Sólo hay dos alaridos en el mundo, escribía Isadora Duncan en sus memorias: el alarido de la madre al parir a su criatura y el alarido de la madre al enterrar a un hijo. Recordaba el accidente de tráfico que se llevó a sus niños y la enloqueció varias semanas hasta que la danza la salvó del infierno.
Es tan dolorosa esa pérdida que sólo quienes la han padecido comparten el vacío de quedarse sin matriz, sin vientre. Recitaba Rodolfo Walsh, de boca del actor César Brie en el drama de su hija Victoria desaparecida, que es tan grande la herida que ningún idioma pudo inventar una palabra para definirla. Se dice huérfano, se dice viuda, pero ¿cómo se dice a los padres que pierden a un hijo?
Una madre tiene derecho a aullar, a arañar, a gritar "asesino" a quien cree responsable por la prematura partida de quien hasta hace poco sonreía, llevaba a la nieta al colegio, almorzaba. Una madre sí, los periodistas ¡no!
La opinión pública urbana boliviana, fundamentalmente paceña, vivió intensos días con una tragedia que podrá ser calificada en el futuro como la peor muestra de cobertura periodística, o quizá como el inicio del nuevo estilo de los linchamientos: el linchamiento mediático.
No fue -aún es porque sigue el disparate- sólo otra muestra de los excesos de las redes sociales, sino la participación consciente y activa de una gran mayoría de periodistas, sobre todo mujeres, que ejercen la profesión en diferentes niveles. Los reporteros se convirtieron en investigadores, fiscales, criminalistas y jueces y resolvieron condenar a William Kushner a la guillotina.
Escuché a un notable radialista de histórica radio hablar del "asesino" y los programas abiertos fueron circo romano, rebalsando en más de un caso de feminismo histérico. Participaron en el linchamiento editores de prensa, columnistas, profesores que permitieron en sus medios exactamente lo contrario de lo que se enseña en las facultades de comunicación. Castigaron al hombre por ser hombre, lo llamaron asesino sin entrevistar a ningún testigo de primera mano, lo acusaron de ser "hijito de papá"; se metieron con toda la familia por el delito de tener dinero, por ser "conocidos".
¿Cuál es el grito de una madre cuando un conjunto de personas con acceso a la comunicación masiva define la culpabilidad de su hijo? ¿Qué periodista pensó en el efecto de sus titulares en los niños involucrados?
En este caso la muerte sin lápida es la de la verdad. Cualquier resultado ya está contaminado, principalmente por las estridencias de los periodistas, y pocos creerán en el proceso.
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