata este asunto que nos tiene pendientes de cada amanecer y cada noche, llegando como un privilegio diario a tocarnos la frente para darnos permiso de seguir en la bendita lidia, como si hacerlo fuera m茅rito nuestro y no arbitraria generosidad del mundo que nos cobija.

* 脕ngeles Mastreta. Escritora y periodista mexicana, 1949.

Tomado de su libro "El mundo iluminado"

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