Loading...
Invitado


Domingo 30 de agosto de 2015

Portada Principal
Cultural El Duende

Cuatro puntos de apoyo para analizar la narrativa boliviana

30 ago 2015

Daniel Averanga

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

1. Temas recurrentes

Amor-odio, paz-guerra, justicia-injusticia, humanidad-deshumanización, vida-muerte, libertad-reclusión.

Si uno lee Lluvia de piedra de Rodrigo Urquiola, El hombre de Álvaro Pérez, o Vacaciones permanentes de Liliana Colanzi, ha de darse cuenta de que todas estas producciones tienen uno o más de estos conceptos dobles, como tema recurrente. En realidad El hombre no es más que una novela sobre el sentido de la "humanidad-deshumanización", mientras que Lluvia de Piedra se enfoca en la relación "vida-muerte" y Vacaciones permanentes juega con temas como "vida-muerte" o "felicidad-infelicidad".

Puede que a muchos de los escritores bolivianos les interesen los temas clásicos, no obstante, lo cierto es que hay una dispersión temática en la literatura boliviana actual, y hay pocos, poquísimos temas recurrentes que han logrado convertirse en referentes; como lo demostró, por ejemplo, la tendencia a confundir la literatura con la vida misma, esa tendencia de principios del nuevo siglo, cuyo mayor representante fue Víctor Hugo Viscarra, quien hizo crónica del mundo de los bajos fondos, y que fue seguido por más de una treintena de oportunistas que lo "adoptaron" como maestro. El resultado fue terrible, Viscarra tuvo el talento y la sal para contar lo que era suyo por propiedad: su forma de pensar, su tendencia, su misma vida; pero los demás, los que lo "adoptaron", quisieron repetir esa fórmula, sin éxito alguno.

Por otro lado, novelas y cuentos sobre "paz-guerra" han evolucionado coincidentemente en la narrativa boliviana como recurrentes, desde la tendencia hacia el intimismo. Rodrigo Hasbún profundiza, desde su novela El lugar del cuerpo, la clave de la violencia sexual como sombra del pasado; Edmundo Paz Soldán, en su novela Los vivos y los muertos, estudia la violencia y su influencia totalizadora en el entorno civilizado norteamericano, y Wilmer Urrelo hace otro tanto en Hablar con los perros, mostrando el infierno de la familia y la inútil búsqueda de la "paz". Esta dispersión de intereses temáticos demuestra el problema de la diversidad; pero este será analizado junto a otro dilema en la narrativa actual: el de la forma y el estilo.

2. Tendencias de forma y estilo

El arte de escribir debería ser aprendido a solas y con lecturas a conciencia. Hemingway puede ser un buen maestro, pero también lo pueden ser Faulkner, Sábato, Mauriac, Cerruto o Beauvoir. ¿Y qué tienen en común estos autores? Algo que no tienen en común la mayoría de los narradores bolivianos actuales: renovarse en cada publicación. Cuando uno escribe algo que es bien recibido por los pocos lectores que hay en Bolivia, y además es laureado por otros lectores y autores de otros países, puede decirse que ha dado en el clavo; este autor puede repetir su éxito si sigue la misma fórmula.

Pero esto es muy riesgoso, porque nada es mejor para garantizar el fracaso de un escritor que el hecho de repetir el chiste creativo; aunque, hay que ser sinceros, en Bolivia, el estilo y la forma todavía no alcanzan el nivel de escuela que poseen otros países, siendo esta una base y una oportunidad nacida del mismo vacío.

En cuanto a forma o estilo, todavía no hay un "boom boliviano" del siglo XXI. No existe una novela como la que escribió Quiroga Santa Cruz, hablo de Los deshabitados, aparecida a finales de los años 50, y que creó una escuela intimista que dura hasta la fecha. No tenemos todavía un nuevo Los deshabitados, aunque intentos sí los hubo, pero no necesariamente pensados o proyectados por los creadores.

3. Géneros narrativos e identidad

La aparición de cultores de géneros narrativos específicos ha sido el verdadero boom en Bolivia, pero un boom que es onomatopeya de explosión y muerte: miembros, troncos y cabezas volando entre sangre que se dispersa en mantas purpúreas de humedad posmodernista... Escribir cuentos de terror para algunos escritores significa "halloweenizar" sus relatos: los adornan con dibujos de brujas feministas, vampiros mariconazos o esqueletos sionistas, y terminan cayendo en el ridículo.

Otro ejemplo de una suerte de tendencia son las "juntuchas", como la de ciertos escritores de "ciencia ficción"; esto ya es patético e irracional por la misma premisa de representatividad; es decir, que la pinta haga más que la función.

Uno puede escribir cuentos de ciencia ficción, fantasía y terror sin necesidad de sociedades de escritores que más parecen sindicatos de licenciados buscando parecerse a The Avengers o Los Súper-amigos, en las fotos de solapa de sus publicaciones. El problema está en los productos. La idea de escribir desde un género en particular no significa enajenarse. Recuerdo que cuando compilaba cuentos para la segunda antología de terror que publiqué el año pasado, la mayoría trataba de los problemas que aparecen al tener pareja, como si tener una novia (o novio) significara el principio del horror... (bueno, casi)...

Otra característica reiterada es que los cuentos de fantasía se apoyen en la evasión de la realidad, o que traten la realidad a manera de radionovela: que un adolescente descubra que es un semidiós mientras sufre un enamoramiento imposible, o que un grupo de mocosos sean nombrados como los elegidos para un fin fantástico pero que no pueden luchar contra sus impulsos reproductivos (es decir, Furia de Titanes y Floricienta en una sola novela).

Este problema, el de no profundizar en el contexto que uno crea (aunque este contexto sea futurista o fantástico), hace que la narrativa parezca más minimalista de lo que pretende ser; y es que la concreción de una identidad propia y única es imposible en Bolivia: por ejemplo, soy orureño de nacimiento, vivo en El Alto, sé hablar inglés y mis amigos son más aymaras que Felipe Quispe, más quechuas que Jesús Lara y más germánicos que Otto Van Bismarck, y eso al final es secundario para mí, porque me gusta tener amigos así, como también me gusta escuchar a Riz Ortolani y a Sarita Lizeth Yanarico, así, con apellido y todo, una después del otro, mientras escribo, y no me hago lío. No me voy a aburguesar, indianizar o vulgarizar por escuchar y/o escribir sobre lo que me gusta, ¿verdad?

Creo que el patetismo al escribir, demostrando que uno ha sufrido y que ha trabajado la tierra con sus manos hasta hacerla sangrar, ya ha pasado de moda. A mí no me interesa que me lean las europeas y sientan pena por lo que les cuento de mí o de mis antepasados, al menos no deliberadamente...

Por ello, creo que los argumentos de "campesino-no­ble-se-venga-de-patrón-violador", o "burgués-también-no­ble-sufre-exilio-y-lucha-contra-dictadores-con-disfunción-erectil" ya no se toman como principios... Este nuevo boom ha borrado estos argumentos pero ha dejado en, su lugar otro tipo de problemas... Y esto me lleva al último punto.

4. El rol del escritor

Hay una enfermedad dentro la mayoría de los narradores en Bolivia: el exceso de solemnidad. Creo que uno no debe escribir para sí mismo, a eso se le llama "autosatisfacción con vaselina". Si yo quisiera escribir solo para mí, no andaría publicando. Tampoco escribo para aportar grandiosamente a la literatura boliviana; esa no es mi intención...

Cuando me preguntan por qué escribo, siempre contesto que es para comunicarme con el lector. Pero muchos de los otros escritores, amantes de lecturas como las de Roth, Pynchon, Burroughs o Auster, y que leen y releen a estos autores con una pasión casi sexual, siempre contestan que escriben para sí mismos o pensando en sí mismos; nunca piensan en el lector. Esta desvinculación con el lector hace que se sobreentienda el producto escrito como algo realmente significativo. La narrativa debería ser objetiva desde su proceso, y esto es, que el escritor pueda desconfiar de su esencia de "vaca sagrada": hay que reinventarse, hay que trabajar, hay que demostrar que uno escribe por oficio, no por intentar mostrarse a los demás como el hijo bastardo de Roberto Bolaño.

Falta que los escritores vuelvan a estudiar a los autores clásicos y a los modernos que sí cuentan historias, no sólo pensamientos o reflexiones... Es necesario esto para comenzar a hablar recién de tendencias de estilo y de forma en la narrativa boliviana: el hecho de que el mal manejo de géneros (como el terror carnavalesco desde las portadas, o la ciencia ficción que más parece un remedo de ensayos sociopolíticos dignos de licenciados de psicología) sea un fenómeno de doble filo activo todavía, no ayudará a determinar una evolución en la narrativa boliviana. En definitiva, el principal rol del escritor con respecto a todo lo antes tratado, es el de hacer un trabajo serio, comprometido consigo mismo, mas no tanto con su imagen. ¿Por qué?: a nadie le importa si quien les ha hablado es moreno o chato o narigón, con tal que ese alguien los entretenga (o inquiete), vale.

Daniel Averanga Montiel. Narrador. Oruro, 1982.

Para tus amigos: