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Domingo 02 de agosto de 2015

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Revista Dominical

Materia prima hispana, mujer "made in USA"

02 ago 2015

Erick Fajardo

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Un diciembre Glaucia y Enrique llegan a la fábrica y es como entrar a otro mundo. Les recuerda a una isla de bestias salvajes, donde todos son predadores y huelen jadeantes la debilidad de los demás; donde la mujer es un trozo más de carne, de los miles de kilos que se empacan a diario en ese suburbio al sur del sueño americano.

Graduada universitaria, madre católica, legalmente casada, Glaucia no percibe tan repudiable el sexismo primitivo del "macho" latino, como la actitud permisiva con que la mujer hispana entrega su humanidad en transacciones chapuceras, a cambio de una eventual "promoción" o medio dólar más por hora.

Glaucia mira con recelo a las "Mary". Hay al menos diez con ese nombre en la factoría pero una la perturba en especial: casada y madre de dos, abandonó al marido tras un adulterio con un supervisor y un tercer embarazo. Le repugna que esa "imilla" haya migrado del "aventón" al manoseo en una van, dejando a sus niños al cuidado de una madre ciega de buena fe, para entregarse incidentalmente en moteles baratos y finalmente a diario en el cuarto del amante.

Mary es prototipo de esa hispana de segunda generación, escondida tras la falacia de que crecer en USA es el "toque de Midas". Es ciudadana americana y fue a la escuela en Virginia pero no habla ni escribe inglés, es más, no habla ni escribe correctamente ni español. Su padre la entregó "legalmente" a su primer hombre a los 13 y tuvo ya dos hijos antes de la mayoría de edad. Es la sórdida realidad tras el mito épico del migrante.

Su naturaleza perturba a Glaucia. Mary es su Némesis moral y humano. Por la amistad con el manager y la concurrencia a sus fiestas, Mary es premiada con una promoción que la coloca, sin saber la regla de tres simple, en la sección de Pesaje de Ingredientes, donde Glaucia se ha atrincherado de esa pesadilla primitiva que no reconoce a la mujer mayor mérito que el que gane con sus favores.

En enero Glaucia dejará la fábrica, en medio de su crisis marital y su metamorfosis ética. Confinada al subempleo en un lugar que desprecia, su conflicto es el clima de rudeza, promiscuidad y el cortejo de sus supervisores, dos hispanos que disputan sus favores. Uno le escribe cartas sexualmente sugestivas. El otro le coquetea por Facebook y filtra las cartas del otro al marido. A Glaucia le incomodan las cartas del uno, pero no el flirteo virtual del otro. Siente culpa por sentir deseo, pero el deseo no conoce la culpa.

La madrugada del Año Nuevo el marido encara a Glaucia, le pregunta si las cartas son consentidas. Ella dice "no" y él pone denuncia de acoso al gerente. El gerente despedirá al acosador, pero demanda un testimonio de Glaucia que jamás llegará. Curaj Warmi le dijo que debe quedarse fuera del conflicto y no respaldar al esposo. "Esto es America, aquí cada uno cuida por si mismo".

La fábrica es francesa pero la administran hispanos poco instruidos. Su cultura sexista, sus taras y sus vicios en el manejo del poder, son típicos de un criollaje bastardo. El supervisor de Glaucia, viéndose denunciado, hace convocar a Enrique y tras provocar una discusión verbal, él y sus funcionarios declaran que el marido lo amenazó de muerte. Enrique es echado y una semana más tarde Glaucia, que aun recuerda el significado de pudor y vergüenza, renuncia debido al escándalo.

En junio Glaucia retorna a la fábrica, tras echar a la calle al marido que descubre su frenético arrebato pasional con su ex supervisor. La lujuria funciona como sedante, como analgésico contra la vergüenza y la culpa. "Salió de mano de su esposo y vuelve de mano de su amante", es la consigna en los vestidores y el vecindario. "No me importa que la gente hable", se dice, dopada de idilio y egoísmo.

Glaucia, que perdió toda memoria de si misma, ha encontrado en Mary, su paradigma y su modelo. Ahora es su mejor amiga, le ha mostrado el camino para una separación ventajosa de su esposo, y la manera como manipular un sistema social fallido para quedarse con los niños y el botín de los beneficios sociales, "hombres vienen y van, pero el estado subvenciona a la madre por cada niño", le explica.

Paradoja: Del aventón y el besuqueo apasionado en el carro del supervisor, a los moteles baratos en Maryland, la ruta del escarnio de la antes repudiada Mary se ha convertido en el itinerario de vida de Glaucia. Diez años de matrimonio, una familia, dos niños y ella misma, todo apostado a un amorío con fecha de caducidad.

La altiva y moralista Glaucia vuelve convertida en una más del rebaño. Pero su rostro es inmune a toda posibilidad de rubor y su piel se ha blindado contra el murmullo y las risas. El supervisor acosador, es su amigo de nuevo. El otro, el que filtró a su ex marido las cartas del primero, es su nueva pareja. El asco y la repugnancia, la conciencia y la culpa pasaron, ahora Glaucia se mira al espejo y ve el reflejo de Mary.

Claudia y Erick llegan un noviembre a la Virginia de los bolivianos. Graduados, padres, casados, ven la fábrica como un asilo para dementes. Seres ignorantes, primarios y contrahechos de espíritu, que se depredan unos a otros. Es una de mil procesadoras de carne y alma humanas en el guetto hispano de Alexandria.

Glaucia es otro súcubo sombrío que vaga por los pasillos, cual personaje de una epopeya trillada por el chisme: "dejó al marido que la trajo para ser amante de su supervisor, el amante se cansó de ella y sus niños", le cuentan a Claudia.

No habrá Valparaíso para ella, ni tío Italo para sus hijos. �l fue el anzuelo del lado oscuro de America; de la libertad sin consecuencias, que procesa a la mujer hispana y la subasta cual carne sin valor agregado. �l fue la puesta a prueba de sus valores.

Claudia desprecia a Glaucia y se abraza al marido y sus dos hijos. Glaucia, la fabrica, el adulterio, le parecen la antitesis de todo lo que ella es; de lo que la trajo a este país. Pero pronto también ella, sus valores y su familia enfrentarán a esos mismos demonios.

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