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Invitado


Domingo 19 de julio de 2015

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Cultural El Duende

Luis Ramiro Beltrán Salmón

19 jul 2015

Luis Ramiro Beltrán Salmón. Oruro, 1930 - La Paz, 2015. Periodista, poeta, dramaturgo y experto en temas de comunicación para el desarrollo. Entre otros, ha publicado en poesía: Pasos en la corteza (1987); Panorama de la Poesía Boliviana (1983); ¡Oh linda La Paz! (1994). En teatro: El cofre de selenio (1990). En comunicación: Memoria de una victoria. El primer ganador del Premio McLuhan (1983); Feminiflor (1987); Bibliografía de estudios sobre comunicación social en Bolivia (1990); Con la tinta de imprenta en la venas (1998); Papeles al viento (1999); Investigación sobre comunicación en Latinoamérica (2000); coautor de La comunicación antes de Colón (2008). Su autobiografía "Mis primeros 25 años" apareció en 2010.

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Reclamación de la

heredad ausente

En memoria de Eduardo Avaroa

I

Madre, ¿dónde está el mar

que tus padres heredaron de sus padres,

dónde el océano que te correspondía

y dónde el puerto que sería mío?

¿Quién hizo ajeno el patrimonio

que Dios nos confiriera?

¿Quién nos escamoteó la sal de vida,

la náutica presencia y su ventaja?

¿Quién, patria, pignoró

tu espuma y tu destino?

Se los llevaron en aciago día

y amanecimos presos y desnudos.

Ha más de un siglo

que nuestra tierra privada del mañana

padece encadenada

y sangra por su entraña.

El mar nuestro,

aquel del que surgiera Viracocha,

ha sido desaparecido;

mas todos callan,

nadie ha visto nada.

II

Al subir la marea de mi pena,

refluye en mí la sangre del coral arrebatado,

retumban en mi pecho las olas de la ira

y llama a mis oídos el clarín de lidiar.

Reclama entonces mi angustia litoral:

¿quién despojó al ensueño de sus velas,

quién secuestró las aves de la dicha,

quién mutiló las voces tricolores de los faros?

Inquiere luego por el pan del pez

y por el eco del cobre en el desierto,

por la sirena y el cielo humedecido,

por las caricias del alga,

por redes, luces y banderas,

por la grávida ostra y su secreto,

por la boya que alucina al peregrino,

por el aroma universal del yodo,

por la mágica canción del caracol

y por la marítima pasión del vino.

Llora, maldice, reza y jura;

exige finalmente recobrar

la estela escamoteada,

la roca prisionera,

la maternal arena

y la gaviota propia.

III

Desde el puente sagrado del Topáter,

rescatando del Loa las cenizas,

yo invoco pues humanidad,

justicia y paz:

devuelvan a mi pueblo su futuro

-la puerta abierta al mundo-

su dignidad y orgullo,

su libertad de tránsito y de sueño.

Madre,

en el nombre de Dios

¡diles que escuchen!

Canción de adiós

para una adolescente

I

Duerme,

es muy temprano para amar.

Apresa el tiempo en tus fugaces trenzas,

juega con sed,

disfruta del remanso,

conversa con el río hasta saciarte,

atesora la leche celestial,

graba profundo tu corazón al árbol

aférrate a la luna, dialoga con el hada,

danza el presente que se va.

Calla, que el céfiro camina hacia tu estela,

te quedan escasas mariposas;

ya vestirás dolores de mujer;

y no volverá a entibiar tus horas

el dulce sortilegio de muñecas.

Cubre tus besos,

el ángel que arrullaba tus temores

va a morir.

II

Trompetas negras

adelantan

las hordas del mal

y, al despertar,

las puertas de la sombra

se abrirán.

Cierra fuerte las manos.

No despiertes.

Que no escape el príncipe de tu regazo.

Que no se esfume aún el gnomo de tu fe.

Y que tu risa alcance a construir los castillos finales.

III

Duerme, vestal:

el tiempo de serpiente va a empezar.

Desahucio de la sombra

Allá viene mi sombra / como llamada

por algún viejo mago / que no la olvida.

De la nostalgia abierta / que la recobra,

surge a paso de espectro / rara invitada.

Vieja fotografía, / huella velada,

llega rumiando vientos / de otras edades.

Viene porque pretende / ser reengarzada

en los menguados ejes / de mis quebrantos.

Con voz encapuchada, / eco y testigo,

me habla de nombres muertos

y fechas huecas.

Quizás ella supone / que representa

la flor desheredada / de mis victorias.

O el acta embalsamada

de mis debacles.

O el testimonio umbroso

de que he vivido.

O la promesa vacua

de que hay camino.

Se empecina conmigo, / clama obstinada,

para que yo no niegue / que soy su dueño.

Pero yo no la espero / ni la conozco; la mido

y me la pongo, / mas no recuerdo.

Sombra de mis memorias, / yo no te tengo.

Sombra de mi mañana, / sombra de nada?

Para tus amigos: