Las noticias empezaron a llegar por todas partes a partir a las nueve de la mañana, y para el mediodía las redes sociales habían inundado las pantallas de computadas y celulares con acusaciones insultos y sentencias de todos los tipos en contra de una persona a la que seguramente el 90% de esa gente no había visto jamás en su vida.
No me sorprende ese hecho pues esto del Facebook y del twitter y demás redes sociales, a la vez la irresponsabilidad y poco profesionalismo de muchos periodistas y cadenas amarillistas, dan para eso y mucho más. Y vaya que dieron, dan y seguirán dando, mientras la gente siga al pie de la letra a estos medios para expresar lo que sea sin respetar ética ni moral.
Me refiero al bullado caso de William Kushner y Andrea Aramayo, infortunada relación que terminó en tragedia y que ha sido el dame de comer de todo el mundo en los recientes días.
Veo en este caso tres temas a reflexionar y deseo compartir con usted amigo lector mis impresiones no del caso en sí, porque seguramente sé tanto o mucho menos que usted, y como cada uno da su versión y aumenta lo que le conviene u omite lo que no le sirve, prefiero que sean las autoridades (hasta ahora mostrando muy poca profesionalidad y pericia) las que digan al final que fue lo que sucedió esa infausta madrugada del miércoles 18, entonces valoraré mis juicios.
En cambio sí me siento en la capacidad de referirme a lo que le pasa a la mayoría de las personas cuando por algún medio toma partido para una de las partes, en este caso, de la víctima y comienzan a brotar a través de sus sentidos toda la rabia que estas situaciones generan, quieren desahogar todas sus frustraciones aprovechando la situación. Hay un clamor general, y es que haya justicia, pero cuando se ve un enorme grupo de personas en la puerta del juzgado, manifestándose con pancartas y estribillos y pidiendo no juicio, sino la pena máxima (de un delito al que me referiré más adelante), clamando 30 años sin derecho a indulto, no es justicia lo que quiere la gente, es castigo, es el deseo de la sanción inmediata, la mayor posible, la más dolorosa, la que pueda saciar su sed de ver sufrir al que ellos consideran culpable, y mientras más sufra mejor. Además que no alcanza con lo que diga la Ley, para nada, si es un violador hay que pedir castración, si es un ladrón, hay que pedir cadena perpetua, y si se trata de un asesino, acudamos a la Ley del Talión y pidamos la pena de muerte.
Entiendo el dolor de un familiar o amigo de una víctima, en una oportunidad me tocó ser uno de ellos y se puede entender la ceguera temporal y el clamor a causa la impotencia y la injusticia, pero para quienes están fuera y solo se adhieren al lado de los afectados, es necesario que procuren que las instituciones encargadas por Ley, primero hagan su trabajo, segundo no entorpecer la tarea de las autoridades y por último no olvidar el principio constitucional de que nadie es culpable hasta que un juez así lo determine.
En esa misma línea es necesario que cada uno de nosotros haga buen uso de los medios de comunicación a los que uno accede o genera. No es posible que un lugar donde la clandestinidad y/o la falsa identidad están convirtiéndose en la regla, sea el lugar más serio de manifestación y obtención de datos. Que su maravilloso e impresionante poder de convocatoria, sirva para que acudamos a verter nuestro odio contra quien ni conocemos y peor aún, que sea nuestra prima fuente de información. Aprovechemos sus grandes virtudes, pero seamos conscientes de sus enormes defectos para cuidarnos de ellos.
Por último una reflexión sobre la forma en que encaran las autoridades y la sociedad en su conjunto este tipo de acontecimientos. Cuando sucede un hecho de violencia como el acontecido, la reacción de los afectados no siempre obedece a la cabeza sino al hígado (cuando digo hígado me refiero a una reacción visceral, sin sentido, con mucha rabia y poca razón).
No es posible pensar que la solución pase por aumentar la pena, creando nuevos delitos o haciendo más Leyes, vamos a evitar que los delitos se sigan cometiendo. Hace dos años, si un esposo mataba a su mujer por celos o por la razón que fuere, ese delito se llamaba "Asesinato", desde el caso de Anhalí Huaycho, las autoridades no tuvieron mejor idea que crear una nueva figura criminal que se llama "Feminicidio". La sanción es la misma, sin embargo los casos de la nueva figura legal van en incremento.
No se debe creer que una persona violenta, incapaz de reflexionar, que a quien hace o tiene la intensión de lastimar es su pareja, o su madre, o su hermana, o su hija, va a detenerse porque la sanción para su delito es mayor. Esa persona no toma en cuenta ello a la hora de cometer su delito, está ciega, es irreflexiva, es un ser enfermo y el origen de esa patología está en su familia, en su formación, en uno o más hechos de violencia que le han marcado la vida y lo han convertido en el peligroso ser que es.
Necesitamos urgentemente reflexionar, y darnos cuenta que el remedio a estos atroces hechos no pasa por el castigo, sino por la educación de los hijos, de los niños y niñas que mañana serán los adultos que pueden ser víctimas o victimarios y que si más bien podemos orientarlos, darles valores, proteger sus sentidos y vidas, de cuadros de violencia, estarán lejos de estos episodios. Si se llena una vida de amor y cuidados, eso es lo que tendrá de sobra para dar. Si los valores con los que se siembran sus ilusiones son los correctos, serán personas que reflexionarán a la hora de afrontar problemas y buscarán las mejores soluciones, las que le brinde la ley y la vida y no las que el odio conciba.
Formemos y eduquemos a nuestros hijos en los principios y valores de la Ley de Dios, que es la mejor de todas.
(*) Es paceño, stronguista y liberal
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