Domingo 19 de julio de 2015
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Cultural El Duende
Oruro de mi infancia
19 jul 2015
Fragmento del discurso de agradecimiento de Luis Ramiro Beltrán, al recibir del Senado Nacional la condecoración "Bandera de Oro" en febrero de 2008. El texto forma parte de "Oruro, vista por cronistas extranjeros y autores nacionales, siglos XVI al XXI" de Mariano Baptista Gumucio
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Nací en Oruro de padres periodistas en febrero de 1930. Amparada y guiada por mi bendita madre, Betshabé Salmón, mi infancia transcurrió allá entre el primer quinquenio posterior a la Guerra del Chaco -en la que se perdiera a mi padre, Luis Humberto Beltrán- y a lo largo de la Segunda Guerra Mundial. Pese a las consecuencias negativas de aquella injustificada e infausta contienda entre dos países latinoamericanos que debieran haberse hermanado, Oruro -cabecera del sistema ferroviario de alcance internacional- constituía entonces el centro de la minería del estaño cuya era iniciara en 1900 Simón I. Patiño. Como tal, resultaba ser el eje de la economía nacional y la ciudad más progresista de nuestro país.
Había atraído por todo ello a millares de extranjeros en pos de trabajo y negocios y contaba en su seno con las casas centrales de las principales empresas mercantiles y entidades bancarias. Las colonias foráneas de mayor número e importancia por su actividad eran la alemana y la yugoeslava, seguidas primero por la de Chile y luego por la española, la sirio-libanesa, la inglesa, la italiana y la japonesa. Era, pues, un pueblo cosmopolita y pletórico de laboriosidad, brío y optimismo impulsado por el anhelo de hacer fortuna forjando desarrollo. Abierto de par en par al concurso de gente del interior y del exterior, fue caracterizado por el poeta Luis Mendizábal Santa Cruz, así: "? Aquí las gentes no preguntan / de dónde llega el hombre / cuando trae en las manos / la crispación dichosa del trabajo. / ¡Alta tierra de Oruro! Eres la enamorada del gringo y del gitano?" Fue en ese positivo y placentero ambiente que me crié hasta los 15 años de edad enamorado de lo raigalmente nuestro y entusiasta con lo que nos llegaba desde otros puntos del mundo. Ascendiendo al Pie de Gallo. Cabalgando en la plaza 10 de Febrero en leones de bronce a espaldas de la estatua al presidente Arce. Posando para los fotógrafos de aparatoso cajón con trípode en el parque Castro de Padilla. Huroneando en los socavones de San José para ver al demonio llamado "el Tío". Surcando en bicicleta el erial de Papelpampa. Aviándome de nueces, pasas y mermeladas europeas en los almacenes de los yugoeslavos a quienes llamábamos "austriacos" o "iches". Paseando en los andenes ferroviarios de británica estampa en pos de golosinas y revistas de Argentina y mirando allá de reojo a muchachitas de sonrisa fluctuante entre la picardía y el recato. Aprendiendo mucho del idioma alemán y algo del inglés a la par que escuchando las musicales voces del quechua y el sibilante acento de los "rotos". Contemplando al sapo y a la serpiente, enormes mitos petrificados. Leyendo libros sobre la historia orureña escritos por mi talentoso y noble tío abuelo, don Marcos Beltrán Ávila. Jugando la saltarina "tunkuña" y blandiendo los trompos alemanes de la ferretería Findel. Devorando los cuentos para niños del famoso escritor uruguayo Constancio C. Vigil, a quien tendría, gracias a mi madre, el gran placer de llegar a conocer un día en Buenos Aires. Practicando un poco de yudo y otro de jiujitsu. Viajando por mundos de ilusión y de aventura tomado de la mano de Verne, Salgari y Dumas. Persiguiendo a quirquinchos en los arenales que orillaban la ciudad. Correteando detrás de los rojos carros de bomberos yugoeslavos encabezados por sus ululantes sirenas. Atisbando a las guapas violinistas argentinas del hotel Edén. Escuchando con tribulación noticias de masacres en las minas. Aclamando los goles del Oruro Royal, primer club futbolístico de Bolivia. Canturreando huayños, rancheras y zambas y aprendiendo a bailar valses, cuecas y tangos al compás de vitrolas y pianolas. Gozando con Tarzán, Mandrake el Mago, Chaplin y el Gordo y el Flaco, así como con el vaquero Buck Jones y el charro cantor Tito Guizar. Pegando las orejas a las noticias de la contienda global desde la invasión de Polonia por los nazis y el asalto nipón a Hawai hasta el colapso en Berlín con el suicidio de Hitler y el espantoso epílogo de Hiroshima. Disfrutando del api con buñuelos, arañando al dombo de invernal azul con voladores o cometas propulsados por el viento y la ilusión. Desfilando marcialmente ante el palco de la prefectura. Disfrazándome y remojándome en el Carnaval. Y, dormido o despierto, soñando empecinadamente con la recuperación del mar escamoteado. Ese fue, en fin mi maravilloso Oruro de los años tiernos.