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Miles de personas arriesgan su vida en las minas de oro de la costa este de Filipinas, donde con la única ayuda de finos tubos de plástico por los que respiran se zambullen en turbias aguas de lagos o rÃos en cuyo lecho perforan angostos túneles de los que extraen el preciado metal.
Boniel habla desde una de las raquÃticas balsas de bambú que flotan en la superficie y en las que los mineros se preparan para las largas inmersiones, a la vez que se aseguran de que a sus compañeros les llega el aire necesario para sobrevivir durante cerca de 3 horas a unos 15 metros de profundidad.
Un amarillento y frágil tubo de plástico de medio centÃmetro de diámetro, una vieja bombona y un oxidado motor llevan el aire hasta los mineros que, sumergidos en túneles de poco más de medio metro de ancho, cargan a ciegas unos sacos de denso lodo del fondo del lago, que luego son elevados hasta la superficie con una cuerda.
"Lo hacemos porque no nos queda otra opción, es la única forma que tenemos de ganar dinero, pero es un trabajo que no le desearÃa ni a mi peor enemigo", añade el joven minero.
Niños y adultos manipulan con sus manos mercurio, un metal pesado que utilizan para aglomerar el polvo de oro y que más tarde inhalarán cuando, con un soplete, hacen que se evapore.
Tras haberse jugado la vida, en un buen dÃa un equipo de 5 hombres puede llegar a ganar unos 500 pesos por persona (9,77 euros o 10,80 dólares).
Pese a que el uso del mercurio convierte la laguna de Santa Milagrosa en una zona extremadamente tóxica, numerosos menores pasan ahà sus dÃas, como la estudiante Jennifer Capisonda, de 12 años, que falta al colegio con frecuencia para cribar el lodo de las zonas menos profundas del lago.
"A veces encuentro algo de oro, otras simplemente pido a los que han tenido más suerte que me den un poco de lo que han encontrado", explica la niña, que normalmente gana unos 16 pesos al dÃa (0.30 euros o 0,34 dólares) que utiliza para comprar comida o material escolar.
Según Aviado, la única solución que el Ayuntamiento de la localidad ha encontrado al problema es ofrecer ayudas a la alimentación de los niños que asisten a clase, dado que la educación primaria y secundaria es gratuita en Filipinas.
"AsÃ, los padres tienen un hijo menos al que alimentar y además está recibiendo una educación", explica Aviado.
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