El propósito más difÃcil de concebir, de emprender y sobre todo, de sostener en arte, y particularmente en poesÃa, es el de someter a la voluntad reflexiva la ejecución de una obra, sin que esta condición rigurosa, deliberadamente adoptada, altere las cualidades esenciales, los encantos y la gracia que debe acarrear y transportar toda obra que pretenda seducir a los espÃritus con las delicias del espÃritu.
A partir de 1865 no hay una sola lÃnea suya en la que no se advierta que ha sido como repensada y revivida la innumerable invención del Lenguaje, colocándose a una altura a la que nadie, hasta entonces, habÃa soñado siquiera aspirar. Allà se mantuvo hasta el último dÃa, en Ãntima contemplación de una verdad cuyas prodigiosas revelaciones no quiso comunicar sino mediante pruebas.
Esta verdad revelada debÃa -pienso- establecer un conocimiento inaudito de la poesÃa, un conocimiento que confiriera a esta producción del ser, a este arte del espÃritu, un valor distinto de aquel que una tradición ingenua, bien acogida por la pereza general del intelecto, le asignaba. No se trataba ya de una diversión, aunque esta llegara a ser sublime.
Por encima de lo que se denomina Literatura, MetafÃsica, Religión, surgió el nuevo deber de ejercer y exaltar la más espiritual de todas las funciones de la Palabra, aquella que no intenta demostrar nada, ni describir, ni representar nada y que tampoco promueve ni afirma ninguna confusión entre lo real y el poder verbal de comunicar, para un fin supremo, las ideas que nacen de las palabras.
El Lenguaje se convierte, de este modo, en un agente de "espiritualidad", es decir de transmutación directa de los deseos y emociones en presencias y poderes casi "reales", sin la intervención de medios psÃquicamente adecuados.
El artista, en el plano del lenguaje, se conforma con desarrollar su talento en obras sucesivas, según la ocasión o el azar que un cierto tema o asunto le brinda. A veces -casi jugando- cierto fragmento le llega al espÃritu y lo tienta o lo desafÃa a proseguir o igualar aquella perfección, mediante recursos reflexivos.
Separado de sus usos prácticos, el lenguaje puede recibir diversos valores suntuarios que se denominan filosofÃa, poesÃa, o de cualquier otro modo. Sólo se trata de provocar la necesidad de estos empleos. Ello es esencial, pues los nuevos desarrollos, las nuevas formaciones intentadas, pueden ser muy ambiguas y provocar sorpresas y dificultades de comprensión. Pero cuanto más estimulada y exacerbada haya sido la necesidad, mayor energÃa dispondrá el lector para reducir las resistencias del texto, y en ello podrá encontrar a menudo un legÃtimo orgullo.
Demostró con sorprendente felicidad, que la poesÃa debÃa suministrar valores equivalentes a los significados, a las sonoridades, a la propia fisonomÃa de las palabras, las cuales, contrapuestas o articuladas con habilidad, podÃan producir versos de una plenitud, un resplandor y resonancia nunca oÃdos. Las rimas, las aliteraciones, por una parte; las figuras, los tropas, las metáforas por otra, ya no serÃan detalles y ornamentos del discurso que se podrÃan omitir sin consecuencias. Estas eran ahora propiedades sustanciales de la obra. El fondo ya no es considerado como causa de la forma, sino como uno de sus efectos. Cada verso llega a ser una entidad que posee razones fÃsicas para existir. Es un descubrimiento, una especie de "verdad" intrÃnseca arrancada al azar. En cuanto al mundo, a la totalidad de lo real, tiene como única razón válida permitir que el poeta juegue contra sà mismo una partida sublime, perdida de antemano.
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