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Domingo 16 de agosto de 2015

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Cultural El Duende

Octavio Paz

16 ago 2015

Octavio Paz Lozano. México D.F., 31 de marzo de 1914 - Coyoacán, México, 19 de abril de 1998. Poeta y ensayista. Premio Cervantes 1981. Premio Nobel de Literatura 1990. De su prolífica producción, entre otros, cabe mencionar: Luna Silvestre (1933); ¡No pasarán! (1936); Raíz del hombre (1937), Bajo tu clara sombra (1937), Entre la piedra y la flor (1941); A la orilla del mundo (1942); Libertad bajo palabra (1949), El laberinto de la soledad (1950); ¿Águila o sol? (1951; El arco y la lira (1956); Cuadrivio (1965), Ladera este (1968), Toponemas (1969), Discos visuales (1969),  El signo y el garabato (1973), Mono gramático (1974), Pasado en claro (1975), Sombras de obras (1983);y La llama doble (1993). Póstumo: Figuras y figuraciones y Memorias y palabras (epistolario entre Octavio Paz y Pere Gimferrer (1999).

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1930: Vistas fijas

¿Qué o quién me guiaba? No buscaba nada ni a nadie, buscaba todo y a todos:

vegetación de cúpulas azules y campanarios blancos, muros de color de sangre seca, arquitecturas:

festín de formas, danza petrificada bajo las nubes que se hacen y se deshacen y no acaban de hacerse, siempre en tránsito hacia su forma venidera,

piedras obres tatuadas por un astro colérico, piedras lavadas por el agua de la luna;

los parques y las plazuelas, las graves poblaciones de álamos cantantes y lacónicos olmos, niños gorriones y cenzontles,

los corros ancianos, ahuehuetes cuchicheantes, y los otros, apeñuscados en los bancos, costales de huesos, tiritando bajo el gran sol del altiplano, patena incandescente;

calles que no se acaban nunca, calles caminadas como se lee un libro o se recorre un cuerpo;

patios mínimos, con madreselvas y geranios generosos colgando de los barandales, ropa tendida, fantasma inocuo que el viento echa a volar entre las verdes interjecciones del loro de ojo sulfúreo y, de pronto, un delgado chorro de luz: el canto del canario:

los figones celeste y las cantinas solferino, el olor del aserrín sobre el piso de ladrillo, el mostrador espejeante, equívoco altar donde genios de insidiosos poderes duermen encerrados en botellas multicolores;

la carpa, el ventrílocuo y sus muñecos procaces, la bailarina anémica, la tiple jamona, el galán carrasposo;

la feria y los puestos de fritangas donde hierofantes de ojos canela celebran, entre brasas y sahumerios, las nupcias de las sustancias y la transfiguración de los olores y los sabores mientras destazan carnes, espolvorean sal y queso cándido sobre nopales verdeantes, asperjan lechugas donadoras del sueño sosegado, muelen maíz solar, bendicen manojos de chiles tornasoles;

las frutas y los dulces, montones dorados de mandarinas y tejocotes, plátanos áureos, tunas sangrientas, ocres colinas de nueves y cacahuates, volcanes de azúcar, torreones de alegrías, pirámides transparentes de biznagas, cocadas, diminuta orografía de las dulzuras terrestres, el campamento militar de las cañas, las jícamas blancas arrebujadas en túnicas color de tierra, las limas y los limones: frescura súbita de risas de mujeres que se bañan en un río verde;

las guirnaldas de papel y las banderitas tricolores, arcoíris de juguetería, las estampas de la Guadalupe y las de los santos, los mártires, los héroes, los campeones, las estrellas;

el enorme cartel del próximo estreno y la ancha sonrisa, bahía extática, de la actriz en cueros y redonda como la luna que rueda por las azoteas, se desliza entre las sábanas y enciende las visiones rijosas;

las tropillas y vacadas de adolescentes, palomas y cuervos, las tribus dominicales, los náufragos solitarios y los viejos y viejas, ramas desgajadas del árbol del siglo;

la musiquita rechinante de los caballitos, la musiquita que da vueltas y vueltas en el cráneo como un verso incompleto en busca de una rima;

y al cruzar la calle, sin razón, porque sí, como un golpe de mar o el ondear súbito de un campo de maíz, como el sol que rompe entre nubarrones: la alegría, el surtidos de la dicha instantánea, ¡ah, estar vivo, desgranar la granada de esta hora y comerla grano a grano!;

el atardecer como una barca que se aleja y no acaba de perderse en el horizonte indeciso;

la luz anclada en el atrio del templo y el lento oleaje de la hora vencida puliendo cada piedra, cada arista, cada pensamiento hasta que todo no es sino una transparencia insensiblemente disipada;

la vieja cicatriz que, sin aviso, se abre, la gota que taladra, el surco quemado que deja el tiempo en la memoria, el tiempo sin cara: presentimiento de vómito y caída, el tiempo que se ha ido y está aquí desde el principio, el par de ojos agazapados en un rincón del ser: la seña de nacimiento;

el rápido desplome de la noche que borra las caras y las casas, la tinta negra de donde salen las trompas y los colmillos, el tentáculo y el dardo, la ventosa y la lanceta, el rosario de las cacofonías;

la noche poblada de cuchicheos y allá lejos un rumor de voces de mujeres, vagos follajes movidos por el viento;

la luz brusca de los faros del auto sobre la pared afrentada, la luz navajazo, la luz escupitajo, la reliquia escupida;

el rostro terrible de la vieja al cerrar la ventana santiguándose, el ladrido del alma en pena del perro en el callejón como una herida que se encona;

las parejas en las bancas de los parques o de pie en los repliegues de los quicios, los cuatro brazos anudados, árboles incandescentes sobre los que reposa la noche,

las parejas, bosques de febriles columnas envueltas por la respiración del animal deseante de mil ojos y mil manos y una sola imagen clavada en la frente,

las quietas parejas que avanzan sin moverse con los ojos cerrados y caen interminablemente en sí mismas;

el vértigo inmóvil del adolescente desenterrado que rompe por mi frente mientras escribo

y camina de nuevo, multisolo en un soledumbre, por calles y plazas desmoronadas apenas las digo

y se pierde de nuevo en busca de todo y de todos, de nada y de nadie

Aunque es de noche

La noche, a un tiempo sólida y vacía,

vasta demolición que se acumula

y sobre la erosión en que se anula

se edifica: la noche, lejanía

que se nos echa encima, epifanía

al revés. Ciego el ojo capitula

y se interna hacia dentro, hacia otra nula

noche mental. Acidia, no agonía.

Afuera, perforada de motores

y de faros, la sombra pesa menos

que este puño de sílabas. Azores

que suscito en la página. Los frenos

de un auto. La ciudad, rota en mi frente,

despeña su discurso incoherente.

Para tus amigos: