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Nataniel Aguirre es uno de los clásicos de la literatura boliviana. Pertenece a esa célebre generación del 80 que dio muy grandes escritores y que marcó una nueva trayectoria en la historia del paÃs, terminando con la era de los cuartelazos y el caudillismo militarista, para allegar una polÃtica civil, culta, de médula doctrinaria y de base legal. Nataniel Aguirre fue una de las figuras más brillantes de aquel momento. Fundador con Camacho del partido liberal, luchó por las ideas que en aquellas horas significaban una avanzada de la conciencia de Bolivia, ya desde las columnas del periodismo, ya desde el parlamento, donde su palabra apasionada y cálida ponÃa el cauterio en la llaga de la discusión. Pocos oradores ha tenido Bolivia más vigorosos que Aguirre. Apasionaba al auditorio por la elegancia y el brillo de sus frases y avasallaba a sus contrincantes polÃticos por el efecto sorpresivo de sus conclusiones. "Era el Ãdolo de las muchedumbres -dice Eufronio Viscarra- y su popularidad sólo podrÃamos compararla con la de Granado, o la de Lucas Mendoza de la Tapia. Aguirre, por sus caracteres fÃsicos y por su verba, fecunda e inagotable, era una gura atrayente y destinada para la tribuna. Fascinaba su mirada ardiente y dominadora y su hermosa cabeza se erguÃa imponente, cuando se agitaba bajo la influencia del entusiasmo ardoroso, en las grandes luchas del parlamento".
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Para sus contemporáneos, Aguirre no fue sino una figura polÃtica, un orador brillante y una personalidad de altos valores éticos. Empero el vigoroso escritor que habÃa en él, permanecÃa casi desconocido. Asà cuando publicó Juan de la Rosa, hasta hoy tal vez la mejor novela que se ha escrito en Bolivia, "fueron muy pocas las personas que en ella fijaron su atención", cuenta Eufronio Viscarra. Es verdad que el mismo Aguirre daba más importancia a su labor polÃtica dedicando sólo las horas de ocio a sus incursiones literarias. De ahà que casi toda la obra del señor Aguirre sea trunca. Escribió una Historia de la Guerra del PacÃfico, que de haberla concluido, habrÃa sido la obra de análisis exhaustiva desde el punto de vista boliviano -como desde el chileno fue la de Vicuña Mackenna- dadas las condiciones excepcionales que tenÃa Aguirre para captar la historia. Escribió también una extensa biografÃa de BolÃvar, que tampoco la llegó a concluir. Parece que el destino se empeñó en truncar toda la obra literaria de Nataniel Aguirre, pues Juan de la Rosa misma, aunque puede ser apreciada como una novela terminada, no es sino la primera parte de las memorias de un presunto soldado de la Independencia.
Y es mucho de lamentar que Aguirre nos hubiera dejado su obra incompleta, pues nadie hubo, posiblemente entre los hombres de la centuria pasada, mejor dorado que él para las labores literarias. PoseÃa un gran sentido plástico para la narración; un estilo elegante, mesurado, sin frases jactanciosas ni giros rebuscados; hacÃa más bien gala de una belleza campechana. Su prosa es, sin embargo, jugosa, traviesa a ratos y a ratos melancólica, un si es no es irónica, no ya con la socarronerÃa un tanto malévola de René Moreno, sino con un gesto de humor amable, que ponÃa una nota de gracia y de sal ática a su obra. Como escritor de crónicas se distingue Aguirre por no haber seguido, como todos los que han incursionado en el género, la manera de Palma, retozona, picaresca, sensual. Ha creado por el contrario una especie de cuento evocativo, con un mayor respeto por ese mundo colonial, en un estilo más elevado y serio, dando al relato más bien la plasticidad de la novela.
Pero su obra incomparable es Juan de la Rosa, una novela que cuando aún dominaban por esta nuestra América las influencias del romanticismo francés, se aparta por completo de dichos cánones, huyendo del sentimentalismo desmesurado y de la desmesurada expresión verbal, para atenerse a los puros valores objetivos. Sin embargo no se podrÃa decir que Juan de la Rosa sea una novela realista, pues no busca esas crudas y torturantes fases de la realidad y por otra parte, está impregnada de cierta dulzura melancólica, de cierto sentimentalismo, que más que un resabio romántico, es el producto del ambiente valluno y del recuerdo de épocas heroicas a que el relato se refiere. Juan de la Rosa es lo que se llama una novela histórica, pero más que la historia nos interesa en ella el fondo novelesco del personaje, una vida teñida desde el comienzo de misterio, como hace ver Rafael Ballivián.
Más aún, se puede decir que toda la trama novelesca, que no sea la historia, la constituye este cuadro misterioso de la vida del personaje que escribe sus memorias, hijo de un pecado amoroso, y por si fuera poco, descendiente de Alejo Calatayud, aquel revolucionario mestizo que encabezó el alzamiento de 1730 en Cochabamba.
Juan de la Rosa es una novela escrita con primor, pero en estilo llano y sin alardes. Lo que más llama la atención en la novela es su mesura: mesurada en sus vocablos, en su composición, en sus efectos, en sus escenas revolucionarias y en sus idilios amorosos. En ella campea esa justa proporción que es el marco en que cabe la belleza, y que es tan raramente obtenida por los escritores de la América.
Augusto Guzmán en su Historia de la Novela Boliviana, dice: "La novela hispanoamericana del siglo XIX puede representarse muy bien con una figura exagonal formada por estos nombres: José JoaquÃn Fernández de Lizardi, de México; José Mármol, de la Argentina; Alberto Blest Gana, de Chile; Juan Montalvo, del Ecuador; Nataniel Aguirre, de Bolivia; Jorge Isaacs, de Colombia. Exceptuando el intento audaz de ´Los capÃtulos que se le olvidaron a Cervantes´ que no es una novela americana, puede decirse sin impostura que la novela de Aguirre, es la mejor entre sus contemporáneas". Y no es seguramente un sentimiento nacionalista que impulsa a Guzmán a emitir ese juicio, sino un análisis imparcial que lleva al crÃtico a anotar los valores de la novela boliviana.
Nataniel Aguirre nació en Cochabamba, el 10 de octubre de 1843, fue hijo de don Miguel MarÃa de Aguirre, hombre público y escritor, cuya "Historia de Bolivia" permanece aún inédita. Estudió en la Universidad de San Simón y se recibió de abogado a los veintiún años, entregando desde entonces sus talentos y sus afanes al bien público de su paÃs. En los momentos de suprema inquietud de 1879 fue aclamado como Prefecto de Cochabamba por un comicio popular; allà organizó entonces dos divisiones y marchó él mismo a la cabeza de ellas a la guerra con Chile, dando muestras de un fervoroso patriotismo. Asistió luego, como hemos dicho, a la convención del 80, de la que llegó a ser su presidente. Fue ministro de estado ese mismo año, alistándose después en la oposición, cuando llegó al poder el partido constitucional. Nombrado Ministro plenipotenciario de nuestro paÃs ante la Corte de Pedro II, su destino no le permitió llegar a la capital carioca, muriendo en la ciudad de Montevideo, a los cuarenta y cinco años de su edad, y cuando la madurez de su inteligencia estaba en pleno vigor de realización.
Roberto Prudencio R. La Paz, 1908-1975. Escritor y catedrático.
Fundador de la revista "Kollasuyo" de donde se ha tomado este ensayo.