Sábado 15 de agosto de 2015
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Hace una década la ingobernabilidad de Bolivia alcanzó su mayor intensidad y el peligro de la desintegración era real y palpable. Desde uno y otro rincón se escuchaban voces radicales contra la unidad de la nación o reclamando pequeños reinados. Algunos analistas describían al país sudamericano como una potencial Somalia imposible de administrar y otros políticos auguraban la inviabilidad de la república.
Se sucedían cabildos vociferantes, anuncios de chicotazos y justicia comunitaria, presiones, renuncias, corralitos y las caídas en dominó dieron paso a una sui géneris solución democrática nombrando presidente transitorio al presidente de la Corte Suprema de Bolivia.
No faltaron los corresponsales extranjeros que llegaron seguros de asistir en algún momento a una guerra civil, o al menos a violentos enfrentamientos entre el Este y el Oeste. La situación se fue calmando por diferentes razones, el sentido común del pueblo boliviano que le evita caer al precipicio y algunas voluntades.
Entre esos esfuerzos recuerdo al de los músicos que inventaron conciertos y presentaciones para devolver el ánimo y puntear sutilmente, como el murmullo de sus instrumentos, que Bolivia es una sola, tricolor, pluricultural y multilingüe.