Era realmente muy difícil saber distinguir lo que le iba a pasar ese día, pues pese a toda la confianza que su jefe le podía dar a este delgado muchacho de cuerpo diminuto, carita pequeña y ojos brincones, se sabía que algo malo o mínimamente raro iba a acontecer.
Así era trabajar cerca del "Salaco", una especie de ujier, mensajero, mandadero y voy por todo, de la entonces Secretaría de Industria y Comercio, de enorme voluntariedad y eterno ofrecimiento para hacer lo que sea, pero que tenía una absoluta ineptitud y no se le podía encontrar el trabajo adecuado, era una zona de peligro móvil, pese a ello luchaba por acomodarse a algún oficio en el que pudiera destacar.
Lo contrario de muchos perritos que tuve la suerte de conocer a lo largo de mi vida y, que se acomodaron o, desempeñaron un oficio o trabajo como los mejores.
El "Chocolate" por ejemplo, era un criollito café pequeñito, cuya gordura estaba casi al ras del suelo, descaderadito era, lo que provocaba que cuando corría, sus frenadas lo revolcaban por lo menos un metro, pero justamente eso le daba un toque peculiar y alegre. Este dulce quiltro era un eterno mostrenco, pues su vida estaba dedicada única y exclusivamente a acompañar al primer año militar de los cadetes del Colmil. No importaba cuánto se encariñen los muchachos con él, ni él con los ellos, cuando terminaba el año y estos volvían de su vacación para su segundo año militar, ya no contaban más con su fiel compañía puesto que Chocolate ya tenía nuevos camaradas, los cadetes nuevos que en su condición de mostrenquitos podían disfrutar de la buena y noble compañía del dulce cachorro.
El "Ludueña", supe que le pusieron ese nombre en honor a un arquero del Club Litoral, flaco y lungo como este perrito, criollo también que en alguna parte de su árbol genealógico ha debido tener una especie de pastor alemán. Este can era un policía de ronda. Quien pasaba por la esquina de las calles Comercio y Loayza, lo encontraba a cualquier hora del día, tirado en el piso, tan largo como era, durmiendo la nona bajo el sol o la lluvia y, quien no lo conocía, juraba que era el perro más vago del mundo. Sin embargo a partir de las ocho de la noche, el Ludueña formaba en el parte de diana del Regimiento Nro. 2 de Policía y sin importar que pareja le toque, iba a pasar la ronda de dos horas por las diferentes calles del centro de la ciudad. Al retornar a diferencia de quienes iban a descansar luego de su tarea de vigilancia, acompañaba a una nueva pareja y así sucesivamente toda la noche. Todos los días del año cumplía su deber de escrupuloso centinela y más de un caco ha debido odiar cruzarse en su camino. Valeroso como era, tiene una placa en las paredes de esta Unidad Policial.
El teléfono de la unidad de bomberos alertaba a sus sacrificados miembros de una humareda ascendiente en una casa de la zona Norte. Con sus escasos recursos pero su enorme valor, se subieron a sus movilidades y enrumbaron hacia el incendio que consumía un domicilio. Al llegar, se pusieron en campaña y al querer ingresar se encontraron con los fuertes ladridos de un perro callejero que no callaba por nada y trataba de todas formas de avisar que en una ventana, algo escondida, una señora clamaba auxilio con un bebé en manos, tratando de alejarlo del humo. Advertidos por el escándalo perruno los bomberos salvaron al infante y a su progenitora; felizmente el fuego sólo consumió lo material y no así vidas humanas. Cuando terminó todo el afán y los cansados hombres volvían a sus carros, encontraron bien sentado en la cabina a quien llamarían luego "Cachucha", sin la menor intención de bajarse, pues él ya había encontrado su destino, su trabajo, su oficio de perro bombero, que ejercería por muchos años en esa bizarra unidad.
Los perritos no solamente son fieles amigos y una maravillosa compañía, muchos de ellos asumen que su destino no está en los fríos pies de su dueño o en la puerta de una tienda. Muchos consideran que sus amos pueden ser muchos, pero más que eso, entienden que su destino es un oficio, un trabajo, saben lo que es ganarse el hueso del día, y a diferencia de mi amigo Salaco, hacen muy bien su trabajo.
Por ejemplo, mi admirado "Petardo" que a base de lealtad, sacrifico, valor, decisión y hasta milagro de por medio, pasó del anonimato callejero a ser el mimado de todo un departamento y de un país que vio en este humilde luchador el emblema de lo que muchos desean, justicia social.
No puedo más que felicitar por este pasado San Roque a todos los peludos cuadrúpedos que cumplen perfectamente la misión entregada por el Creador, ser nuestra fiel y mejor compañía y, a quienes aún no tuvieron la dicha de contar con uno como mascota, no perder la oportunidad de conocer en un ser vivo el verdadero valor de la palabra amistad.
(*) Es paceño, stronguista y liberal
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