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Domingo 19 de julio de 2015

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Cultural El Duende

Luis Ramiro Beltrán: "Mis primeros 25 años"

19 jul 2015

"Querido Lucho y Esther: quiero compartir con ustedes una notas que comienzan con nuestro entrañable Oruro. Lo hago con un fuerte abrazo para tan preciados amigos. L.R." Precedida de tan generosa dedicatoria, en agosto de 1997, D. Luis Ramiro Beltrán Salmón entregaba al director de El Duende su "Cuaderno de bitácora. Apuntes biográficos", que tres años más tarde se convertiría en su emblemático referente "Mis primeros 25 años. Memoria ilustrada y breve" prologado por Luis Urquieta Molleda

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MIS PRIMEROS 25 AÑOS. Memoria Ilustrada y Breve del insigne Luis Ramiro Beltrán Salmón, esencialmente es una crónica recordatoria escrita en lenguaje llano, no exenta de galanura, que conjuga el testimonio de sus estudios y ocupaciones de trabajo con sus realizaciones personales. Consta de dos partes: la primera corresponde a su vida en Oruro desde su nacimiento en 1930 hasta 1945 y la segunda se refiere a la transcurrida en La Paz desde 1946 hasta 1955, año en que salió de Bolivia a trabajar en Costa Rica con un organismo internacional afiliado a la Organización de Estados Americanos (OEA).

La semblanza autobiográfica está precedida del inefable recuerdo de sus progenitores, Betshabé Salmón y Luis Humberto Beltrán quienes, unidos en matrimonio en 1927, tuvieron a Luis Ramiro y Oscar Marcel. Tras la muerte de Luis Humberto ocurrida a fines de 1933 en combate en la contienda del Chaco, la promesa de doña Becha para recuperar sus restos como digna esposa del héroe sólo llegaría a cumplirse en 1940. Recién a la edad escolar los niños pudieron entender lo que les había pasado años atrás. Mostrándoles fotos y leyéndoles cartas entre lágrimas, la abnegada madre les contaba lo sucedido haciéndoles ver que su padre rindió su vida por la Patria y también que sus hijos alcanzarían lo que él ya no pudo lograr: una mejor formación. La reflexión familiar resonaría perdurable en el tiempo.

Los atisbos de la afición de Luis Ramiro por las letras se dieron pronto, como a sus ocho años. Doña Becha le regaló una prensita rotativa con la que imprimió hojitas de noticias para su colegio, el Alemán. También, gracias a un amigo de la familia, él y Marcel tuvieron una cajita con micrófono que quedó instalada en la casa como radioemisora. Los gérmenes de su vocación dieron lugar a que en la escuela le encomendaran con frecuencia discursos de circunstancia. Se diría que ya entonces le gustaba escribir y que, pese a su timidez, se atrevía a hablar en público. Ahora se pregunta él: ¿Herencia de mis progenitores?

El prodigio se manifiesta inexorable. Luis Ramiro era lector obsesivo y voraz. Recuerda que esperaba con ansiedad principalmente revistas infantiles de la Argentina: El Tony de historietas y chistes y, Billiken, tan celebrada por sus lecturas.

Se prendó de Constancio C. Vigil, escritor uruguayo que dirigía la editorial de Billiken, tan profundamente como para que doña Becha, percibiendo la devoción de su hijo, le hiciera el regalo de visitar en Buenos Aires al ídolo de los niños, presentándose en su mismo estudio un día de abril de 1940. La experiencia del encuentro y el diálogo jamás olvidaría. El gran pensador le envió después un mensaje recordatorio que Luis Ramiro conserva en el cofre de sus reliquias.

En 1942 falleció su prima hermana Norka Alcira Veintemillas Salmón a raíz de un accidente ocurrido durante una vacación en Cochabamba. Ella había sido acogida por los Beltrán varios años antes cuando su madre, hermana de doña Becha, murió en La Paz.

Tras recibir las primeras lecciones de periodismo por correspondencia, a los doce años, hizo su debut en la prensa trabajando para La Patria sin más remuneración que una entrada gratuita al cine. Luego pasó al diario La Mañana. A los 13 era Jefe de Información del vespertino Sajama. A fines del 44 regresó a La Patria con sueldo y un poco de experiencia. Tomó su primer trago de whisky Acomo enviado especial a la inauguración de la represa de Tacagua. Fue admitido como miembro de la Asociación de Periodistas de Oruro.

En 1945 soportó la súbita muerte de su hermano Oscar Marcel al caer él de un tren en marcha cerca de La Paz, tragedia que desbarató a su desconsolada madre. Tuvo que dejar el colegio Alemán y matricularse en el nocturno Casimiro Olañeta para trabajar de día. Fue Oficial de Información en la Sanidad Departamental y hasta voluntario de la Jefatura de Tránsito. Como su madre hallaba poco deseable su vida nocturna y temía que pudiera fallar en sus estudios decidió alejarlo de Oruro. En 1946 se mudó a La Paz sustentado por una beca como interno en el Instituto Americano a cuyo cuarto curso de secundaria entró.

De luto y taciturno, enfrentó sus nuevas obligaciones. Dejó el idioma de Goethe y se alistó en el de Shakespeare. Optó por la sección de letras. Tuvo su minuto de gloria con el único gol de su vida tras una fugaz competencia deportiva. Fue Vedel Auxiliar con privilegios. Hizo ofrenda lírica a Miss Amerinst, Gloria Pacheco, a quien admiraba mucho en silencio. Dirigió The Sophomore´s voice, vocero de su curso.

La pedagogía del Amerinst, más práctica que enciclopédica y cifrada en la autodisciplina, propiciaba la reflexión instando a pensar libre y creativamente. Así se consolidó en Luis Ramiro su adhesión a los ideales de la democracia. Su segundo hogar le quitaba el luto del cuerpo y del alma y le enseñaba a vivir.

Por invitación de don Enrique Miralles, Director de La Patria, el colegial de 16 años resultó convertido en Jefe de Redacción del periódico de sus amores cerca de fines de 1946. Muy poco después de que comenzara a trabajar en Oruro, fue elegido en La Paz como delegado de los estudiantes de secundaria de Bolivia al foro La América en el Mundo que Queremos auspiciado por el diario New York Herald Tribune. Partió en enero de 1947. Sería el principio de un cuento de hadas. En el foro se convirtió en el relator de su patria y, aunque sintió que parecía extraterrestre en exposición porque era rara entonces la presencia de un latinoamericano en EEUU, aprendió a no enojarse cuando le hacían preguntas impropias: ¿Vas al colegio en llama? Tembló ante una hermosa rubiecita y quedó prendado de la más bella compañera de viaje: Kitty Morales, de Costa Rica.

El singular ejercicio de acercamiento interamericano por vía de la juventud llegó a su culminación el 8 de marzo de 1947 en el Hotel Waldorf Astoria con la presencia de 3.600 estudiantes de EEUU y los 29 latinoamericanos. Tuvo el privilegio de intercambiar ideas en público con Haya de la Torre y Rockefeller y conoció a Ingrid Bergman. ¡Parecía mentira!, dice él.

Cuando regresó a Bolivia, fue Director de The Student´s Voice, el periódico estudiantil del Instituto Americano. Escribió con el seudónimo Inocencio A. Vivado. Trabajó como Redactor Auxiliar del Parlamento y debutó en Flechazos, revista semanal de humor político.

Al morir de cáncer Bertha Arraya, la noble Colombita que fue su segunda madre, él y doña Becha quedaron atribulados y solos como últimos sobrevivientes de la familia. Se intensificó el miedo a perderse mutuamente, lo que los unió más que nunca.

Sin dejar su labor periodística, se interesó en la política integrándose a Acción Social Democrática (ASD), llamado más tarde Partido Social Demócrata (PSD). En el acto de fundación, habló a nombre de los adherentes estudiantiles impresionando al Director de La Razón, Alfonso Crespo Rodas, quien lo contrató y, a partir de 1948, comenzó a trabajar en ese gran diario de entonces desde la salida de clases a las 5 de la tarde hasta media noche, lo que mantenía en vigilia a su madre.

Elegido Presidente del Gobierno Estudiantil, demostró con tenacidad su derecho legítimo de portar el pabellón de la Patria. Hizo teatro. Apareció envuelto en radionovelas. Se introdujo en la investigación y la crónica. No le fue bien en deportes.

En noviembre del 48, con toga y birrete, terminó la secundaria y en seguida se fue así a trabajar a La Razón. Del Amerinst le quedaría el recuerdo de himnos entonados, buenos maestros y muchos amigos así como un hondo sentimiento de nostalgia.

Audazmente imaginativo e innovador, en La Razón formaba parte de una comunidad laboriosa pero también divertida. Ganaba experiencia en un país cuyo sufrimiento por la lucha fratricida lo atribulaba. Fue corresponsal en la Guerra Civil de 1949. Incansable en sus metas, impulsó la primera agencia de publicidad comercial en Bolivia, Life, y también una agencia de detectives, el Hilo Rojo, aunque sin más sangre que rubor en sus mejillas. Cuando quiso servir a su Patria, su ingreso al servicio militar le fue negado porque al gobierno no le convenía tener en el ejército a un estudiante que era periodista.

A sus veinte años ejerció un cargo jerárquico en la Alcaldía, que le recordaba a su padre, el Intendente Beltrán de Oruro de finales del 20 en el gobierno de don Hernando Siles. Su experiencia fue rica, útil y aleccionadora, pero pronto se decepcionó de la política porque percibió en ella el oportunismo acomodaticio. Nunca más volvería a militar en agrupación partidaria alguna.

El flamante ciudadano, ahora mayor de edad y experimentado en su oficio, vigilaba con celoso esmero la impresión de La Razón. Sólo cuando la edición salía de la prensa, fresquita y fraganciosa, se marchaba a su casa a descansar embelesado por el alba.

Trabajar en periodismo entre subversión y represión era un desafío. Sin embargo, persistente en su vocación, junto a Ricardo Ocampo fundó y dirigió con éxito el semanario dominical humorístico Momento con este riesgoso lema: Nadie debe escribir como periodista lo que no sepa sostener como pugilista. En las tertulias con los muchachos de la prensa y sus afanes de cineasta, conoció a Gonzalo Sánchez de Lozada con su incorregible español de acento gringo, sin imaginar que años más tarde sería Presidente de Bolivia.

En 1952 sucedió la revolución del 9 de abril. Murieron periodistas y estudiantes en las escaramuzas callejeras. Con Víctor Paz en la Presidencia, se acercaba el fin de La Razón, el diario de la Rosca. El dominical Momento también murió debido a la discriminación que practicaba el régimen para la asignación de cupos en el papel de imprenta. Con la liquidación que obtuvo del diario instaló junto a su madre la pequeña Confitería Marabú que no tardó en cerrar cuando una miliciana del Palacio de Gobierno, en vez de pagar por un contrato de salteñas, la amenazó con mandar a su hijo rosquero al campo de concentración de Curahuara de Carangas. La familia quedó aterrada y con la pérdida de ese negocio.

En 1953 el cine lo encandiló. Conoció en Bolivia Films a Jorge Ruiz y Augusto Roca y estimulado por ellos asumió el reto de ser guionista. Escribió el guión de Vuelve Sebastiana, documental sobre los Chipayas de Oruro que ganaría varios premios. Como sujeto urbano, se compenetró de la realidad rural y del rol protagónico que los campesinos asumían en la nación.

En 1954, el Servicio Agrícola Interamericano SAI, mediante Frank Shideler, le ofreció trabajo y una beca en artes gráficas, cinematografía, prensa y radiodifusión para educación audiovisual e información en extensión agrícola en Puerto Rico y en Estados Unidos de América. Sin desaprovechar la oportunidad partió hacia una nueva experiencia para volver al país luego de ocho meses.

En su labor de prensa y cinematografía conoció a Mariano Baptista Gumucio con quien forjó una amistad estrecha y perdurable. Mariano, nuestro común amigo, dice de él: Me he preguntado cómo pudo hacer Ramiro para vivir tantas vidas, escribir libros e incontables papers que han revolucionado las teorías de la comunicación desde la perspectiva de los países sometidos y pergeñar crónicas periodísticas escritas en prosa ´que acaricia y canta´ como pedía el maestro colombiano Silvio Villegas.

Finalmente en 1955, a los 25 años, una invitación de Costa Rica cambió el curso de su vida. Era un ofrecimiento para desempeñar allá el cargo de Especialista en Información del Proyecto 39 de Cooperación Técnica de la OEA en el Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas (IICA). El hijo de doña Becha partiría seguro de volver a su patria al término de un año, pero, el destino había escrito para él un guión diferente.

Hoy, tras la semblanza de sus primeros veinticinco años, forjados hasta alcanzar insospechadas cumbres, quienesquiera que ostenten el privilegio de su amistad deben estar persuadidos de la profundidad de sus saberes y la densidad de sus virtudes. Gracias Luis Ramiro por haberme honrado pidiéndome escribir este prólogo.

Oruro, junio de 2010

Luis Urquieta Molleda

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