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Un diciembre Glaucia y Enrique llegan a la fábrica y es como entrar a otro mundo. Les recuerda a una isla de bestias salvajes, donde todos son predadores y huelen jadeantes la debilidad de los demás; donde la mujer es un trozo más de carne, de los miles de kilos que se empacan a diario en ese suburbio al sur del sueño americano.
Graduada universitaria, madre católica, legalmente casada, Glaucia no percibe tan repudiable el sexismo primitivo del "macho" latino, como la actitud permisiva con que la mujer hispana entrega su humanidad en transacciones chapuceras, a cambio de una eventual "promoción" o medio dólar más por hora.
Glaucia mira con recelo a las "Mary". Hay al menos diez con ese nombre en la factorÃa pero una la perturba en especial: casada y madre de dos, abandonó al marido tras un adulterio con un supervisor y un tercer embarazo. Le repugna que esa "imilla" haya migrado del "aventón" al manoseo en una van, dejando a sus niños al cuidado de una madre ciega de buena fe, para entregarse incidentalmente en moteles baratos y finalmente a diario en el cuarto del amante.
Glaucia, que perdió toda memoria de si misma, ha encontrado en Mary, su paradigma y su modelo. Ahora es su mejor amiga, le ha mostrado el camino para una separación ventajosa de su esposo, y la manera como manipular un sistema social fallido para quedarse con los niños y el botÃn de los beneficios sociales, "hombres vienen y van, pero el estado subvenciona a la madre por cada niño", le explica.
Paradoja: Del aventón y el besuqueo apasionado en el carro del supervisor, a los moteles baratos en Maryland, la ruta del escarnio de la antes repudiada Mary se ha convertido en el itinerario de vida de Glaucia. Diez años de matrimonio, una familia, dos niños y ella misma, todo apostado a un amorÃo con fecha de caducidad.
La altiva y moralista Glaucia vuelve convertida en una más del rebaño. Pero su rostro es inmune a toda posibilidad de rubor y su piel se ha blindado contra el murmullo y las risas. El supervisor acosador, es su amigo de nuevo. El otro, el que filtró a su ex marido las cartas del primero, es su nueva pareja. El asco y la repugnancia, la conciencia y la culpa pasaron, ahora Glaucia se mira al espejo y ve el reflejo de Mary.
Claudia y Erick llegan un noviembre a la Virginia de los bolivianos. Graduados, padres, casados, ven la fábrica como un asilo para dementes. Seres ignorantes, primarios y contrahechos de espÃritu, que se depredan unos a otros. Es una de mil procesadoras de carne y alma humanas en el guetto hispano de Alexandria.
Glaucia es otro súcubo sombrÃo que vaga por los pasillos, cual personaje de una epopeya trillada por el chisme: "dejó al marido que la trajo para ser amante de su supervisor, el amante se cansó de ella y sus niños", le cuentan a Claudia.
No habrá ValparaÃso para ella, ni tÃo Italo para sus hijos. Ã?l fue el anzuelo del lado oscuro de America; de la libertad sin consecuencias, que procesa a la mujer hispana y la subasta cual carne sin valor agregado. Ã?l fue la puesta a prueba de sus valores.
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