Domingo 19 de julio de 2015
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Muchos han oído de Luis Ramiro Beltrán Salmón, el investigador, teórico y docente boliviano de renombre internacional que fuera en 1983 el primer ganador del Premio Mundial de Comunicación McLuchan-Teleglobe Canadá.
Saben que se doctoró en comunicación en Estados Unidos, que por muchos años trabajó por toda América Latina al servicio de la OEA y de la UNESCO, que fue autor de varios libros y centenares de artículos y que recibió, entre muchas cosas, distinciones de los gobiernos de Bolivia, Ecuador y Paraguay.
Algunos saben también que fue, por otra parte, poeta (Pasos en la corteza), guionista de la película boliviana más premiada (Vuelve Sebastiana) y dramaturgo galardonado en Ecuador en 1987 (El Cofre de Selenio). Y otros no olvidan que, además, escribió desde su infancia orureña en diarios y revistas, habiéndole sido otorgado, en 1997, el Premio Nacional de Periodismo.
Son, en cambio, muy pocos los que llegaron a percibir más allá de la celebridad al ser humano que había detrás de tan brillante trayectoria. Esto parecía deberse a su severa apariencia que solía dar la impresión de suma seriedad y acaso hasta de cierta fría solemnidad.