La madre dejaba a sus cachorros casi todo el tiempo porque necesitaba comida para recuperar la fuerza que se le fue en el parto. Muchas veces regresaba sangrando a causa de cortadas propinadas por carniceras que, al verla robando un pedazo de carne, la herÃan y sacaban a patadas.
Cuando la madre se encontraba con sus cachorros, era muy amorosa y los bañaba con delicadeza y esmero; cuidaba todavÃa más a Tomás, quien aún continuaba siendo el más pequeño de todos.
Una mañana, la perra salió muy temprano y no volvió más. Los cachorros quedaron solos y, aunque pequeños, comprendieron que ya no sentirÃan la amorosa lengua de su madre en sus cuerpecitos. Pasaron algunos dÃas. Uno de los cachorros murió, pues no habÃa podido soportar el frÃo y estar sin probar bocado. Viendo esto, el hermano mayor se dirigió a los demás diciendo: "Hermanos, bien saben como yo que a mamá le pasó algo malo y no regresará más. Pienso que si nos quedamos aquÃ, moriremos de hambre y frÃo. Lo mejor será que cada cual tome su camino. Les deseo que les vaya bien y que, si tienen suerte, encuentren una familia que los quiera mucho".
Tomás se quedó un dÃa más entre los cartones, pero ya no soportó el hambre y decidió salir. Al principio se asustó mucho de las personas y las luces que miraba por primera vez. Al dar unos cuantos pasos, se encontró con un perro ya mayor a quien le preguntó con timidez: "¿Disculpe señor, dónde puedo encontrar leche?"
El perrazo le respondió con cara enfurecida: "Cachorro, se ve que no conoces el mundo, aquà no hay leche, si quieres comer tendrás que buscar en el basurero o robar si es necesario".
Al enterarse del indeseable visitante, la madre de Roberto le retó duramente: "¡Es inconcebible que no hagas caso a tus padres y me traigas a casa a este perro mugroso! ¿No sabes acaso que no tenemos dinero para nada y vivimos en este lugar donde no cabe un alfiler más?"
Tomás comprendió la situación, con el rabo caÃdo y los ojitos brillosos caminó buscando refugio para pasar la noche, pero no pudo conciliar el sueño por el intenso frÃo y la inmensurable soledad. Asà pasaron los dÃas, semanas y meses. Tomás buscaba comida en el basural y pasaba las noches con frÃo, recordando a su niño Roberto como la única persona que lo quiso en el mundo.
Asà meditaba, esperanzado en la generosidad de la gente, de pronto se encontró con un buen pedazo de alimento. Estaba de suerte. Con gusto saboreó la ración porque no habÃa probado nada hace dÃas y aquello le parecÃa un banquete.
Sin embargo, al cabo de un rato, un dolor insoportable comenzó a quemarle el vientre obligándolo a aullar lastimero ante la indiferencia de quienes pasaban por allÃ. Asà comprendió que la noticia del veneno era cierta. Con la vista nublada, retorcido en el abandono, en un último suspiro de agonÃa, pensó para sÃ: "¡Dios! Si es que existes, sólo te pido que ablandes el corazón de los humanos y no permitas que ningún otro perro sufra igual que yo".
Tomado de "Letras frescas", Sucre, 2002. Fundación Cultural La Plata.
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