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Domingo 02 de agosto de 2015

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Cultural El Duende

El día en que un OVNI cayó en Oruro

02 ago 2015

Gladys Dávalos Arze

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Unos vecinos tocaron la puerta muy temprano por la mañana de un día que no me acuerdo si era miércoles o viernes. En todo caso, lo que sí recuerdo muy bien era que el sol no había salido todavía y que los toques de timbre y gritos de los vecinos eran bastante alarmantes. Mi madre, terminando de colocarse el salto de cama, llegó a la puerta casi a tropezones para ver qué pasaba. "Hay un OVNI en El Pie de Gallo", dijo el hijo mayor, ya adolescente, del vecino de al lado con voz alterada y con la respiración totalmente fuera de ritmo. Le seguían sus hermanos menores, su mamá y una tía, gesticulando y hablando a gritos todos al mismo tiempo: "Un OVNI, un OVNI", saltaba el más pequeño. Yo, que llegué a la puerta corriendo detrás de mi madre y con mi cerebro aún dormido, no podía entender la emoción de ese niño, que debió estar en sus seis años. A mí me costaba entender lo que era o debía ser un OVNI y no me imaginaba cómo otras personas podían estar seguras de que lo que habían visto en el cerro, era, evidentemente, un OVNI.

Pocos días antes, yo había tenido la suerte de conversar con un amigo que ya estaba en la Universidad, quien se interesaba mucho por los OVNIS. Muy curiosa, le pregunté qué eran los 0VNIS. "OVNI" me explicó con mucha paciencia, "es la palabra abreviada de Objeto Volador No Identificado. Es decir, lo que, comúnmente, la gente llama un platillo volador". "Ah, un platillo volador", exclamé yo. "¿Por qué no dijiste eso antes?" le recriminé haciéndome la que sabía mucho sobre el tema o, por lo menos; no quise que pensara que yo no estaba enterada de las visitas periódicas de los marcianos a la tierra en platillos voladores, que eran, para los habitantes de Marte, algo así como nuestras naves aéreas, sólo que ellos cubrían distancias increíbles e inimaginables por nosotros, con esas naves. "Un amigo mío está obsesionado con el tema", me contó sin hacer caso de mi "docto" comentario, "él ha tomado varias fotos de OVNIS. Por eso yo creo que existen realmente y que seres de otro planeta nos visitan regularmente".

"¿Has visto tú las fotos?", le pregunté, como queriendo una prueba de lo que decía. "Sí, claro", contestó con mucha seguridad. "Además de ser muy buen amigo mío, él lo hace con carácter realmente científico, no saca fotos por un simple pasatiempo", dijo poniéndose algo a la defensiva. "Sí, está bien", dije yo tranquilizándolo. "¿Podrías describir o, mejor, contarme lo que has visto en las fotos de tu... amigo?", le pregunté.

"Mira, son objetos muy luminosos, en realidad, muy fáciles de reconocer, porque su luz te enceguece. En las fotos se ve que tienen la forma de dos platos de sopa, tomando en cuenta que uno de ellos hace el papel de "plato" y el otro prácticamente de tapa, encima del otro, me entiendes?" "Creo que sí", le contesté, tratando de imaginarme el OVNI en forma pintoresca y de unir un plato de sopa con otro como sombrero o algo así. "Entonces a eso le llaman OVNI...", dije en voz algo baja. ""Las fotos hay que verlas con mucho detenimiento, pues de lo contrario, parecen simples manchas blancas y brillantes en el papel", aclaró. "Pero no tengo por qué dudar de mi amigo". "¿y dónde tomó esas fotos?", pregunté muerta de curiosidad. "En La Paz, es decir, en el Altiplano, cerca de la ciudad, hace unos meses atrás". "Hace unos meses atrás". Con estas palabras volví a la realidad del momento en que los vecinos explicaban cómo lucía el OVNI que habían divisado en el cerro y que sorprendentemente coincidía con las descripciones y explicaciones que me dio el amigo. ¡Quedé intrigadísima! Noté que mi mamá y mis hermanos se inquietaron de igual manera o tal vez más que yo.

¿¡Un platillo volador sobre el Pie de Gallo?! "¡Vamos a verlo!", dijo mi hermano, corriendo en pijama por la calle. "¡Un momento!", gritó mi mamá queriendo poner algo de orden en medio del caos. "Vistámonos primero", dijo mirando con una sonrisa algo bonachona a mi apresurado y alterado hermano. En verdad, era desesperante. Todos estábamos muertos de curiosidad y, aunque no crean, nadie tenía miedo. Todo lo contrario. Medio mundo empezó a contar que alguna vez ya había visto o creído ver un OVNI. El que menos o el que más especulaba sobre los marcianos, los menos pensaban que podía tratarse de venusinos, es decir, de seres procedentes de Venus. Decían que este planeta estaba a muchos más años luz y que era imposible que llegaran con vida a la tierra, pues eran realmente "añadas" las que tenían que estar viajando, dándose tremendo y largo paseo por la galaxia y medio universo, etc.

En fin, a medio mundo se le encendió la imaginación y, sin darnos cuenta, ya estábamos en camino de subida al cerro. Creo que nunca antes alguien subió a un cerro como si estuviese subiendo escaleras. El objetivo, el misterio, lo extraño... y la esperanza de ver a algún miembro de la tripulación de Marte, hacían que todas las personas adquieran de pronto una agilidad y velocidad asombrosas. Parecía que hubieran entrenado días para subir sin cansancio ni molestia alguna al Pie de Gallo, que, aparte de ser un cerro muy bonito, es un cerro respetable en altura. Y no se olviden que Oruro ya está casi a 4000 metros sobre el nivel del mar.

Durante el ascenso no faltó alguien que decía ya haber visto en alguna ocasión anterior a un marciano. "¿Son igual que nosotros?" preguntó el más pequeñito de los vecinos. "No", decía el "experto", mientras trataba de describir a un extraterrestre, "son de estatura mucho más baja que la de nosotros, los terráqueos. Tienen orejas largas, afiladas y puntiagudas, un vientrecito prominente y tienen la piel de un color ligeramente verde. Sus ojos son inmensos y saltones. Me imagino que debe ser un problema colocarse lentes con semejantes ojazos...", terminó riéndose de su ocurrencia.

"No creo que usen lentes; por lo menos no los que hacen viajes interplanetarios", dije yo seriamente. "También a nuestros pilotos se les exige tener una excelente vista", aclaré, sabiendo que esta exigencia para ser piloto era fundamental, pues yo, a mis trece años, quería con todas mis fuerzas ser piloto de aviación y sabía algo sobre ciertos requisitos.

Y así, en medio de bromas, anécdotas, acotaciones serias y demás, nos íbamos aproximando a la cima...

Los corazones de todos latían aceleradamente, no sólo por el fuerte ejercicio, sino de emoción, nervios y un suspenso indescriptible. ¿Serían pacíficos? ¿Nos atacarían? ¿Saldrían a saludar? ¿Qué idioma hablarían? ¡Seguramente que no podríamos entendernos! ¿Se atrevería alguno de nosotros a acercarse a tal punto de estrechar la mano de uno de ellos? Eran mil las preguntas que se agolpaban en la mente de todos nosotros. Y mientras más nos aproximábamos, más crecía algo que hasta entonces no habíamos tenido: miedo. Miedo a lo desconocido. Miedo a la reacción de los extraterrestres y miedo a una situación absolutamente fuera de lo normal. ¡Finalmente, no se recibe la visita de estos seres todos los días! ¡Era un hecho extraordinario y verdaderamente memorable!

Desafortunadamente, el ejército se encargó de despejar y responder nuestras preguntas. Los soldados ya habían cercado a la nave de manera tal que era imposible acercarse a más de trescientos metros. Decían que era por precaución, pues la nave podría emprender vuelo en el momento menos pensado. La nave... la nave era impresionantemente plateada, brillante como una estrella y, realmente, como un plato con otro encima. Sus ventanillas eran redondas y pequeñitas, muy pequeñitas y la nave no era realmente muy alta. Deduzco por eso que los tripulantes, como decía ese vecino que los vio alguna vez, no eran muy altos. Nos parapetamos detrás de los drásticos y enérgicos soldados y empezamos a observarlos como a fieras del zoológico (así han debido sentirse los tripulantes, supongo). En el momento en que empezaba a apreciar las líneas elegantes y aerodinámicas del OVNI (yo coleccionaba modelitos de aviones, por entonces, y me sabía el nombre de todos los diseños y sus diseñadores), este emprendió el vuelo, partiendo con mucha polvareda y ruido, muy parecido al arranque de un helicóptero, sólo que daba muchas más vueltas en espiral para tomar altura, casi como un trompo. ¡Fue una sensación indescriptible, maravillosa y frustrante a la vez! No vimos a ningún marcianito. Pero, y ya siguiendo a la nave, que cada vez se empequeñecía más y se alejaba de nuestros ojos, pensamos: "¿No sería que ellos se asustaron más que nosotros, les dio un miedo terrible de ver nuestras figuras terráqueas, extrañas para ellos, y se alejaron lo más rápidamente posible? Nunca lo sabremos.

* Gladys Dávalos Arze. Oruro, 1950-2012. Poeta, novelista, narradora, pedagoga y políglota.

De su libro "El gnomo del espejo"

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