Miercoles 22 de julio de 2015
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Cuando Francia decidió hacer un homenaje a Estados Unidos con un presente especial, la Estatua de la Libertad, en 1875, convocó a sus mejores hombres, entre ellos a Gustave Eiffel, que debía trabajar bajo la conducción del arquitecto Frederic Auguste Bartholdi.
El resultado fue una obra que es el símbolo más apreciado por los norteamericanos, que los representa. No fue concebida para ofender a nadie; fue hecha con la idea de representar un valor universal.
Según recuerda mi amigo Bergman William Paz Ardaya, la estatua-monumento del prócer y héroe, coronel Ignacio Warnes la trajo a Santa Cruz, desde Buenos Aires, en 1924, una comisión de militares argentinos al mando del general Martínez y la esculpió un artista argentino que quiso simbolizar la antigua alianza entre los dos países.
Pero en el caso de la estatua a Juana Azurduy de Padilla, que el gobierno de Evo Morales donó a la Argentina, el procedimiento fue distinto: se contrató a un escultor argentino, de nombre Andrés Zemeri, para que haga el trabajo por la suma de un millón de dólares. El pago fue por adelantado.