En la lógica implacable de que los integrantes de una sociedad vinculan de manera muy estrecha su propia situación personal con su accionar en la esfera pública, las crisis polÃticas de diversa intensidad que enfrenta América del Sur coinciden con el fin de la década dorada y con el comienzo de un proceso de desaceleración económica. La proyección para 2015 es que nuestro crecimiento será de 0,4% negativo, en buena medida por el dramático impacto de la caÃda brasileña que representa prácticamente el 50% del PIB sudamericano.
Hay en este escenario dos bloques de paÃses en función de sus proyecciones de crecimiento. Las naciones que crecerán por encima del 3%, encabezadas por Bolivia con un estimado de 5,2%, seguida de Colombia 4,8%, Paraguay 4%, Ecuador 4% y Uruguay 3,5%. El segundo bloque muestra señales graves o cuando menos preocupantes. Venezuela tendrá un crecimiento negativo del 3%, Argentina también un crecimiento negativo del 0,2%, Brasil con la economÃa prácticamente congelada con un esmirriado 0,2% positivo, Chile con un crecimiento de 1,8% y Perú con un 2,8%.
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Primer dato a tomar en cuenta. No hay ninguna relación de causa y efecto entre modelo y resultado de crecimiento. En el bloque de alto crecimiento están paÃses con propuestas tan disÃmiles como Bolivia y Ecuador en contraste con Colombia y Paraguay desde los agentes privados ha sido muy distinta y Uruguay en un punto intermedio. En el otro, el de los signos de recesión, están naciones en las antÃpodas como Venezuela y Perú, o modelos de corte parecido como Brasil y Chile, o la inclasificable Argentina.
Insistir en que la propuesta ideológica define el éxito o el fracaso de un paÃs, está palmariamente contradicho por la performance económica que, a ojos vistas, tiene que ver con dos factores dominantes; el panorama externo Ãntimamente vinculado a los precios internacionales de las materias primas y la capacidad de gestión, estrechamente referida al manejo macroeconómico: la polÃtica fiscal y financiera y las acciones especÃficas para administrar la demanda interna. Esas destrezas no están referidas a si el modelo dominante es estatista o no, sino a acciones que se mueven en la esfera de la racionalidad de factores vinculados a decisiones técnicas más allá de la retórica polÃtica. Sea en el modelo colombiano, sea en el modelo boliviano, dispares en su discurso polÃtico interno, es evidente que las respuestas de ambas economÃas tanto desde el Estado como desde los agentes privados, han sido muy distintas a la que se dan en Venezuela o Argentina. Valga subrayar que ese escenario lo definen las polÃticas estatales. No es posible un desarrollo de las iniciativas del mercado sin el efecto de las polÃticas gubernamentales. En ese contexto está muy claro que las polÃticas de Estado han sido muy diferentes en Bolivia que en Venezuela, aunque ambas naciones se inscriban en un mismo bloque ideológico y teóricamente tengan un indisoluble matrimonio en su lectura de cuál debe ser el papel del Estado en la sociedad.
En este contexto, más allá de Venezuela que vive un cóctel potencialmente explosivo en el que se entrecruzan innumerables factores, las crisis de diversa magnitud que viven los gobiernos de Brasil, Chile o Perú y los efectos de confrontación en Argentina, tienen que ver con un factor determinante: la corrupción.
La caÃda de aceptación de Dilma Rousseff, Michelle Bachelet u Ollanta Humala, se vincula -con sus especificidades- a hechos de corrupción que han tocado la imagen de sus mandatarios, la credibilidad de sus gobiernos y buena parte del sistema polÃtico y empresarial. La mayor o menor tolerancia de una sociedad con la corrupción tiene que ver en buena medida con su situación económica. En momentos en que la crisis se vislumbra en los propios bolsillos el efecto es mayor. Los contextos son diferentes, sin duda. En Venezuela el camino de su economÃa, la polarización extrema de la sociedad, las restricciones evidentes a las libertades ciudadanas, deben entenderse en contraste con la realidad de que el respaldo al gobierno sigue siendo significativo por el efecto muy profundo en los más débiles de las medidas sociales que implementó Chávez en sus casi trece años de gobierno.
Tres ejemplos. En Brasil el estallido tiene que ver con las dimensiones siderales de la corrupción que arrastran a la empresa insignia del paÃs y que tocan a un partido que llegó el 2003 con la bandera de una nueva ética. En Chile el efecto mayor fue el descubrimiento de que el paÃs modelo también ha sido tocado por la corrupción. Fue el fin de una idealización que pretendÃa una excepcionalidad integral en comparación al resto del vecindario, que no habÃa sido tal. En Perú el desmoronamiento del capital polÃtico de Humala tuvo que ver con el descrédito de la dominante imagen de la primera dama y supuestos hechos de corrupción que la vinculan.
Empieza a soplar viento en contra. Empezamos a vivir en otro escenario. Hay que tomar nota.